Allá por 2009, si mal no recuerdo el año, recibí una
invitación para un encuentro con una comisión de europarlamentarios que, según
se decía, querían escuchar diversos puntos de vista sobre la situación que, por
entonces, atravesaba Bolivia.
Las señales del régimen de Morales Ayma ya daban una idea
de lo que vendría después, dada la tendencia de éste y de sus operadores más
cercanos a eternizarse en el poder a cualquier precio. Acudí a la cita con gran
entusiasmo por la posibilidad de transmitir personalmente este criterio a los
visitantes.
Una vez ante el grupo de media docena de representantes del
PE, hice una breve exposición sobre tal escenario. Pero cuando éstos, uno a
uno, respondieron a mi alegato democrático, comprendí que no habían venido a
escuchar(nos), sino a decirnos que los bolivianos deberíamos sentirnos afortunados
de tener a un indígena en el poder. Uno en particular, el belga, bien podría
haber sido el presidente del club de fans de Morales Ayma en Europa; recitaba
con excitación su panegírico, solo le faltaba babear.
Nada para extrañarse. Por aquellos tiempos, Europa le
rendía pleitesía al “buen salvaje”, cosa que éste aprovechaba para romper todo
tipo de protocolo cuando era recibido por reyes, primeros ministros,
presidentes e intelectuales. Todo le era permitido en nombre de su origen. Acá
mismo fui testigo de “enamoramientos” con la figura del cocalero de un par de
diplomáticos del viejo mundo. Curiosamente, en conversaciones con diplomáticos
estadounidenses de la época, notaba una extrema consideración, admiración
inclusive, por el susodicho. Pudo más el discurso “antiimperialista” que la
posibilidad de establecer vínculos estrechos con la Unión.
Pasada una década del encuentro que mencioné, nuestras
previsiones quedaron cortas: el individuo en cuestión y sus valedores, se
dieron a la tarea de socavar todo vestigio institucionalidad y se lanzaron a la
conquista del poder total y eterno. La expresión más grosera de tal propósito
fue la de ignorar la voz de la ciudadanía puesta de manifiesto en el referéndum
del 21F en la que a un solo grito se ponía coto a la voracidad dictatorial de
sus convocantes. Muy servicial, el TCP resolvió, falacias mediante, habilitarlo
con carácter indefinido. El resto de la historia es por demás conocido: se
postula y, mientras se va efectuando el recuento de votos que conducirá
indefectiblemente a la segunda vuelta, instancia en la que todas las encuestas
coinciden en que el ganador no sería él, el TSE detiene el conteo y,
misteriosamente, horas más tarde, da como ganador a Morales. Fraude consumado.
La ciudadanía ya no soporta tanta burla y luego de 21 días, quien decía que “solo
muerto” iba a dejar el palacio toma las de Villadiego arropado por sus amigotes
mexicanos. Se produce un vacío de poder. Los sucesores reciben la orden de
renunciar. Así lo hacen. Pero la línea sucesoria no se rompe y recae en la
señora Áñez. Como diría María Conchita Alonso, “esa es la historia”.
El tiempo ha hecho también que Europa se percatase de que
debajo de la colorida chompita hay un personaje de terror, capaz de maquinar
los relatos más perversos con tal de asegurarse el poder. Y el Parlamento
Europeo ha emitido una contundente resolución que se suma a pronunciamiento de
la OEA, de Estados Unidos y de otros foros y estados.
Como podía esperarse, sintiéndose aludido, el cocalero ha
descargado su artillería contra la UE. El estribillo es el de costumbre y ya no
sirve para engañar al mundo: “Que quede claro: la sucesión
presidencial en 2019 fue constitucional. La UE, entre otros, apoyó la auditoría
de la OEA” (Dita Charanzová, vicepresidenta
del Parlamento Europeo.
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