Hoy se cumplen cien días desde que el Presidente instó a
la ciudadanía a aguantar la arremetida de la calamidad hasta que el Gobierno
comenzara a aplicar un plan de vacunación masiva. Lo digo con total certeza
porque llevo un registro –“Diario del aguante”, lo he denominado- que publico
regularmente a través de mis redes.
A la fecha, muy masiva que se diga no es la vacunación y
mucho plan, lo que se dice plan, tampoco asoma en el ambiente. Por tanto, en lo
que a mí concierne, el aguante continúa. Alguito se ha hecho, pero con carácter
casi marginal, y no como la propaganda gubernamental lo maquilla: tengo un
hermano que, en su calidad de médico, ha recibido las dos dosis de la vacuna, y
tengo un puñado de amigos y conocidos que, ya por edad o por padecer una
enfermedad de base, recibieron la primera. Estadísticamente, eso representa una
cantidad marginal. Lo último que se ha anunciado es que con el lote de vacunas
que arribó el martes, se llegará a cubrir el 11% de la primera dosis para la
población mayor de 18 años. Pero incluso si yo la hubiese recibido –cosa que no
ha ocurrido- mi posición seguiría siendo la misma: seguimos en el aguante,
gentileza de Superlucho.
Hasta ahí, el estado de la cobertura de las vacunas a cien
días del aguante. Sin embargo, lo que aconteció en este tiempo –y que forma
parte del registro- de manera colateral en relación al “plan de inmunización” es
digno de una película sobre el desprecio al prójimo producida desde el poder.
Al menos tres ejes argumentales se entrelazan en esta
historia: el uso político –infructuoso; contraproducente, incluso, para el
régimen- del destino de las vacunas, la danza de las cifras del supuesto plan y
el maltrato a los adultos mayores. Describiré brevemente cada uno de ellos y
concluiré citando algunas frases de antología que tuvieron a autoridades como
sus autores.
Al coincidir con las elecciones autonómicas (que resultaron
una suerte de plebiscito en el que la ciudadanía mostró su desencanto con el
régimen de Morales Ayma) el Gobierno aprovechó la expectativa de la población
ante los anuncios del arribo de vacunas –un millón setecientos mil ya estaban
en el bolsillo, supuestamente- para
chantajearla. El régimen se aseguraba el monopolio de la importación y de la
administración de las mismas para inducir a la ciudadanía a votar por el MAS. Ya
lo decíamos, el chantaje tuvo un efecto contrario al que el régimen deseaba y
acabó con la humillante derrota del partido azul.
Simultáneamente, dependiendo de la autoridad que se
pronunciara, las cifras, desde la cantidad de vacunas disponibles, hasta las comprometidas,
junto al hermetismo sobre el precio de éstas enrarecieron el ambiente y crearon
un tufillo de sospecha sobre su manejo. En época electoral, se habló de
millones de vacunas; pasada la misma, se habla de cifras más modestas, aunque
un supuesto compromiso de Putin vuelve a los seis ceros.
Lo más terrible de estos cien días ha sido, sin duda, el
trato inhumano dispensado a los adultos mayores en los centros de la Caja
Nacional de Salud. Hasta la Defensora del Pueblo (cuyo interinato ya venció hace
tiempo), tan proclive a justificar los abusos del régimen de Morales Ayma, se
rindió a tal evidencia. Imperdonable.
Cierro con lo prometido:
“No hay que tener miedo a la estadística” (Luis Arce)
“Cumplan las medidas de seguridad; es la única medida efectiva”
(Jeyson Auza)
“El Gobierno prevé la escasez de vacunas los próximos
cuatro meses” (Rogelio Mayta)
“Las vacunas no son para ninguna Gobernación” (Jeyson Auza)
“El cronograma es flexible” (María Reneé Castro)
“Fortalecimos el sistema público de salud” (María Rothe)
“Hemos enviado vacunas para el pueblo, no para la
oligarquía” (Luis Arce)