Tras su estrepitosa derrota en las elecciones para los
gobiernos autónomos, el MAS desató una persecución política pocas veces vista,
superándose a sí mismo en esta materia.
Su expectativa era la de convertirlas en una especie de
correlato de las elecciones generales para así tener el control total(itario)
del poder. El sentido de equilibrio democrático de la ciudadanía asentada en
las urbes y un cierto desencanto con la gestión de Luis Arce privaron al
oficialismo estatal de tal extremo.
Si bien el MAS nos muestra un mapa azulado debido a las
poco más de trescientas alcaldías en las que se impuso, se me ocurre que, si se
pudiera, con gusto cambiaría cien municipios dispersos por uno de ciudad
capital y doscientos por El Alto. En cambio, debe conformarse con Oruro, ganado
con claridad, y Sucre, por milésimas. Queda la posibilidad de que, como ocurrió
más de una vez –por ejemplo, el alcalde de Cobija, Gatty Ribeiro, llegó al
cargo representando a un partido y, a pocas semanas de ejercicio, fue
“cooptado” por el MAS- el oficialismo intente adueñarse de alcaldías por vías
inmorales. A horas del triunfo de Copa, fue cordialmente invitada a retornar a
las huestes azules. “Las puertas para que vuelva están abiertas”, decía el mensaje.
Particularmente vulnerables a esta forma de “transa” son aquellas autoridades
electas que se alejaron del partido y se postularon por otras denominaciones.
Dejemos de lado los municipios, cuyas próximas autoridades están
fuera de discusión, y pasemos a las Gobernaciones en las que, por las reglas
del juego, quedan pendientes cuatro por definir a los titulares de las mismas.
En dos departamentos (Tarija y Pando) el candidato del MAS
sacó una muy ligera ventaja al de la oposición. En Chuquisaca, el de la
oposición aventajó con cierta holgura al del MAS, y en La Paz, el del MAS se
quedó con los crespos hechos a poco de alcanzar el 40% requerido para ganar en
primera vuelta.
Más allá de la propia dinámica de las campañas para atraer
el favor de los votantes, ¿cuánto –y a quiénes- pueden afectar las acciones
persecutorias que el régimen de Morales Ayma ha emprendido contra varios
ciudadanos, incluida la expresidenta constitucional Jeanine Áñez? (Una
precisión: me preguntaron por qué menciono “el régimen de Morales Ayma”; pues,
porque el Gobierno es de Arce, pero el régimen es el de su jefe, el evadido
–jefe de campaña causante de la gran debacle electoral del MAS, por lo demás).
A mi parecer, sí lo hará. Y no precisamente a favor del
oficialismo estatal. La expresión ciudadana que emerja de la segunda vuelta
será una suerte de plebiscito sobre la actuación del régimen durante estos días
de terror. Por otra parte, cuando se han dado situaciones de solo dos opciones
en pugna, el régimen ha salido, generalmente, perdidoso.
El 21F es prueba de ello. Pero para mencionar otros casos,
están las dos versiones de las elecciones judiciales, en las que el voto nulo arrasó
en clara demostración de repudio, lo que, sin embargo, no evitó que operadores
del MAS accedan a la judicatura, mismos que ahora tienen en sus manos los casos
armados por Lima y compañía.
Como para certificar esta posición, la de plebiscitar la
segunda vuelta, Comunidad Ciudadana y Creemos han pedido a la población votar
por los candidatos que no son del MAS. En el caso de La Paz, cuyo representante
sacó una considerable ventaja al segundo (no sé si llamarlo “de oposición”)
sería espectacular que el candidato de Jallalla remonte con el apoyo de
citadinos que rechazan las acciones del régimen de Morales Ayma. Será mi propio
caso –en otras circunstancias, no se me ocurriría votar por este buen señor- y
sería el tiro de gracia a los fraudulentos de 2019.