Como muchos otros, entre los que usted podría contarse,
considero que una encuesta es un instrumento con ciertas características
técnicas en su aplicación y científicas en su sistematización para tomar el
pulso sobre diversas situaciones de interés público o sectorial.
El marketing recurre a las encuestas con una frecuencia de
vértigo para la toma de decisiones de mercado. Ya no es extraño toparse con
encuestadores que nos abordan para someternos a largos cuestionarios sobre
refrigeradores o sobre artefactos digitales y desde que existe la posibilidad
del hacerlas “en línea”, de tanto en tanto nos invitan para colaborar con
nuestras valoraciones sobre los más diversos asuntos.
Salvo que seamos parte interesada en un determinado nicho de
mercado, no llegamos a enterarnos de los resultados de las mismas porque éstos
no suelen ser publicados. No recuerdo, por ejemplo, que alguna marca hubiese
demandado a otra por sentirse apocada por otra que apareciese mejor valorada en
una encuesta. Otra cosa muy distinta es la manipulación de datos de dudosa
procedencia para ganar mercado. Ahí sí correspondería entablar acciones
legales. Repito, en cuestiones de orden empresarial, ayudan a tomar decisiones
y, generalmente, no se hacen públicas.
Pero cuando las encuestas abordan asuntos públicos,
eleccionarios en particular, la figura se torna densa y desata una serie de
pasiones. ¿Qué actores, dado que la divulgación de las mismas se ha convertido
en un verdadero espectáculo, intervienen sobre este escenario? Pues, la empresa
encuestadora, el medio de difusión, los analistas, los actores políticos
involucrados y los propios espectadores.
Según se vean más o menos favorecidos, los actores políticos
son los afectados. Aunque por reglamento los candidatos no pueden pronunciarse
sobre los resultados, dejen deslizar indirectamente o la hacen por interpósita
persona, clichés como “la verdadera encuesta está en las calles”, en referencia
a la acogida aparentemente buena que tienen en sus recorridos –sin considerar que
una misma persona saluda y hasta se toma fotos con varios candidatos- o “la
verdadera encuesta es el domingo”, refiriéndose al día de la elección.
Respecto a los analistas –casualmente, mientras escribo
estas líneas rechacé una invitación para comentar alguna encuesta por
televisión indicándole a mi interlocutora que yo tengo una posición tomada y lo
que haría sería “hinchar” por los candidatos de mi preferencia- en algunos
casos son voceros cuya militancia, sobre todo en el oficialismo, fluye por sus
venas.
Más arriba hablé de “situaciones”. Una situación es una
momentánea en el tiempo. Si la campaña es la película, la encuesta es una
captura de pantalla. Esta captura puede ser tan clara o tan borrosa de acuerdo
a la resolución (metodología, tipo de preguntas, universo de la muestra,
distribución geográfica, etc.) Si dos o más capturas se aproximan en sus
resultados, se hablará de una tendencia consistente (mayor claridad). Si alguna
se diferencia por mucho del resto podría tratarse de ruido –esto ocurrió con
una que daba a Mesa como ganador en primera vuelta la pasada elección-.
Justamente por lo que está en juego –la definición del
ejercicio del poder-, el acápite de los indecisos, así ocurrió hace poco, tiene
una importancia vital: puede concentrarse en uno o distribuirse más o menos
equitativamente entre dos o tres, y de la ciencia pasamos a la cosmobiología.
Por lo visto hasta ahora, por lo menos epidérmicamente, las
tendencias para las venideras elecciones ya están instaladas, y al no ser muy
favorables al MAS, Morales Ayma y su muchachada han decidido “investigar y
sancionar a las encuestadoras”. ¿Cómo lo harán? En rigor, solo el Órgano
Electoral podría hacerlo, y el mismo ha dado por autorizada la difusión de las
encuestas.
Es que al MAS, el camino a la supervivencia política se le
ha puesto (en)cuesta arriba.