“Piensa mal y acertarás”, reza un dicho popular, aunque,
pensándolo bien, no debería ser así; pero sucede que, con sus actos carentes de
credibilidad, el régimen nos ha acostumbrado a pensar mal y, por lo general,
acertar. Prácticamente no hay acción del régimen que no esté guiada por la mala
fe.
Así ocurrió con el referéndum constitucional convocado por
el régimen para el 21 de febrero de 2016, cuyo objetivo, a poco tiempo de
ejercicio del poder por tercer periodo consecutivo –cuando la CPE estipula solo
dos- no era otro que forzar la segunda habilitación ilegal del señor Morales
Ayma.
Quien creyó que, tras su estrepitosa derrota del 21F, el
susodicho se retiraría a su chaco con una quinceañera –como había asegurado- se
dio de cara contra la pared. ¡Cómo, entonces, puede uno tomar los decires y
haceres provenientes del régimen cuando éste ha dado muestras pruebas más que
suficientes de su chueco proceder!
Y ya sabemos cómo actuó. Luego de barajar varias opciones
optó por la más segura y rápida: hacer declarar constitucional, mediante sus
amarrahuatos del TC, la re-re-reelección del señor en cuestión con una argucia
política absolutamente despreciable. Seguidamente, el Ejecutivo ordenó a sus
serviciales del Órgano Electoral aplicar las elecciones primarias, previstas
para la subsiguiente elección, para darse un barniz de legitimidad. Lo que
sigue es un rosario de arbitrariedades cometidas por tal órgano para allanar el
camino de su jefe-dios al poder totalitario.
La reciente declaración de dicho individuo –“Ya hay un
ganador de las elecciones de octubre”- ha debido dejar perplejo a más de uno.
Bienpensando, podríamos inferir que el sujeto en cuestión, en un rapto de
contrición, se retirará de la contienda asumiendo la serie de atropellos a la
ley y al soberano que cometió para vulnerar la Constitución y someterla a sus
caprichos. Entonces, el ganador será el pueblo boliviano, más allá de quien, en
ausencia del arrepentido, logre el apoyo necesario para acceder al Gobierno.
Malpensando, lo que tal persona nos está diciendo es que
nada de eso va a ocurrir y que, por el contrario, va a seguir violando las
normas a su antojo con el agravante de un fraude monumental que lo aúpe sin
incomodidades, como lo hizo anteriormente, a la Presidencia. O sea, nos está
espetando aquella frase de Stalin “No importa quién vota, sino quién cuenta los
votos”. Y el caballero tiene a su disposición un órgano compuesto por serviles
suyos que, como suele decirse, ya tiene al ganador y solo resta que los
electores voten.
Fuera del ámbito electoral, podríamos acertar malpensando
que el verdadero motivo de ubicar la planta de producción de urea y amoniaco en
Bulo Bulo –en pleno Chapare, la zona que alimenta el narcotráfico- fue el de
abastecer a los productores de la blanca el precursor “de moda” para la
cristalización de la “merca”.
No hace falta ser un experto en exportaciones para calificar
como absurdo el emplazamiento de dicha planta en esa región. Entonces, ¿por qué
se obró de tal manera? Por una información que circuló “off the record”, nos
enteramos hace unos años de que la orden de construirla allá fue del propio
Morales Ayma, desoyendo voces sensatas que se oponían a la peregrina idea. Con
las instalaciones ya en funcionamiento, los operadores del régimen justificaron
la decisión como “política”.
Con la evidencia de que la urea ha sustituido a otros
elementos en la elaboración de cocaína, se entiende la insistencia –hasta
conseguir su propósito- del presidente cocalero para cometer lo que para el
resto de la gente de buena fe era un disparate. ¡Los narcos, de plácemes!