El lunes, mientras trabajaba, me di modos de escuchar y, de
tanto en tanto, de mirar de soslayo el primer debate entre cuatro de los cinco
aspirantes a Presidente del Gobierno de
España realizado en las instalaciones de la televisión pública ibérica. Mis
tareas no me permitieron repetir la gracia al día siguiente, cuando los mismos
protagonistas se vieron las caras en el set de un canal privado. Envidia –no
del todo sana- es lo que sentí ante la puesta en práctica una práctica
democrática que, por designio del régimen, fue proscrita del escenario político-electoral.
Es improbable que
mientras este régimen siga detentando el poder vuelvan a darse aquellos
debates, generalmente promovidos por la Confederación de Empresarios Privados
de Bolivia, en los que los candidatos hacían gala de sus habilidades de
persuasión al tratar los más diversos temas de la agenda consignada a la
siguiente gestión, exhibiendo, además, los trapitos sucios de sus rivales y
dejando un amplio anecdotario que eran la comidilla de los días posteriores. La
razón de la mencionada proscripción es que el régimen, en particular su
no-candidato, le tiene pánico al debate; se siente blindado en su zona de confort,
inseguro ante la posibilidad de que sus argumentos –si los tiene- pudieran ser
fácilmente rebatidos por oponentes más inteligentes y preparados.
En toda etapa previa a una elección hay una cantidad de
ciudadanos que ya ha definido a quién le dará su voto y, por muy vapuleado que
quede “su” candidato en el debate, no cambiará de parecer. Pero otra cantidad,
que en porcentaje es muy similar en España y en Bolivia, puede decidir –por
tanto, dejar de estar entre los “indecisos”- por quién inclinarse según la
impresión, buena o mala, que le hayan dejado los debatientes (hay que hacer la
precisión de que en España se practica la democracia parlamentaria, distinta de
la presidencialista, por lo que es la
instancia legislativa la que otorga un voto de confianza a uno de sus miembros
para que ejerza la jefatura del Ejecutivo, lo que da pie a acuerdos
interpartidarios que posibiliten dicho voto). Inicialmente, el representante
del PSOE, Pedro Sánchez, el mejor ubicado en las encuestas, se había mostrado
reacio a participar de los debates bajo la suspicacia de ser el blanco de los
ataques de los otros tres. Hizo bien en asistir dado que, al no haber salido
mal parado de los mismos, es posible que hubiera aumentado su caudal de
adhesiones a su proyecto, aunque ni así le alcance para alcanzar la mayoría
propia que le permita no pactar con otras fuerzas.
En un ejercicio algo arbitrario/subjetivo de mi parte que,
además, confirmaría el pánico del régimen al debate democrático, se me antoja
que el no-candidato, Sr. Morales Ayma, se hundiría en una situación tal, y los
indecisos optarían por inclinarse por algún otro candidato.
¿Qué tenemos en nuestra no-democracia local a cambio de la
sana práctica del debate entre candidatos a la Presidencia? Cosas como, por
ejemplo, el triste espectáculo de un individuo vociferando que “siempre le doy
jaque mate a la oposición” y que, siguiendo la analogía ajedrecística, “yo hago
mis propias reglas”, jactándose así de su desprecio por las leyes –Constitución
incluida-, las instituciones, la democracia, el soberano y, me permito
incluirlo, el debate.
Mas, no obstante las burdas “estrategias envolventes”
(chanchadas) que el régimen perpetra en su afán de eternizarse en el poder,
esta vez no habrá jaque mate porque los indecisos optarán por la democracia y
harán respetar su voto.
La nueva era democrática traerá consigo, entre otras cosas
importantes, los debates entre futuros postulantes a la Primera Magistratura.