La irritación y reacción neurótica de personeros del
régimen, comenzando por el mismísimo number
one, pueden ser interpretadas como un signo de absoluta pérdida de
(auto)control sobre el rumbo de su proyecto de eternización en el poder,
cargándose a la democracia en el intento. Las chapuceras acciones que ha
emprendido para tal propósito no han hecho sino desnudar su miseria ética y su
olímpico desprecio por la ciudadanía que entonó, vía referéndum, una cacharpaya
para el Caudillo. Como suelo acotar sobre este tema, quien convocó a la
consulta sobre la habilitación extraconstitucional para que el Capo se presente
como candidato a Presidente de forma sucesiva cuantas veces se le atoje, no
fueron la oposición, ni la CIA, ni el Espíritu Santo; fue el propio régimen
quien lo hizo, pero lejos de acatar la decisión del Soberano, se empeñó en
desconocerla con las acciones mencionadas anteriormente.
Tan sensible está el régimen a la repulsa ciudadana que
cualquier cosa lo pone guardia. El cuasi-adolescente berrinche en que montó el Jilliri Irpiri tras enterarse que hay
otro personaje ocupando el primer lugar en audiencia en la red Twitter, es un caso digno de diván
considerando que el sujeto está próximo a cumplir 60 años. Pero, lejos de
causar indignación, dicha actitud más bien ha inspirado lástima.
Hay cosas peores, podríamos apuntar. En su afán por
desviar la atención –Banco Unión, por ejemplo- y, Presidencia y Ministerio de
Gobierno, en acción coordinada se declaran víctimas de una conspiración orquestada
por diplomáticos que, según el régimen, tendrían que pedir permiso hasta para
el color de corbata que deben llevar. El Ministro de Romero es un campeón para
inventar intentos de magnicidio -lo hace cada vez que las papas queman-
exponiéndose, inclusive, al ridículo, como cuando “reveló” que una adolescente
quería acabar con la vida del Excelentísimo. Y así, de papelón en papelón.
En lo que nos concierne por estos días –el plebiscito del
3 de diciembre-, el nerviosismo del régimen ha sido la tónica de la coyuntura.
Querer repetir el engaño de 2011 sólo le ha traído una ola de repulsa ciudadana
similar o mayor a la expresada el 21-F. El botón de muestra que las anteriores
elecciones dejaron al país es el desastroso estado de la justicia del “Estado
plurinacional”. Astutamente -¿creen que la ciudadanía es estúpida?- dicen que
ahora la cosa será diferente.
A ver, si has usado las mismas mañas para la
“preselección”, es decir meter a tus llunkus -¿le suena un tal Pastor Mamani?-
y beneficiarlos con un cargo en la Magistratura aunque consigan menos votos que
los que se reúnen para un consejo estudiantil, la cosa no puede sino tener el
mismo resultado: el desastre. Ahora, si por diferente entendemos “peor”…
Para colmo de su aturdimiento, el régimen ha sufrido el
llamado “efecto búmeran”. En uno de los casos referidos, comenzaron a circular
decenas de fotos de miembros del Gobierno en compañía de “agentes del Imperio”.
Sobre el plebiscito del subsiguiente domingo, tres
cuartos de lo mismo. La descomunal campaña del régimen contra el voto nulo no
ha hecho más que expandir la consigna mucho más allá de lo que los grupos
ciudadanos –con contados recursos- soñaron llegar.
Y con el pronunciamiento conjunto de cinco importantes
líderes políticos, el círculo parece completarse: ciudadanía y expresiones
políticas democráticas –más una manito del régimen- el voto nulo (y,
eventualmente, el blanco) ha ganado un espacio inmenso que, seguramente, se
verá plasmado en la votación del 3D.
Dicho en otros términos, el régimen se verá eclipsado por
el nulo.