jueves, 23 de noviembre de 2017

¡Por el nulo!



La irritación y reacción neurótica de personeros del régimen, comenzando por el mismísimo number one, pueden ser interpretadas como un signo de absoluta pérdida de (auto)control sobre el rumbo de su proyecto de eternización en el poder, cargándose a la democracia en el intento. Las chapuceras acciones que ha emprendido para tal propósito no han hecho sino desnudar su miseria ética y su olímpico desprecio por la ciudadanía que entonó, vía referéndum, una cacharpaya para el Caudillo. Como suelo acotar sobre este tema, quien convocó a la consulta sobre la habilitación extraconstitucional para que el Capo se presente como candidato a Presidente de forma sucesiva cuantas veces se le atoje, no fueron la oposición, ni la CIA, ni el Espíritu Santo; fue el propio régimen quien lo hizo, pero lejos de acatar la decisión del Soberano, se empeñó en desconocerla con las acciones mencionadas anteriormente.

Tan sensible está el régimen a la repulsa ciudadana que cualquier cosa lo pone guardia. El cuasi-adolescente berrinche en que montó el Jilliri Irpiri tras enterarse que hay otro personaje ocupando el primer lugar en audiencia en la red Twitter, es un caso digno de diván considerando que el sujeto está próximo a cumplir 60 años. Pero, lejos de causar indignación, dicha actitud más bien ha inspirado lástima.

Hay cosas peores, podríamos apuntar. En su afán por desviar la atención –Banco Unión, por ejemplo- y, Presidencia y Ministerio de Gobierno, en acción coordinada se declaran víctimas de una conspiración orquestada por diplomáticos que, según el régimen, tendrían que pedir permiso hasta para el color de corbata que deben llevar. El Ministro de Romero es un campeón para inventar intentos de magnicidio -lo hace cada vez que las papas queman- exponiéndose, inclusive, al ridículo, como cuando “reveló” que una adolescente quería acabar con la vida del Excelentísimo. Y así, de papelón en papelón.

En lo que nos concierne por estos días –el plebiscito del 3 de diciembre-, el nerviosismo del régimen ha sido la tónica de la coyuntura. Querer repetir el engaño de 2011 sólo le ha traído una ola de repulsa ciudadana similar o mayor a la expresada el 21-F. El botón de muestra que las anteriores elecciones dejaron al país es el desastroso estado de la justicia del “Estado plurinacional”. Astutamente -¿creen que la ciudadanía es estúpida?- dicen que ahora la cosa será diferente.

A ver, si has usado las mismas mañas para la “preselección”, es decir meter a tus llunkus -¿le suena un tal Pastor Mamani?- y beneficiarlos con un cargo en la Magistratura aunque consigan menos votos que los que se reúnen para un consejo estudiantil, la cosa no puede sino tener el mismo resultado: el desastre. Ahora, si por diferente entendemos “peor”…
Para colmo de su aturdimiento, el régimen ha sufrido el llamado “efecto búmeran”. En uno de los casos referidos, comenzaron a circular decenas de fotos de miembros del Gobierno en compañía de “agentes del Imperio”.

Sobre el plebiscito del subsiguiente domingo, tres cuartos de lo mismo. La descomunal campaña del régimen contra el voto nulo no ha hecho más que expandir la consigna mucho más allá de lo que los grupos ciudadanos –con contados recursos- soñaron llegar.
Y con el pronunciamiento conjunto de cinco importantes líderes políticos, el círculo parece completarse: ciudadanía y expresiones políticas democráticas –más una manito del régimen- el voto nulo (y, eventualmente, el blanco) ha ganado un espacio inmenso que, seguramente, se verá plasmado en la votación del 3D.


Dicho en otros términos, el régimen se verá eclipsado por el nulo.

miércoles, 8 de noviembre de 2017

Una estatua ecuestre para el Jefazo


¿Se necesita ser psiquiatra para caer en cuenta de que el señor Presidente ha ido perdiendo, progresiva e irremediablemente, la chaveta? Con el debido respeto a los galenos de dicha especialidad, me tomo el atrevimiento de responder que no. Son tan evidentes los signos de chifladura del sujeto que podría alegarse “insanía mental” para declararlo “inhábil para ejercer el cargo” pero, para fortuna suya, esa no es una causal de cese de sus funciones –La CPE habla genéricamente de “impedimento”, y está claro que su condición de orate no le impide seguir haciendo de las suyas-.

En concreto, el aludido ha ido agudizando su ya manifiesta megalomanía hasta llegar a la fase delirante en la que se encuentra hoy por hoy. No es exagerado decir que este individuo se asume como ser inmortal y se sitúa muy por encima del resto de los humanos –literalmente, inclusive, si consideramos su cotidiana traslación en helicóptero como para dar a entender que hasta para inaugurar un tinglado, el ungido baja de los cielos-.

En su afán por la vanagloria personal, que parece ser su preocupación más importante, el señor mandó a construir un museo dedicado a su gallarda figura, allá en su pago natal, un repositorio que succiona recursos estatales consignados a su mantenimiento, recursos que estarían mejor justificados si se destinaran a una causa noble –no pongo “más noble”, porque dicho depósito no lo es en absoluto-. Ya se verá, cuando esta absurda época pase, qué hacer con dicha edificación aunque me adelanto a sugerir que habría que readecuarla para destinarla a centro de salud, por ejemplo.

En la misma línea, el Supremo ordenó demoler un inmueble patrimonial para erigir en su lugar un adefesio que seguramente en su enfermiza vanidad, epitomiza el descomunal poder que ha acumulado. Es la historia de “El bien amado” al revés: Odorico manda a hacer un cementerio esperando inaugurarlo tras la primera muerte en Sucupira y termina “inaugurándolo” en calidad de occiso al ser él el primer finado; en cambio, la pesadilla del Jefazo debe ser que sea otro y  no él quien ocupe la susodicha monstruosidad. Lamentablemente, no se podrá hacer mucho respecto de esa (s)obra cuando la democracia retorne a Bolivia. Ella  permanecerá como un mal recuerdo para nuestro país.

Su Excelencia se encuentra en estado de paroxismo y la más reciente manifestación del mismo ha sido su referencia a la Constitución Bolivariana (1826) para proyectar su deseo de ser gobernante vitalicio –él se ve a sí mismo en tal condición y sólo espera cumplir algunas “formalidades” para ratificarlo-.

Dicen que a los loquitos –éste es del tipo peligroso- hay que seguirles la corriente para no acabar policontuso. Sigámosle la corriente, entonces.

¿Sabe usted, señor Presidente, qué le falta para la gloria absoluta? Por supuesto, Gran Hermano: Una estatua ecuestre como las muchas que tiene Bolívar. ¿Cómo la quiere, Presidentísimo? Le voy a dar algunas opciones.

Según algunos conocedores de la tradición monumental, una estatua en la que el caballo se encuentra con dos patas, las delanteras, levantadas, significa que el jinete (en este caso, usted) murió en combate, en pleno campo de batalla; Si el equino tiene levantada una sola pata, significa que usted murió a consecuencia de las heridas que le infligieron en la batalla; y si el corcel tiene las cuatro paras sobre el suelo, significa que usted falleció de muerte natural.


¿Qué está esperando, Excelentísimo? Decídase de una vez. Debe hacerlo “cuestre lo que cuestre” (Les Luthiers dixit).