Hace mucho que dejó de asombrarme la astucia del régimen para volver a tomar aire cada vez que el agua le ha cubierto la testa. Pero lo de estos días ha superado, con creces, como se ha dicho alguna vez, la ficción kafkiana, haciendo de su autor un escritor costumbrista.
Que la independencia de poderes es un invento estadounidense. Que la alternabilidad es un arma de la derecha. Que los caprichos del Supremo están por encima de los derechos humanos. Que si Merkel puede, nosotros también… ¡Mucha dosis! ¡Párenla, por favor! ¡No nos avergüencen ante el mundo!
…Y la cereza de la torta –así no responda a un orden estrictamente cronológico-: El impresentable recurso abstracto de inconstitucionalidad para violar –con algo de mantequilla- la Constitución. Sí, desconocer la Constitución de la que el propio régimen se ufanaba de haberla impuesto –a bala, inclusive- sobre los “neoliberales”, sobre los “enemigos de la patria”, sobre los “proimperialistas” y sobre quién sabe qué otros malos bichos empeñados en legarles un país democrático a las futuras generaciones de bolivianos. Es más, proclamó la vigencia no menor a 500 años de la misma y, para ello, le puso candados más infranqueables que los que protegen la bóveda del Banco Central –donde, dicho sea de paso, “archivó” los emblemas presidenciales republicanos-.
Lo más grosero del asunto, antes de que el desubicado y alienado ministro de Defensa lanzara un exabrupto de colosales dimensiones (ver una de las frases del segundo párrafo), es que el régimen sustenta su disparate en los derechos humanos (que le asisten al señor Morales Ayma). ¿De quién fue la grandiosa idea? ¿A quién debo erigir el monumento a tamaña genialidad?
Pero, ¿qué (@&@¡0$ tienen que ver los derechos humanos con la ambición de un individuo de eternizarse en poder? Una cosa son los derechos humanos –inherentes a la dignidad de la persona- y otro los derechos políticos –fruto de la evolución de la sociedad democrática-. Podemos, incluso, atender el engendro leguleyesco como un recurso desesperado por forzar la vigencia de los derechos políticos de dicho individuo, pero en ningún caso invocar los derechos humanos para buscar tan avieso propósito.
Pongamos, entonces, que se trata de derechos políticos. Sin embargo, sucede que los mismos –además, sobreabundantemente estirados para beneficiar al caudillo- no son “naturales”, sino que emergen de acuerdos que se dan las sociedades democráticas y, así como tienen gran amplitud, también tienen límites acordados en cada Estado, por lo que hay diferencias entre unos y otros. Para el caso boliviano, el contrato social vigente determina el derecho a una reelección sucesiva, es decir que el periodo en curso ya es una violación a dicho contrato.
Algo más sobre la invocación a los derechos humanos: bajo tal argumento, Su Excelencia también podría reclamar el derecho que le asiste a postularse para Canciller en Alemania o para Presidente en Chile. ¿No ve que no contiene?
Es que, convendrá usted conmigo, el régimen es capaz de matar a su madre –lo está haciendo, literalmente, con la Madre Tierra- para ir al té piñata de los huerfanitos, apropiarse del contenido de la piñata y acusar al imperio de utilizar las piñatas para hacer sufrir a los niños.
Señores del Tribunal Constitucional: ustedes ya están de salida; ahora tienen una oportunidad extraordinaria para hacerlo con algo de dignidad, para poder volver a mirar a los ojos a sus hijos, para salir a la calle sin ser repudiados. Sean, por una vez, probos.