Si por algo hay que agradecerle al régimen en estos casi once años de iniquidades, es por haber proporcionado al universo una pléyade de personajes en busca de autor que refulgen en el firmamento; cada quien a su turno y con su respectiva ocurrencia, a cual más grosera.
Lo curioso del asunto es que fue precisamente uno de
estos sujetos quien acuñó el nombre de la hipotética pluma que novelaría las
aventuras, desdichas e imposturas –las suyas y las des colegas-: en un picante
intercambio de mensajes telefónicos con la novia de su jefe, lo denominó “Borgues”,
una suerte de Borges alter-nativo que se ocuparía tanto de sus fortunas como de
sus miserias.
En este instante, Borgues está anotando que en tiempos de
la justicia “neoliberal, imperialista y vendepatria”, los dos patriarcas del
Estado plurinominal (y los secuaces de uno de ellos) fueron beneficiados por
sendos fallos que los habilitaron para continuar con sus carreras políticas
hasta asumir el poder sin visos de querer soltarlo mientras no queden en
calidad de osamenta.
En efecto, El Tribunal Constitucional neoliberal ordenó
la restitución del curul parlamentario al cocalero desaforado, entre otras
cosas por faltón, con el goce con carácter retroactivo de su dieta. Asimismo,
la “justicia colonizadora” benefició con la libertad al entonces terrorista
porque su caso había caído en retardación; sus fechorías quedaron en la
impunidad y hoy, desde su alto cargo, se permite dar lecciones de moral y
buenas costumbres.
Borgues medita sobre ello porque con todo lo cuestionable
que pudiese haber sido el sistema judicial del período democrático republicano,
éste fue infinitamente más equilibrado que el que, a título de “revolución
judicial”, mediante la aberrante “elección de magistrados”, diseñó el régimen
para tener una justicia sumisa a sus designios y sin posibilidad de actuar con
un mínimo de autonomía, como se patentizó en los juicios al tribuno Gualberto
Cusi y a dos de sus colegas.
Y así, de soslayo, Borgues, que no tiene que hacer mucho
esfuerzo para construir sus personajes porque éstos están prácticamente
(contra)hechos, sigue en su tarea de observador.
Borgues ha visto cómo, en un acto de total descaro, luego
del mega escándalo de corrupción en el FONDIOC, al régimen no se le ocurrió
mejor idea que la refundarlo… y lo primero que hace es posesionar como su
director a un sujeto –muy escrupuloso él- que oficializaba, papel membretado y
todo, los diezmos que obtenía de los contratistas que empleaba cuando manejaba
otra institución plurinominal.
Con asco y pesar, don Borgues ha apuntado el caso de un
degollador de canes, apologista de la tortura y –nos venimos a enterar- padre desnaturalizado
e irreponsable que, ¡válganos!, llegó a ocupar por algunas horas el cargo de
Presidente subrogante del país. Hoy se desempeña como ministro.
Para no ser malagradecido con el personaje que le dio
entidad, Borgues le dedica unos guiños protagónicos en su obra “Borguivia”.
Detecta en él una privilegiada vocación por la mala leche y cuenta que -como si
él mismo hubiese provocado el paro de los choferes con el sólo objeto de
posponer la lectura de sentencia en contra de la novia del régimen- el mismo
día en que, con saludo militar incluido, era posesionado como embajador
tropicalísimo, que no amazónico, la dama en cuestión escuchaba la condena a la
que será sometida por aceptar regalos de ostentosa cuantía y no saber explicar el
origen de los mismos; salvo por un cuento chino que nadie supo tomar en serio,
como no pudo hacerlo con una “entrevista” patrocinada por el propio régimen.
En fin, Borgues seguirá obteniendo el generoso material
que le otorga la propia realidad, ahora más sorprendente que la ficción.