Amable lector(a): si está usted suponiendo que el tema de
esta columna es la carencia de título del que ya sabemos, permítame
defraudarlo. Sobre el particular ya me pronuncié en una anterior entrega
señalando que el problema no es el no tenerlo –condición muy extendida-. El
problema fraguar documentación para pasar como titulado al grado de filiarse
como “licenciado” en la cédula de identidad –y encima, echar la culpa de ello a
subalternos del sistema de identificación-.
Salvado este detalle, se me ha ocurrido jugar con el
título para graficar de alguna manera las trampas del lenguaje que,
adecuadamente empleadas, se pueden prestar a los más aventurados análisis
lógico-semánticos. Y porque algo de ello hay en ciertas citas –veremos algunas
de ellas- proferidas por ciertos operadores del régimen.
A ver, ¿cómo se llama esta entrega de la columna? “Sin
título”. ¡Ajá!, o sea que no tiene nombre. No, ¡lo tiene! Y éste es
precisamente “Sin título”. Por eso… no tiene nombre. Y así sucesivamente…Nos
encontramos en una suerte de regreso infinito o bien en un círculo lógico a la
manera del trilema de Münchhausen.
Cosa similares, más bien paradojas lingüísticas, se han
estado escuchando de los anteriormente
aludidos. Declaraciones que, por su inconsistencia, parecerían reflejar el
agotamiento discursivo del régimen. Por esta misma razón un nombre alternativo
de estas líneas sería “No hay palabras”, al no haber ya términos para
caracterizar la chapuza gubernamental. Esta decadencia del poder, en sus
expresiones, puede admitir, desde el lado del observador, la calidad de
inefabilidad. He sometido, como decía, algunas de ellas a la prueba de
consistencia.
Comencemos con un par de cosas del mismísimo jefazo
quien, con la misma soltura ha afirmado que tuvo un hijo (que murió) con su
exnovia platinada y que tal niño nunca existió (lo atribuyó a un engaño). Sin
entrar en otras consideraciones –un certificado de nacimiento firmado por SE,
por ejemplo- hasta podríamos aceptar como entendible que una arpía hubiera timado
al tonto más poderoso del país. El asunto, sin embargo, se complica cuando,
hablando en tercera persona de sí mismo –inequívoca señal de megalomía- dice
que eso es prueba de que “El Evo nunca miente” y aunque tenemos memoria de
varios embustes, de variado calibre, suyos, en este particular caso, cualquiera
que sea la premisa verdadera, la otra, necesariamente, es falsa, así sea con
los matices entreparentados. Ergo, Evo miente. Hay un ejercicio simpático con
la enunciación “Todos lo cretenses siempre mienten”, dicho por Epímedes,
cretense, a la sazón.
Otra declaración grosera del Supremo ocurrió cuando
anunciaba el retiro del ominoso cerco de la plaza Murillo, tachando como
“golpistas” a los marchistas del TIPNIS y los -¡por favor!- a los ciudadanos
con discapacidad. Más reciente es su ocurrencia de derivar la solicitud –clamor
ciudadano- de amnistía para los presos políticos, los exiliados y los
perseguidos por el régimen (nótese que no entrecomillo los adjetivos) a la
justicia. Mayúsculo disparate y no, en este caso, porque tal justicia sea un
apéndice del Ejecutivo, sino porque la amnistía es un recurso extremo cuyo
decreto o no está en manos del Jefe de Estado.
Más obscenas aún han sido las expresiones del señor
Quintana respecto de los ciudadanos con discapacidad, indicando que la
percepción de una renta les afectaría en su dignidad. Aplicando este
quintanesco criterio, tenemos que cada vez que un escolar, una mujer gestante o
un anciano reciben sus correspondientes bonos pierden dignidad. ¿Golpear, encarcelar y lanzar chorros de agua fría a los menos
favorecidos los hace dignos, entonces?, pregunto…
PD: Si se le ocurre otro título para esta columna “sin
título”, hágamelo llegar a pukareyesvilla@gmail.com Gracias.