“No me toquen el Pacto de
Unidad”, advirtió el Presidente del neonato en el tiempo de la historia -y
sostenido con respiración artificial- “Estado Plurinacional” durante el informe
que, con motivo del centésimo nonagésimo –equivalente a la juventud biológica
del individuo- aniversario de la creación de la República de Bolivia
(cambiando, con buen criterio, el original “de Bolívar”), salía al paso de los
cuestionamientos que sobre dicho instrumento del régimen están circulando, con
cada vez mayor frecuencia, en la prensa independiente.
El denominado “Pacto de Unidad”
–o le que queda de él- es el trípode–estructura sindical de llamado
“Instrumento para la Soberanía de los Pueblos” (IPSP) que sostuvo con
monolítica solidez al régimen durante sus primeros años. Es responsable, entre
otras cosas, de la adopción de la discutible categoría “sujeto
indígena-originario-campesino” y del cerco para la aprobación del proyecto de
Constitución Política del estado en su versión “La Calancha”, que luego fue
morigerado en sus versiones “Lotería” y Congreso Constituyente.
Con el paso del tiempo, el PU
se convirtió en un conglomerado multifuncional que bien puede fungir como grupo
de choque, como rellenador de desfiles, como operador burocrático o como dispensador
de represalias, merced a su organización de tipo sindical y a la relación
prebendal que sostiene con el régimen. Sus organizaciones tienen cuotas bien
definidas en el Gobierno.
El escándalo originado en la
megacorrupción dentro del Fondo de Desarrollo Campesino, la entidad más visible
del cuoteo en favor de organizaciones del PU develó, como en otras instancias
del oficialismo, la existencia de redes de desvío de los recursos públicos
asignados a proyectos entre inconclusos y fantasmas como forma de movilidad
social de ambiciosos dirigentes “originario-indígena-campesinos”. Algunas
cabezas han rodado, pero las principales parecen contar con un fuerte blindaje
(palabra cara al régimen) provisto desde la cima del poder.
Para que desde esa cima se manifieste
la intocabilidad del PU tiene que estar quitándole el sueño la posibilidad de
que haya muchos FONDIOC más y el ya frágil sostén que brinda el trípode acabe
por venirse abajo. Lo curioso es que el propio señor Morales lanzó munición
menuda a los “ioc”, primero, a propósito de las autoridades judiciales
“elegidas” por voto universal (“en vano incorporamos ponchos y polleras”) y
luego, con motivo de la resistencia a la explotación de hidrocarburos en áreas
protegidas (“el movimiento indígena ya no es una reserva moral”).
A propósito, lejos de visiones
rousseaunianas, traigo una cita de mi autor de cabecera, Fernando Savater: “No
debemos olvidar que el tiempo de las sociedades es largo y el de las personas
breve, que cada uno de nosotros está socialmente constituido por el mismo
tejido que trata de reformar, que nunca habrá realmente tal cosa como un
‘hombre nuevo’, sino sólo novedades relevantes al alcance del hombre”. Y si la
estructura del régimen está a punto de colapsar, su tejido tiene principios de
gangrena.
En los regímenes de corte autoritario,
sin embargo, la tendencia ante el debilitamiento es a incrementar la dosis de
autoritarismo como recurso último de permanencia en el poder; podríamos estar transitando, entonces, de una
democracia residual, que es la que está aún en curso, a una dictadura pactada
apoyada en un “pacto de impunidad”, cuyas nuevas manifestaciones (la
sistemática acción contra periodistas y ong’s, por ejemplo) ya se hicieron
sentir como torpe método de acallamiento de la crítica y su consecuente recorte
de derechos civiles y políticos.