De manera excepcional, y con la venia de mis respetables
lectores y lectoras, haré mención de un episodio personal por tener éste
vínculo con el sentido de las líneas que irán a continuación.
La anterior oportunidad que publiqué la frase que da
título a este artículo –“(Hoy) puede ser un gran día” (en la red social),
título, a su vez, de una gran canción de Joan Manuel Serrat- no lo fue tanto:
fue el día en el que el órgano –al que yo llamo “pianola”- electoral dio el
golpe que puso a la democracia al borde del abismo.
Abatido por dicho atropello –mi condición de ciudadano me
hace muy sensible a los abusos de poder- la bilis emanaba, espesa, desde las
profundidades de mi delicado hígado. La impotencia me invadió.
Para alivio de mis entrañas y para infortunio de quien
habría de coincidir en mi camino, estaba por ocurrir un giro en mi estado de
ánimo, así fuera de carácter puramente testimonial.
Pocos lugares como un aeropuerto para que gente de toda
ralea se entrecruce una con otra; y mi persona se encontraba en uno de ellos
cuando, de pronto, reconoció a uno de los vocales electorales en misma fila que
la suya. Sin pensarlo dos veces, llamó su atención y le increpó, ante la mirada
aprobatoria de otros pasajeros, por tanta desfachatez del mentado “órgano”.
Cuando las vías regulares se encuentran bloqueadas por
acción del poder, la sanción social comienza a ser ejercida; y se me antoja que
se están generando las condiciones para hacerlo.
Hoy vuelvo a decretar que este domingo puede ser un gran
día, esperando que efectivamente concluya sin desagradables sorpresas porque,
salvo error u omisión (me guío por las sucesivas encuestas y por mi propia,
aunque subjetiva, percepción) la suerte está echada, esta vez en contra del
régimen.
Sorteando todas las amenazas y los obstáculos puestos por
el régimen a través de su apéndice electoral, la oposición, en sus distintas
denominaciones, llega con una considerable ventaja al segundo tiempo
(considerando las nacionales como el primero) y se aguarda que sea ratificada
en el marcador final.
Mientras el árbitro no invente penales ni arregle
resultados en mesa, como es su costumbre, el escenario político cambiará drásticamente
al término de la jornada dominical.