De amplia aplicación, aunque la palabra suene algo añeja,
“regente” es la persona que ejerce cierta autoridad en nombre y con el
consentimiento de una tercera. Así pues, la referencia más próxima que se nos
viene a la mente es la del regente de una escuela que, evidentemente, ejerce
autoridad en nombre del director quien, más abocado a tareas de orden
académico-administrativas, deja para aquel el trabajo menos amable,
generalmente el disciplinario. Antes que respetada, su presencia es, más bien,
temida.
Ocurre que, con cada vez mayor evidencia, se está revelando
que el Estado Plurinominal tiene, delegados en diversos ámbitos, a sujetos en
calidad de regentes para, según el caso, evitar disidencias, censurar,
disciplinar, intervenir, espiar, atemorizar o, finalmente, castigar. Todo ello
en nombre del Jefazo.
El primer indicio de la presencia de regentes plurinominales
lo sacó a luz Raúl Peñaranda, en su libro sobre los medios paraestatales, detallando
la acción de uno cuyo trabajo excede el del dictado de contenidos e incursiona
en los “negocios” de “adquisición” de alguno de ellos y la cooptación de otros.
Más evidente es el papel del regente del órgano electoral
–mismo al que debemos la denominación de “Estado Plurinominal”-, compañero de
aventuras, desventuras y disfrute del poder del Khananchiri y hombre de entera
confianza del mismo. Cuentan buenas y malas lenguas que nada se hace al
interior del TSE sin su venia y que está obsesionado con, algún día, poder
censurar contenidos en las redes sociales, con lo que agradaría infinitamente a
su (co)mandante.
Y sin estar hasta ahora muy conscientes de ello, nos venimos a enterar
que la cultura había tenido también un regente pluri, quien tiene por misión
aplicar mordaza (censura) a aquellas manifestaciones que a su juicio
disgustarían al capo de tutti capi.
Tengo la impresión de que utilizando métodos disuasivos
–premios, contratos, viajes- la regencia plurinominal mantiene satisfecha a una
buena parte de los actores culturales del país que, complaciente, mantiene un
silencio cómplice ante la frecuentes restricción a las libertades impuesta por
el régimen, una de ellas –la de expresión- cara a artistas e intelectuales.