Todo aquello que como convencidos de la posibilidad de avanzar en la construcción del Estado Derecho –con importantes pasos dados en la institucionalización de las entidades pública, por ejemplo- deploramos, en lo que considerábamos una etapa superada de la política en nuestro país, ha tomado forma en lo que va del llamado “proceso de cambio”. Y lo ha hecho sin mayor trámite, retroalimentándose en su propia toma del poder total.
Torpemente al principio, y con pasmosa naturalidad a la fecha, el régimen ha ido destruyendo toda figura de institucionalidad democrática que ha encontrado a su paso y van en camino de consumar su obra.
La tramoya montada para hacerlo ha consistido en ir fundiendo el partido (MAS) con el Estado al punto de no poder separar uno del otro, estableciendo la identidad Estado=partido, partido=Estado.
Nada nuevo, por otra parte, aunque con ingredientes que, como lo mencionara la publicación Nueva Crónica, “Con un agravante: el carácter informal y hasta ilegal de algunas de las corporaciones más importantes del MAS –los cocaleros y los cooperativistas mineros– se traslada al ámbito de los poderes del Estado y al sistema electoral que quedan configurados a su imagen y semejanza”.
Esta (con)fusión Estado/partido/partido/Estado, puede describirse claramente a partir de acciones que órganos del Estado/partido/partido/Estado se encargan de cumplir: el Judicial, persiguiendo y extorsionando a opositores, el Constitucional, habilitando la candidatura anticonstitucional del dueño del caudillo, y el Electoral justificando (autorizando) la conversión de los consulados en oficinas del MAS.
Asfixiando e inviabilizando expresiones políticas alternativas a la suya, el Estado/partido/partido/Estado persigue la imposición del “partido único”, aberración conceptual por donde se lo mire.
El término “partido”, deriva precisamente de “partes” – unas en competencia con otras-; una inconsistencia lógica que se disfraza eufemísticamente para encubrir la verdadera naturaleza de la bestia: el totalitarismo. Cuba suele ser mencionada como caso paradigmático en esta materia.
Vuelvo a citar a Nueva Crónica: “Mientras la oposición finge que aquí subsiste un sistema democrático de partidos, el partido de Estado avanza en su proyecto de poder sin mayores contratiempos”.
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