jueves, 10 de octubre de 2013

Octubres





Luego de los dos últimos coletazos del militarismo, un octubre, el de 1982, se abrieron ampliamente las puertas de la democracia en nuestro país. Se acababan, así lo creíamos, para siempre, las persecuciones políticas, el terrorismo de Estado, el exilio, la censura de prensa… y comenzaba, así lo deseábamos, for ever and ever, la era de la libertad, del Estado de Derecho, de la independencia de poderes, de la alternabilidad en el poder, de las elecciones limpias – de la institucionalidad democrática, en suma- de las equidades, de la inclusión…

La persecución, el exilio, la tortura, la “desaparición” y el asesinato como prácticas habituales de regímenes dictatoriales habían dejado una profunda herida en las familias bolivianas –la mía sufrió el exilio de nuestro padre-.

Con toda la carga de décadas de autoritarismo y de las debilidades estructurales propias de una sociedad en (trans)formación, a diferentes ritmos, las reformas –el tiempo del cambio en democracia- se fueron dando: rápidamente, la gente ya se podía reunir y la prensa ejercer la libertad; más lentamente, se institucionalizaban entidades como la Corte Nacional Electoral y la ciudadanía recobraba la confianza en ellas; con menos velocidad aún, se iba dando pasos importantes en materia de equidad e inclusión, la Participación Popular, por ejemplo –negar que estaban en curso procesos de cambio es, cuando menos, una grosería-.

Otro octubre, el de 2003, bajo la acción de los denominados “movimientos sociales”, desgraciadamente, comenzaba el camino de vuelta a los días del autoritarismo, cuyas manifestaciones están, de manera más “sofisticada” que en tiempos de las dictaduras –en el sentido clásico del término-, acabando con todo vestigio de disenso.

Hoy, los exiliados se cuentan por centenas, la guillotina judicial ya ha hecho rodar decenas de cabezas, los medios están o al servicio del régimen, o amordazados o autocensurados aunque, para aparentar, se dejan pequeños resquicios para el desahogo de los demócratas.

Testimonio: hace diez años, durante la subversión de los “movimientos sociales” (como lo confiesa Felipe Quispe en su libro) mi sentido democrático me mantuvo del lado de la institucionalidad –no obstante haber votado siempre contra el mandatario de entonces-, pero mi sentido humano hizo que acudiera en auxilio de quienes resultaron heridos, alteños en su mayoría –algunos “sin arte ni parte” en el asunto; otros, arrastrados (utilizados) como “carne de cañón” por inescrupulosos agitadores-. Doné mi sangre y compré gran cantidad de suero que el periodista Richard Sánchez me ayudó a llevar al Hospital.

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