Ni documentos de dominio público, ni sellos postales emitidos por el propio régimen, ni pronunciamientos de los garantes (veedores) de organismos multilaterales, ni la declaración del propio involucrado –reproducida generosamente por los medios-, ni el sentido común y, lo más importante, ni las propias prescripciones constitucionales y de normas adjetivas, impidieron que un Tribunal Constitucional sometido a los designios del poder resolviera dar vía libre para que Evo Morales postule a una eventual re-reelección.
El forzado argumento del TCP es que a partir de la entrada en vigencia de la Constitución masista hubo un “borrón y cuenta nueva” en el registro de la historia del país, criterio que me dejó perplejo por las consecuencias jurídicas que conlleva una sentencia de tal dimensión.
Lo que ha hecho en rigor dicho tribunal ha sido “liberar” a su jefe de su obligación de cumplir y hacer cumplir la Constitución, así como de su compromiso público de renunciar a la repostulación una vez concluido su segundo –y vigente- periodo presidencial.
Esta figura es parcialmente análoga al “ya no tengo las manos atados” con el que Gonzalo Sánchez de Lozada rompió unilateralmente el compromiso del MNR de apoyar a Banzer en las elecciones de 1989. Sánchez candidateó por el MNR, ganó las elecciones… pero no fue Presidente. Más adelante, sí lo hizo –con éxito, hay que admitirlo-, pero su segundo periodo quedó inconcluso por la acción sediciosa de quienes ahora, circunstancialmente, gozan del poder.
Morales ya no tiene “las manos atados” y va por más, con acentuados rasgos de eternización en el poder, así tenga que pasar por encima de las normas –“meterle nomás”- y del honor. Pero, en el afán, está perdiendo los papeles: rodeado de un entorno complaciente, ha cerrado toda posibilidad de crítica a su infalible persona.
Ahora sucede que tanto él como su segundo de abordo son “innombrables” bajo riesgo de quien pronuncie sus magníficos nombres en sentido crítico pueda ser convertido en estatua de sal y condenado a arder en el infierno pachamámico por toda la eternidad.
Rafael Rojas en el más reciente número de Nueva Sociedad, escribe: "La esfera pública y el campo intelectual, en los países gobernados por estas izquierdas (neopopulistas), reemplazan la noción marxista de crítica por el concepto teológico de apología".