No sé si yo me cruzo en su camino o ellos en el mío. Cierto día, mientras comía una llaucha por la calle, prácticamente me choqué con el corrupto Santos Ramírez quien se suponía que estaba entre rejas. Comenté el hecho a través de las redes sociales, y en minutos era noticia nacional y las autoridades carcelarias salían a dar apuradas “explicaciones”.
Algo parecido me sucedió la noche del 17 de diciembre de
2010. Caminando por la plaza España, casi me doy de cabeza con el fiscal
Marcelo Soza. Al día siguiente, lo hice constar colocando una fotografía y un
comentario: “Anoche, justo
mientras los medios daban a conocer la lista de los 39 (imputados en el caso
“terrorismo”), me crucé en la calle con este personaje. Hablaba por celular y
soltaba sonoras carcajadas....”.
Con el paso del tiempo,
esas risotadas cobraron sentido: era como sacarse el gordo de la lotería, ¡39
sujetos a quienes extorsionar!. Mientras, la figura mediática del “afortunado”
operador del régimen crecía en influencia hasta que una grabación puso en
evidencia el abyecto proceder suyo y de el entorno que gubernamental que tramó
el caso “terrorismo”.
Las carcajadas quedaron
atrás y el hombre ha puesto los pies en polvorosa: sabe demasiado y el Gobierno
sabe que sabe demasiado. De niño mimado podría pasar “buscado vivo o muerto”
-¿le suena esta frase?-.
Es que, más allá del
maquillaje discursivo del régimen, las entrañas del monstruo están en
descomposición producto de la podredumbre ocasionada por su insaciable sed de
poder, borrachera incluida.
Ejecuciones
extrajudiciales, siembra de “pruebas”, extorsión a manos llenas, soborno y terrorismo
de Estado son parte del festín con el que el Gobierno hizo su propio “vivir
bien”, a costa de la violación de los derechos humanos, y del dinero ajeno.
Ahora, el régimen se
encuentra en una embara-Soza y vergon-Soza situación: la estantería se cae y
los ajustes de cuentas dentro de la mafia se están haciendo frecuentes.
De nada le servirá invocar
al neoliberalismo, al imperialismo, a la oligarquía, a la Iglesia, a la prensa
o a la “embajada” para zafarse del pantano en el que se encuentra.
Está con el lodo hasta el
cuello y con las entrañas putrefactas. Imposible disimularlo.