Vengo sosteniéndolo desde los infaustos sucesos de Chaparina cuando el “Estado Plurinacional” arremetió precisamente contra aquellos en cuyo nombre decía gobernar: indígenas y “pachamama”: “El régimen perdió irreversiblemente todo su capital simbólico”.
El capital político, sin embargo, es reversible, va y viene. Con altibajos en su acumulación, el proyecto de poder masista mantuvo a la sombra, celosamente cuidada, la sofisticada fuente de su sustento: una red delincuencial instalada casi a la par de su toma del Estado.
La providencial mano de Hollywood derivó en todo lo que se conoce hasta ahora y en lo que aún falta por conocer de la mafia gubernamental.
Desportillado una vez más, tal como le sucedió por hechos de similar naturaleza, supuso que con alguno de sus recurrentes trucos la atención de la opinión pública se habría de dirigir a donde sus “spin doctors” (los prestidigitadores, para el caso) la condujeran.
Si los trucos funcionaron lueguito de casos como los de Santos Ramírez o René Sanabria, ¡por qué no tendrían que hacerlo con este!, pensarían.
Enseguida, se echó mano del comodín marítimo y el Vicepresidente montó una rabieta en contra de Chile… y el ciudadano seguía hablando sobre la red de extorsión.
Perplejo, el régimen apostó a una carta infalible: la expropiación, esta vez de las filiales de Iberdrola en el país… y el respetable público no pisó el palito. El efecto más bien parece contrario al deseado, es como si se hubiera disparado en la pierna. Los trucos parecen haberse agotado.
Paralelamente, al mentor del caudillismo del Siglo XXI, Hugo Chávez Frías, también los trucos se le acabaron… deja un país absolutamente dependiente de su presencia física porque en ella se concentró el poder absoluto. El retorno de Venezuela a la democracia no va a ser una taza de leche.
Podrida la esencia del llamado “proceso de cambio” y desaparecido su sostén internacional, el capital político de Morales y compañía está más comprometido que el pilar de El Alcázar.
Con Venezuela como ejemplo de lo que no debería ocurrir a ningún país –la dependencia absoluta de un caudillo-, Bolivia está aún a tiempo de curarse en salud y permitirse una transición no traumática hacia la democracia.
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