Desde que al Vicepresidente se le ocurrió decir que anota
los nombres de quienes “insultan al Presidente Evo”, el lenguaje “florido” ha
proliferado en las redes sociales, ridiculizando la advertencia del hombre.
La provocación del número dos ha tenido, en mi criterio,
un efecto lógico, natural incluso: al sentir amenazada su libertad de
expresión, los ciudadanos salieron a la red con una dosis de desafiante
sarcasmo, poniendo, más de uno su nombre a disposición de la lista de “vici-tas”.
La oportunidad ha servido también para incursionar en la
ontología del insulto (¿qué es, a final de cuentas?), la arqueología del
insulto (rescate de sabrosos términos que, francamente, ya no califican con
insultos), la etimología del insulto (¿de dónde proviene tal o cual
expresión?), etc. etc.
El ingenio criollo ha salido a relucir, jocoso, punzante,
sarcástico. Así pues, en descomunal desfile de “palabrotas” aparecieron
vocablos de gruesa jaez, unas vigentes, otras en vías de extinción, otras remozadas…
sabrosas todas. Un arsenal de ocurrentes groserías explotó en las redes sin
causar bajas.
Al fin y al cabo, pura convenciones que incluso causan gracia. A mi juicio, lo verdaderamente insultante no son las convenciones lingüísticas, sino las acciones de personas o regímenes que nos toman por pendejitos descriteriados.
¿No es acaso un insulto a los bolivianos atribuir flojera a los cambas? ¿No es acaso un insulto a los bolivianos profanar un monumento considerado sagrado por culturas del lugar para celebrar una boda política? ¿No es acaso un insulto a los bolivianos decir que no hay cárteles del narco en el "Estado Plurinacional"? ¿No es acaso un insulto a los bolivianos mandar a tu hijita a la Embajada en Alemania con nana y todo y luego someter a esclavitud a la nana? ¿No es acaso un insulto a los bolivianos inventarse una "consulta" y forzar un resultado para justificar la destrucción del TIPNIS?...