jueves, 18 de agosto de 2011

Inexistencia del orinoca


Con mayúscula, Orinoca es el centro del universo, el lugar que vio nacer al Mesías de la coca; no me ocuparé de tan místico sitio. Mi alcance es ciertamente más modesto, más profano, y cuando empleo el vocablo en su versión minúscula lo hago en tanto recurso nemotécnico para recordar el nombre del engendro teórico forzadamente designado por los términos que lo componen para dar entidad a un inexistente sujeto social: “originario-indígena-campesino” que no es el orden en el que figuran en la Constitución junto a otras ocurrencias por el estilo pero, ya se sabe, esto no altera el producto.

Se sabe que el orinoca es resultado de una reducción al absurdo, astutamente acuñada por el llamado “pacto de unidad” en la Asamblea Constituyente para contentar a unos y otros que querían verse “reconocidos” en el texto, prácticamente pulverizando la noción de ciudadanía, tan cara a la vida en democracia. Semejante perla estaba condenada a sucumbir ante la prueba de la realidad que no se conduele con proceso de cambio alguno.

Ya de principio era insostenible: Un indio navajo en la ciudad de Cochabamba, lo más que puede conservar es su indigenidad, puesto que para “originario” de la llajta no calificaría y el entorno urbano no le daría para darse de campeche. Un agricultor mestizo es técnicamente un campesino, más no un originario o un indígena… y así para otros casos. Si encima, también por reducción al absurdo, antropológica esta vez, el asunto de ser indígena o no serlo es, in extremis, un asunto de autoidentificación, estamos jodidos. Ocurre así que un postulante que no habla ninguna lengua indígena, figura como tal en el espacio destinado a la candidatura orinoca del órgano judicial.

La imposibilidad del orinoca se ha visto en su máxima desnudez estos días cuando un tipo de campesino, el depredador cocalero valluno, avasalla el hábitat de un tipo de indígena que, a su vez, niega el símbolo impuesto de los “originarios” de occidente. Todo, menos ciudadanía.

Estamos entrando en un momento en el que lo alternativo y viable vuelven a ser los valores republicanos, la restauración democrática, la independencia, autonomía, imparcialidad y neutralidad de la institución electoral, el Estado de Derecho, la ciudadanía…





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