viernes, 12 de febrero de 2010

¡Qué aguafiestas!




Aprovechándome de dos circunstancias menores, venía pergeñando el hacer caso omiso del grosero espectáculo que brinda el régimen a un anestesiado público que parece haber perdido el poder de interpelación hacia aquel. Pero, dado que lo he mencionado, seguramente usted querrá salir de la duda, de modo que señalaré cuáles son las pequeñeces que ya no me permitiré abordar: ambas tienen que ver, de alguna forma, con el agua.

La primera es que esta columna, Agua de Mote, cumple, con la presente entrega, doce años de ocupar este espacio –me refiero al espacio en La Razón- sin haber dejado de publicarse ni en fiestas de guardar. Algunos centímetros cuadrados de papel –y desde hace una década, también de pantalla- a través de los que esta firma honra la libertad y provoca a sus anchas, y lo seguirá haciendo hasta que, probablemente, a los totalitarios se les ocurra que no cumple la función económico social y me lo expropien para que algún monigote funcional a sus designios lo ocupe. Quería, a propósito de este aniversario, versar sobre el género columna y sus perendengues; no queda más que postergar el deseo. Por tanto, al respecto, no hay nada que celebrar.

La otra circunstancia, también acuosa aunque en sentido más físico, es la época carnavalera, la del desenfreno y el exceso; propicia también para que, mientras la población baila y juega con líquidos en general, los totalitarios cometan sus fechorías políticas sin mayor resistencia. Tenía pensado describir las Saturnales, fiesta de la antigua Roma dedicada al dios Saturno que puede ser considerada como uno de los antecedentes del carnaval tal como lo conocemos ahora. Tampoco podré hacerlo; probablemente lo haga dentro de un año, por este mismo tiempo, si las cosas cambian.

¡Es que han proliferado los aguafiestas!. Lo han hecho, para culminar su tarea de liquidar todo vestigio de democracia que aún quedara, evacuando la tal “Ley corta”, discreto eufemismo que, en los hechos, no es más que la consumación de un golpe de Estado que otorga poderes especiales, extraconstitucionales, al Príncipe. Y lo hacen, forzándonos a presenciar un culebrón de pésimo gusto que, sin embargo, tiene la virtud de desnudar las miserias del “proceso de cambio”; si no, ¡fíjese en la impostura de los mil adobes!. Si fuera una genuina forma de administrar justicia, se habría procedido de la misma manera la vez anterior que el infractor fuera sorprendido cometiendo la misma falta, pero en aquella oportunidad “la comunidad” no dispuso que el Sr. Patzi elabore ni medio adobe. Es que entonces no era candidato a nada y no había distribuido, por adelantado, las pegas. ¡Fariseos!


Como usted ve, amable lector, así no hay manera de celebrar nada.

1 comentario:

Choquehuanca Müller dijo...

La pasión de los bolivianos por los carnavales es, a todas luces, exagerada. Como todo país pobre, desinstitucionalizado, con autoridades abusivas y con futuro incierto, nos aferramos a lo efímero y a lo festivo. Sin embargo, el talibanismo masista es tan profundo que la Ley corta igual podría haberse aprobado el 6 de agosto, con banda y desfile militar y a las grandes mayorías de este país igual les hubiera parecido acertado y oportuno. Felicidades por los 12 años