La primera jornada del mandato gubernamental de don Rodrigo Paz Pereira tuvo dos elementos externos que marcaron aquel día: la copiosa lluvia que enmarcó la posesión, durante la mañana, y el “saludo” luminoso con que el GAMLP honró al nuevo Presidente durante la noche.
Lejos de deslucir el
evento, tal como el propio gobernante lo refirió en su discurso -no estaba
previsto que lo hiciera horas antes, lo que dice bien de su capacidad de
improvisación, en el buen sentido del término- la precipitación fue
interpretada como una “limpia” del estropicio que dejó el antiguo régimen.
Quedó simpático el gesto
edil de resaltar el apellido paterno de Primer Mandatario omitiendo el artículo
del nombre de nuestra ciudad; duró unas horas y fue suficiente como anuncio de
una nueva y promisoria era, pero, como creo que sucederá, no debe repetirse. La
tentación del culto a la personalidad es una debilidad de ciertos líderes y,
sobre todo, de las huestes que los aúpan. Entiendo que Paz Pereira no está en tal
tesitura y eso es otra buena señal, además de marcar una enorme diferencia con
un pedófilo que fue comparado con Dios por sus seguidores y que el susodicho
asumió como cierto.
La concepción del
imaginario de los auspicios procede de la antigua Roma. Se refería a la
interpretación de signos “divinos”, principalmente el comportamiento de las
aves, para la toma de decisiones importantes como ir a la guerra, convocar a
asamblea o fundar ciudades.
Los augures eran los
encargados de interpretar dichas señales. Para el caso, la ciudadanía actuó
como tales.
Ahora bien, como se dijo
que el comportamiento de las aves y los auspicios podían ser tanto buenos como
malos. Para lo segundo, se hablaba de “aves de mal agüero”. Creo que también,
sobre todo los días posteriores a la asunción del mando, están apareciendo y,
curiosamente, no desde afuera. Pero no es este el momento de hablar de ello.
Los buenos, también se
fueron sucediendo durante la etapa previa a la toma de posesión: una apertura
“express” a los más importantes organismos institucionales, una tendencia a la
baja de la cotización del dólar, una sensación de esperanza de mejores días, la
reposición de símbolos patrios…
E, inmediatamente después,
el arribo de cisternas para paliar el suministro de carburantes. Como si, por
arte de magia, se hubieran acabado las marejadas (fenómeno marítimo al que
muchas veces el antiguo régimen atribuyó a la escasez de carburantes). Y, horas
más tarde, la posesión de un gabinete a la altura de las álgidas
circunstancias. Un tsunami de aire fresco.
Como en cualquier otra
situación, la gestión del flamante gobierno experimentará tropiezos
(chamboneadas propias) y zancadillas (tanto internas como externas). En
principio cuenta con una disponibilidad social favorable que va a “blindar” las
amenazas que se le vayan presentando, pero si las acciones del Gobierno no se
materializan en una mejora sostenible de las actuales condiciones, tal blindaje
podría ir perdiendo espesor.
Hay motivo para el
optimismo moderado; soplan bueno vientos. Refrendarlos es la delicada misión de
Paz Pereira y su equipo gubernamental. Amén.



