lunes, 10 de febrero de 2025

La estupidez, con chuis

 




Si bien antes de aceptar la responsabilidad de disponer de un espacio para manifestar mi opinión con frecuencia periódica (esa se la debo a Robert Brockmann) ya tenía un extenso historial de escritos publicados, el hecho de hacerlo en las páginas de opinión del cuerpo principal -para diferenciarlo de los suplementos en los que colaboraba- le daba un giro importante a tal labor. Cuando inicié la columna, tenía ideas para dos o tres artículos y, como lo señalé a principios de año, corre el año 27 desde entonces.

Mis primeras publicaciones estaban plagadas de citas y menciones a otros autores, para validar mis criterios, pero, principalmente, por una suerte de inseguridad -aún no había desarrollado “voz propia”-. Eso no duró mucho y recurrir a esos “apoyos” se volvió una excepción.

Hago este preámbulo porque, después de mucho tiempo, reproduciré una parte de un texto de opinión al que accedí por recomendación de mi contertulio Rodolfo Eróstegui (si usted desea leer el artículo completo remítase al enlace https://www.nytimes.com/es/2025/01/31/espanol/opinion/trump-ordenes-ejecutivas.html?smid=url-share). La columna en cuestión se llama “¿Qué es lo que define el inicio del gobierno de Trump? La estupidez”; la firma David Brooks. Sin dejar de interesarme la descripción de las primeras medidas de la administración trumpista -me hizo recuerdo al “le meto nomás y que después los abogados lo arreglen”- me atrapó el listado de seis principios fundamentales que caracterizan a la estupidez, en particular el sexto, que es el que paso a transcribir:

Principio 6: lo contrario de la estupidez no es la inteligencia, es la racionalidad. El psicólogo Keith Stanovich define la racionalidad como la capacidad de tomar decisiones que ayudan a las personas a alcanzar sus objetivos. Las personas presas de la mentalidad populista tienden a despreciar la experiencia, la prudencia y la pericia, componentes útiles de la racionalidad. Resulta que esto puede hacer que algunos populistas estén dispuestos a creer cualquier cosa: teorías conspirativas, cuentos populares, leyendas de internet y, por ejemplo, que las vacunas son perjudiciales para los niños. No viven dentro de un cuerpo de pensamiento estructurado, sino dentro de una fiesta delirante y caótica de prejuicios”.

Extrapolando a nuestro contexto, la tozudez puede ser considerada como un signo de estupidez. Pienso en la devaluación del dólar, misma que, pese a que el propio sentido común la recomienda (¡ni qué decir los organismos económicos locales y globales!) el régimen masista se resiste a aplicarla. En la balanza de la pertinencia, habrá que considerar que ya hay una disponibilidad social respecto a que es mejor un sinceramiento que seguir inmersos en una burbuja que cuando reviente nos termine de hundir.

En realidad, ni siquiera tiene que devaluar; suficiente con oficializar la realidad que el mercado ha marcado respecto a la brecha cambiaria -devaluación de facto-. Pero no lo hace porque eso invalidaría el “modelo social ynoséquécuentosmás” que defiende, no obstante su agotamiento.

Aunque no lo he escuchado de parte de algún precandidato -implícitamente, de repente- ya es tiempo de proponer la reposición del “bolsín” o de un mecanismo similar para la relación entre moneda local y divisa.

Otro tanto se debe hacer respecto al desdichado sistema de justicia, otra de las “genialidades” del modelo: restablecer un mecanismo meritocrático con garantías de transparencia y la auténtica participación popular en su administración, los jurados ciudadanos.

Queda claro que los remedios resultaron peores que las enfermedades.