El motivo por el que coloreo de blanco esta columna tiene
su origen en el sugestivo nombre que el órgano del régimen puso al suplemento
que dedicó al aniversario patrio: “Bolivia construye un futuro blanco”. Se
refiere al advenimiento de la era del litio, recurso gracias al cual el país
vivirá las próximas dos décadas. La metáfora empleada –“futuro blanco”- da, sin
embargo, pábulo a otras interpretaciones, dado el periodo tiznado de blanca,
valga el oxímoron, que cubre la agenda pública.
Por tanto, se me ocurre, no es el futuro sino el presente
el que se pinta de ese no-color, técnicamente hablando. Y eso es terrible.
Desde que está en el poder, el régimen masista ha estado negando
–pese a lo insostenible de seguir haciéndolo, hay quienes siguen en tal
negacionismo- dos hechos por demás
evidentes:
- Bolivia
es un país productor de cocaína; no sólo de tránsito de la misma.
- En
Bolivia se han instalado cárteles del narcotráfico transnacional.
Sobre lo primero, hace unos doce años, un efectivo de la
FELCN ya retirado, cuyo nombre mantendré en reserva hasta mi último día, me
dijo, a manera de confesión, que la instrucción que cumplía era la de
intervenir toda la “merca” procedente del exterior, pero que a la “industria
nacional” –son sus propios términos- se la protegía. En otros términos, había
que atacar a la competencia. No es la primera vez que lo cuento por escrito.
Los más recientes hechos ligados a las mafias
narcotraficantes y sus nexos con instancias estatales -que, supuestamente,
deberían advertir la presencia de sujetos sospechosos- han alcanzado grados
descomunales de escándalo por las características de sus operaciones con base
en Bolivia.
Tiempo antes de que se conociesen los casos “media tonelada
por BOA” y “Marset”, el régimen, mediante su ministro Gobierno, anunciaba la
destrucción de factorías de cocaína en el Chapare –confirmando la condición de
país productor- utilizando el superlativo “histórico” a tiempo de hacerlo. Lo
sugestivo del asunto es que, si bien se afectaban las instalaciones, no se daba
cuenta de algún detenido en tales operativos, en lo que parece ser una
constante de los mismos: alertar a los operadores de las organizaciones de
narcos de tales intervenciones para darles tiempo de “borrarse”.
Para no recibir críticas en tal sentido, cuando estalló el
caso “BOA” se arrestó a algunas personas, entre ellas al encargado del
montacargas; y, cuando se destapó el caso “Marset” se llegó hasta quien
manejaba las finanzas del grupo. Pero, hasta la fecha, ni noticias de los
“capos”.
Otro pendiente, en ambos casos, es la actitud contemplativa
con los funcionarios de entidades gubernamentales que “facilitaron” la
presencia y la labor non-sancta de los criminales en cuestión: soplones,
tramitadores, extensores de autorizaciones, como la hija de Nemesia Achacollo,
etc.
Este es nuestro presente blanco. Pero mirando al futuro, y
poniendo las esperanzas en otro recurso no renovable, constatamos que la
mentalidad y práctica rentista, extractivista y primario-exportadora (aunque se
asegura que lo del litio es parte de la industrialización) están absolutamente
arraigadas en el boliviano, que deposita toda esperanza en la próxima
“bendición de la naturaleza”. Ya pasó con la plata, con el estaño y con el gas,
lo que viene ligado a la conquista del poder en tanto apropiación del
excedente. Tal es el presente, en su acepción de “obsequio”, griego que la Pachamama
nos regala una vez más.
Cocaína y litio. Blanca y blanco. Presente y futuro. Bienaventuranza
y condena.