No es sobre el proceder del régimen en el reciente remedo
de elección, cuando habilitó, contra todo principio jurídico, a un personaje
descalificado por la ciudadanía mediante un referéndum para, consumada la
violación a la Constitución –“su” Constitución-. Y, aun así, al no reunir una
cantidad de votos que le permita prolongar su permanencia en el poder,
permitirse dar la orden de disponer la alteración de la tendencia electoral
para favorecer a su patrón, que quiero escribir.
Esa maquinación no merece ser llamada como reza el título
de esta entrega porque no fue tal: fue un burdo y descarado fraude que afectó
la sensibilidad democrática de la ciudadanía que no da tregua en su lucha por
la anulación de dicha impostura.
Entonces, ¿a qué o quién denomino “Señor Fraude”? Pues,
nada más ni nada menos que al individuo responsable de todo el zafarrancho que
tiene en vilo a Bolivia, al Presidente saliente.
Este hombre es producto de una construcción de imagen que
ha acabado por borrar de él todo viso de autenticidad –si es que alguna vez la
tuvo- sustituyéndola por una cáscara de oropel que deslumbra a los incautos que
lo siguen. Me explico: en lugar de poner en duda una serie de atributos
ficticios, es común que se dé por sentado que el caballero es aquello que, por
supuesto, no es –o no en la medida que supondría serlo-. En tal sentido el
propio señor es un fraude, un Señor Fraude. Veamos…
¿Indígena? Sí, pero de conveniencia. El susodicho, como es
de conocimiento público, cimentó su carrera en el sindicalismo –en el cocalero,
para más señas, con todas sus implicaciones-. Su metamorfosis a “lo indígena”
(no se formó políticamente en ninguna de las expresiones indigenistas del
continente) es producto de la necesidad de posicionarlo como tal –con indudable
éxito- para llegar al poder con la etiqueta de “Primer Presidente Indígena de
Ámerica”, ignorando a personalidades mucho más merecedoras de tal denominación
como Benito Juárez o, en nuestro medio, Andrés de Santa Cruz y Calahumana o
Franz Tamayo que, si bien no llegó a ejercer, fue elegido para el cargo. Con
todo lo modernista que era, Tamayo hablaba a la perfección la lengua aymara, lo
que nos lleva a…
¿Aymaraparlante? Nones. Por mucha publicidad que le haya
hecho el difunto Chávez a su “indio”, el compañero, pese a su triste empeño por
demostrar lo contrario, no articula más que unas cuantas expresiones de orden
protocolar –saludo, despedida, una que otra arenga- que cualquier ciudadano de
estas tierras sabe pronunciar. Las veces que alguien intenta entablar con él
una conversación en la lengua de Túpac Katari. El caballero no habla aymara y,
mucho menos, es la reencarnación de Túpac Katari.
¿Trompetista? Mmmmm. Platillero, sí (en realidad, para
serlo no se requiere haber estudiado ocho años en Viena), pero, aunque hay
fotografías de esta especie de mimo musical, dudo mucho de su habilidad como
trompetista -¿le ha escuchado usted tocar, individualmente, este instrumento?-
Rodeado de gente, uno puede pasar por lo que se quiera. Me puse a buscar en youtube alguna interpretación suya y lo
más cercano que encontré fue una distinción que recibe de parte de una
asociación de músicos quienes le entregan una trompeta, luego el público
empieza a corear “¡que la toque, que la toque!” y el personaje, visiblemente
abochornado, no le saca ni un graznido. No pido una magistral interpretación de
“El vuelo del moscardón” de Korsakov; me conformaría con “Los pollitos dicen”.
Entretanto, huele a fraude.
¿Futbolista? Vamos… cualquier entendido en balompié sabe
que el cuate apenas da unos pelotazos y que sus “rivales” no son tales, sino
unos simples monigotes que se prestan a proyectar una imagen de Maradona de
Orinoca. Resulta risible –vergonzoso para quienes impulsaron el asunto- que se
hubiera querido enrolar a un equipo de la Liga profesional –Sport Boys-. ¡Cómo
sufrí cuando el mundialista Néstor Clausen, su DT de entonces, tenía que decir
que “no era mala idea”! Fraude por doquier.
Y podría continuar, pero el espacio ya no alcanza. Le toca
a usted hacerlo.