Y cuando pensábamos que ya nada de lo que el régimen hiciera nos podría sorprender, éste se las arregla para seguir asombrándonos con sus ocurrencias, todas ellas carentes de sensatez, cuyo propósito es seguir engatusando a quienes aún dan por válido todo lo que el mismo les introduce.
En realidad, lo admirable de esto no es tanto la técnica
discursiva –mecánica y previsible- del régimen, sino el hecho de que haya una
cantidad todavía apreciable de gente que se trague los juegos verbales de
Morales Ayma y compañía.
Si bien lo descrito no es algo reciente –al contrario,
prácticamente es el signo del régimen- los últimos días se han juntado, cual
condensación (anti)didáctica, una serie de expresiones dignas de una
(anti)antología del absurdo.
Por boca de los mandamases del régimen nos venimos a
enterar de que hacer observaciones al adefesio emplazado en pleno centro
histórico de La Paz había sido un acto de racismo.
Nos desayunamos, también, con que plantear dudas
razonables sobre la situación de los mártires de la reivindicación marítima
resulta ser “trabajar al servicio del enemigo”.
Asimismo, nos informamos que criticar algún procedimiento
de la fuerza policial es poco menos que estar del lado de la delincuencia.
Risibles como son estas afirmaciones, lo increíble es que
haya quienes, incluso de buena fe, se las tomen en serio; es más, han aparecido
como titulares importantes a pesar de su falaz sentido.
Centrémonos en la última. La madre de Lorena, la víctima
fatal del asalto a la joyería cruceña, con el derecho que le asiste para
hacerlo, ha puesto en cuestión el proceder de la institución del orden en el
operativo de intervención para controlar tal situación.
En la “lógica” presidencial, la señora –la madre de la
víctima, insisto- está actuando en favor de los delincuentes, podría ser su
encubridora, o, en última instancia, ser una de ellos.
Grosero, ¿verdad? Pues bien, ese tipo de argumentos tiene
nombre: Sofismas.
De entre varias, todas ellas atendibles, descripciones de
su naturaleza, me quedo con la siguiente: “El sofisma es la falacia
intencional, en que el individuo enuncia una inferencia errónea, no válida, con
la cual sabe que está engañando a otro”.
Pero al fin y al cabo, ¡para qué hacerse mala sangre con
el régimen! Aprovechemos el asunto de los sofismas para hacer de esta columna
algo más divertido de lo que habitualmente es, entonces.
Uno de mis libros favoritos durante mi adolescencia era
“Los escandalosos amores de los filósofos”, escrito por el chileno de
pseudónimo Josefo Leónidas y publicado por la editorial Zig-Zag, que sufrió los
rigores de la dictadura pinochetista años después de la edición de dicho texto.
Obra irreverente en uno de cuyos acápites el autor nos ilustra sobre Protágoras
en tono lúdico.
Para tal efecto, lucubra un diálogo con su discípulo
Clesipo:
- Me dijiste hace días que tienes una perra, ¿no es así,
Clesipo?
- Así es, maestro.
- ¿Estás seguro de que la perra es tuya?
- Por cierto. Se la compré a un vecino.
- ¿Y tiene cachorros la perra?
- Sí, tiene cuatro.
- De modo que la perra es la madre.
- Así es.
- Y además es tuya.
- Lo acabo de decir.
- Luego, la perra es madre y tuya. ¿Cierto?
- Sí, madre y mía.
- O sea que la perra es tu madre.
Tal método, dice el autor, permitía a Protágoras buscar
razones para defender cualquier cosa. Nótese, ahora, la similitud entre las
patrañas que difunde el régimen y las falacias del griego que las inspira.
Lo que no dice el escritor es que para que un sofisma
tenga efecto, del lado del receptor tiene que estar alguien con poca dotación
neuronal; y tal parece que en los alrededores del denominado “Estado
plurinacional” hay muchos con tal condición.