Karl Friedrich Hieronymus, barón de Münchhausen, fue lo que ahora llamaríamos un embustero compulsivo, pues alcanzó fama universal por sus historias, en la que él era el héroe , sobre las supuestas hazañas –por supuesto falsas o, al menos, groseramente exageradas- que había, decía, protagonizado.
Entre ellas se cuentan episodios como haberse salvado de ahogarse en un pantano tirándose de los pelos, haber cabalgado sobre una bala de cañón, haber matado a un oso para cubrirse con su piel y pasar, así, inadvertido entre la manada, haber encendido la mecha de su fusil con la nariz, y varias aventuras tan asombrosas como éstas.
Dichos relatos fantasiosos le valieron al barón en cuestión la una reputación que se extendió a la literatura –Rape fue el responsable de ello-, al teatro, al cine (son varias las comedias sobre el tema) y, curiosamente, a la psicología –se conoce como “Síndrome de Münchhausen” a la alteración consistente en fingir alguna enfermedad, habitualmente para reclamar atención para sí- y a la teoría del conocimiento –sobre el cual he escrito anteriormente, que trata de la imposibilidad de lograr una justificación última para cualquier proposición-.
Émulos de Münchhausen los hay en todo tiempo y lugar: ese embustero oficial que en lugar de causar admiración inspira compasión; él sabe que lo que dice no es cierto pero su modo de decirlo y, desde donde la hace, llega a cautivar a gente genuinamente incauta y a otra más interesada –esta última también finge creerle para congraciarse con el barón de turno-. En rigor, habría que decir que, las más de las veces, las mentiras de tal personaje son inocuas pues sólo reflejan la poca estima que se tiene a sí mismo. Podríamos también perfilar la existencia de un “Münchhausen recargado”, algo más perverso.
En el Estado plurinominal tenemos varios sujetos con un perfil aproximado al personaje en cuestión, pero creo que uno se lleva el título de “Münchhausen oficial” del mismo.
Es aquel que, ya hace una década, nos habló de los “más de 20 000” libros que leyó en su épica vida. Para su mala suerte, como, en tono humorístico, lo explica el sitio buitter.com, para llegar a tal guarismo en tal materia se necesitan 156 años de dedicación exclusiva a la lectura. Podría concluirse, siguiendo el mismo tono jocoso, que nuestro Münchie es inmortal, que es lo que en realidad nos quiere decir. Bonus Track: el mismo compañero manifiesta que ninguna de esas 20 000 es obra de ficción (novela, cuento) pero tiene el tupé de calificar a la novela “De cuando en cuando Saturnina”, de Alison Speeding, como “la mejor novela jamás escrita”.
Más recientemente, en Corpaputo para ser más preciso, nuestro barón nos ha tomado por sorpresa contándonos sus hazañas de cuando ejercía el terrorismo. Resulta que con sólo 50 hombres a su mando, aprendices, de paso, había logrado –merced a su destreza estratégica- zafar de una emboscada que les tendieron 5 000 efectivos militares. ¡Cuán distinta hubiese sido la historia si este barón hubiese dirigido las operaciones en Boquerón o si hubiese asesorado a Ernesto Guevara en su fracasada aventura en Bolivia!
Menos inocente, porque implica dolo, es el haber fraguado un grado académico que no posee –vuelvo a repetirlo: el pecado no está en el hecho de no tener título; pero el hecho de falsear un documento se constituye en delito-. Por muy barón que uno sea, una mentirota de tal calibre tiene sanción penal, menos en el dichoso Estado plurinominal.
Dicen que por estos días el Münchhausen criollo está delicado de salud. Aventuro un probable diagnóstico: mitomanía.