Cuando se conoció el nombre de la sucesora de la anterior ministra de Comunicación, una amiga ironizó a través de las redes sociales que pronto extrañaríamos a la funcionaria saliente quien, como se conoce, se caracterizaba por sus destempladas declaraciones y por su enfermiza devoción por el jefazo; la sobriedad no era precisamente su mayor virtud.
Debo, hidalgamente, reconocer que quien hizo dicha publicación tenía razón; al menos yo, extraño a la exministra quien, pese a lo anotado fue un modelo de decencia, comparada con lo que vino luego que es lo que estamos padeciendo hasta la fecha. La predecesora de quien ahora ocupa la titularidad de la mencionada cartera fue objeto de un sinnúmero de “cargadas” en el espacio virtual y sin embargo no perdió del todo los papeles.
Por su alto grado de exposición pública, el encargado o la encargada de la comunicación del Estado debe tener un perfil personal en el que predominen el autocontrol y la templanza. Desde el polémico Mario Rueda Peña, recordado por las cuadrículas que trazaba para calcular el número de manifestante en las protestas, quien acepte el puesto debe estar consciente de que va a ser objeto del escarnio público porque, entre otras tareas, tiene la ingrata misión de “explicar” las metidas de pata del Presidente al que “interpreta” –el famoso “no dijo lo que dijo”- que en el caso del mandatario de turno es un asunto de varias veces al día –me vienen a la memoria las coplas carnavaleras, un verdadero desafío a la creatividad de quien intente justificarlas-.
El colega columnista Andrés Gómez Vela escribió en su columna del 1 de febrero de 2015 (“¿Ministerio de Comunicación o Ministerio del Insulto?”): “Ojalá que la nueva ministra Marianela Paco reoriente el MC para que no siga siendo un Ministerio del Insulto y de la Censura”. Sí, hubo alguna reorientación pero no la que el periodista esperaba: al insulto y a la censura (expresada, en una de sus formas, como no otorgación de publicidad estatal a medios independientes), se agregó la persecución a quienes caricaturizaran la imagen ensombrerada de la titular del cargo en las redes.
Es muy conocido el proverbio que reza que “cuando el sabio señala la luna, el tonto mira al dedo”. Esto –sin pretender que todos los críticos son sabios- es lo que pasa con la ministra de marras. Llevar a juicio una sinécdoque sombreril es ratificar lo tonto que uno(a) es. Fíjese que la ministra de Justicia luce con garbo el suyo y no anda enceguecida disparando contra sus críticos –será porque dice o hace menos estupideces, aunque no se libra de cometerlas-. Curiosamente, en el caso de la ministra de Justicia, el sombrero sí forma parte de su identidad, cosa que no ocurre con la de Comunicación, de quien, al ser un accesorio recién incorporado a su testa forma más bien parte de su imagen aunque ella quiera forzar la figura identitaria en su sentido antropológico.
Total, que ahora tenemos un puñado de ciudadanos procesados penalmente por nimiedades. Parecería que la franquicia persecutoria del régimen –apoyada en discutibles instrumentos legales- opera de esta manera: Cuando te persigue por “exceso de llamadas”, por un meme o por “quítame estas pajas”, es que te ha buscado mugre por todo lado y, al no encontrártela, hasta tu modo de andar es motivo de proceso.
La mal utilizada ley contra la discriminación y el racismo se ha convertido en el expediente más grosero para que la incompetencia, la corrupción y la estupidez se escuden detrás del yelmo de la identidad, la piel y los quinientos años.
Bien hubiera sido tenerla cuando exaltados “comunarios” correteaban a los ciudadanos para cortarles la… corbata –eso no era un meme; era una acción cuasi criminal-.