Es un mal bastante extendido ése de atribuir el carácter de “histórico” a hechos más bien importantes, sobresalientes o infrecuentes. Este abuso no es privativo de nuestros pagos, sin embargo en ellos la inflación “histórica” está llegando a límites demenciales.
Un repaso a las declaraciones presidenciales o a las intervenciones de parlamentarios oficialistas, un vistazo a los titulares en los medios (sobre todo en los medios al servicio del régimen), o una lectura a publicaciones auspiciadas por el Gobierno, pueden inducir al error de creer que en Bolivia se producen un promedio de tres acontecimientos “históricos” por día –desde hace 8 años-. Todo un récord.
Es que, para pesar de la historia, han convertido a “histórico” en un término comodín aplicable a una infinidad de hechos que muchas veces, en rigor, no pasan de ser pomposos o pintorescos. Pero, por operación hiperbólica tan cara al populismo, se transforman en “históricos”, devaluando así un concepto digno de mejor empleo hasta prácticamente vaciarlo de significación: cuando todo es “histórico”, ¿qué queda para la historia?.
Yo soy –y no creo estar solo en esta posición- de los que considera que sólo el tiempo puede dar licencia para decir si algo fue histórico o no lo fue; así que lo que, al calor de la euforia es calificado como tal, posiblemente no resiste dos semanas para luego pasar al olvido o a la rutina.
Ante la inexistencia de convenciones al respecto, me animaría a decir que aquello que transcurrida una generación tiene asegurada su huella en el devenir merece, recién, ser tratado como histórico o, en el caso del arte, como clásico.
Hay excepciones, por supuesto y, de tanto en tanto, suceden hechos que no pueden esperar el veredicto del tiempo para alcanzar la categoría de histórico. Probablemente, una vez en la vida, cada humano es partícipe de tal honor (como testigo, protagonista o por pura casualidad -la de simplemente estar viviendo en ese momento-). A mí me toco coincidir con el fin del bloque socialista –simbolizado por la caída del muro de Berlín- y no creo que en lo que me reste de vida pueda volver a estar en la misma temporalidad de un acontecer de tal dimensión histórica.
Para todo lo demás, está la demagogia.