miércoles, 28 de julio de 2021

Hablan los "pumas"


 

“¿Quién es ese asesino por quien siento tal odio? ¿Por qué me mató de una manera tan inesperada? Deberíais sentir curiosidad por eso. ¿Decís que el mundo está lleno de asesinos miserables que no valen cuatro cuartos y que ha podido ser cualquiera de ellos? Entonces, os prevengo: tras mi muerte subyace una repugnante conspiración contra nuestra religión, nuestras tradiciones y nuestra manera de ver el mundo. Abrid los ojos y enteraos de por qué me mataron y por qué pueden mataros a vosotros cualquier día los enemigos…”

Las líneas precedentes las he tomado de la obra “Me llamo rojo”, del escritor turco Orham Pamuk, a la sazón, ganador del premio Nobel en 2006. Técnicamente, la figura de pensamiento que emplea el autor es la idolopeya, es decir, poner voz a un occiso. De hecho, el cadáver es el narrador en la novela. No me extiendo más sobre este libro, pero lo recomiendo con entusiasmo.

Por otro lado, a la pregunta ¿en qué consiste el trabajo de un forense? Sin serlo, mi respuesta es “en hacer hablar al muerto”. La técnica, y un eventual éxito del investigador forense, están en conseguir que el difunto que yace en tal estado producto de un hecho criminal, le cuente las circunstancias en las que sucedió el caso que derivó en su muerte –homicidio, asesinato, feminicidio-. La “voz” del finado o de la finada procede de los signos y evidencias que se presentan en el cuerpo y las circunstancias que rodeaban a éste.

Con estupor, se ha visto cómo el régimen de Morales Ayma ha dado por cerrado el caso de la quema de once unidades de los buses Pumakatari, sobreseyendo a los imputados por tal delito: una afrenta a la ciudadanía que vivió días dramáticos por las acciones de grupos de choque afines a Morales Ayma, siendo la quema de nuestros “pumas” una de las más criminales y aterradoras –por supuesto que no se olvidan las quemas de domicilios de periodistas y de a casa del exrector de la UMSA, las arengas de “guerra civil”, el intento de volar la planta de Senkata que, felizmente, no llegó a consumarse-.

Al parecer, para el régimen de Morales Ayma todo eso es producto de la imaginación de unos loquitos despectivamente apodados “pititas” por un señor que alguna vez dijo que se iría al campo con su quinceañera –solo falta que se vaya al campo-. Lo mismo se puede decir del ridículo “cierre” del fraude electoral, seguramente una alucinación de la OEA, de la UE y de la UMSA.

¿Qué nos dicen, entonces, los “pumas”? Reducidos a escombros, ellos nos hablan de sus días de alegría al servicio de la gente, de sus largos recorridos, de sus paradas, de las sonrisas de las personas, del buen trato de los anfitriones y de la higiene y elegancia de los conductores. Nos cuentan de cómo, desde el día de su presentación en público, dirigentes vecinales de filiación masista se dieron a la tarea de amedrentarlos y amenazarlos, de las pedradas que soportaron y recuerdan, con lágrimas, el apoyo de los ciudadanos que permitió que abrieran paso y pudieran seguir sirviendo a la ciudad. Los “pumas” cuentan que se sintieron felices, y no, en modo alguno, envidiosos, cuando aparecieron sus primos aéreos, los teleféricos, porque tenían el mismo propósito: hacer más eficaz el transporte público. Hasta que, en una tormenta de lágrimas, cuentan cómo, aprovechándose de las circunstancias políticas, azuzados desde las sombras, cual hordas del lumpen, llegaron, al grito de “guerra civil”, a culminar su obra, aquellos que los habían lastimado años antes y procedieron a incendiarlos consumando el crimen. Los “pumas”, desde su reducto final, claman justicia y esperan que, más pronto que tarde, se reabra su caso para sancionar a sus asesinos.


miércoles, 14 de julio de 2021

"Golpe" a la carta

 




Antes de entrar en materia, y para evitar interpretaciones antojadizas, debo señalar que utilizo la expresión “a la carta” en su sentido original, es decir, como elección del comensal sobre un plato que no figura en el menú. O sea, con especificaciones de preparado, ingredientes e, inclusive, cantidad.

Llevado a un extremo grosero, un torpe pero poderoso comelón podría ordenar una sajta de pollo indicando estos ingredientes: atún, lentejas, miel de abejas, jengibre, coco rallado, yuca frita, queso rallado y maicena; todo preparado al horno y en generosa cantidad para convidar el platazo a sus colaboradores quienes deberán contarle al mundo la exquisita “sajta de pollo”, sin pollo, sin tunta, sin zarza, sin ají.

El punto es que, si el chefazo dice que es una sajta, pues es una sajta. Y quien lo contradiga caerá, irremediablemente, en desgracia. No solo tendrán que insistir en que el incomible menjunje es una sajta, sino que deberán hacerlo con tal convicción que algunos, aun sin probarlo, crean que es una sajta.

Desde afuera, por cierto, hay quienes ven con estupor cómo hay gente capaz de tragarse semejante bodrio. Sin embargo, el chefazo, en lugar de dejar de hacer el papelón que está haciendo (que, además, provoca desarreglos estomacales a todos los que consumen su invento) le va agregando más y más elementos, ya no solo comestibles: tuercas, huatos para zapato, caca…

Se dice, no sin perversidad, que hay dos narrativas en juego: la del fraude y la del golpe. No hay tal. Se trata simplemente de una patraña construida a la manera de la sajta el chefazo frente a los hechos de dominio público que dieron lugar a la huida de éste y al establecimiento de un gobierno transitorio constitucional que garantizó la continuidad democrática en Bolivia.

Para no ir más lejos, los hechos, por enésima vez, fueron: Referéndum para la modificación de los términos de reelección, de limitada por la propia Constitución elaborada por la mayoría oficialista en la Asamblea Constituyente, a ilimitada (indefinida), convocada –esto es importante- por el propio régimen del chefazo; triunfo del NO; desconocimiento tácito del resultado por parte del régimen de Morales Ayma; habilitación a reelección indefinida del éste, parte del Tribunal Constitucional con el peregrino argumento de que se trata de un derecho humano; fraude electoral –paralización del sistema de conteo rápido cuando la tendencia mostraba la tendencia a la segunda vuelta; reposición del sistema TRE con la tendencia contraria (triunfo del chefazo en primera); indignación ciudadana; solicitud del propio Morales Ayma a la OEA para una auditoría vinculante; auditoría que certifica serias irregularidades (Almagro las califica de inobjetable fraude); reacción ciudadana en cadena (burlonamente, el chefazo “bautiza” a los manifestantes como “pititas”; éstos se apropian del nombre a favor suyo); resistencia durante 21 días; La COB, la cúpula militar y la Defensora del Pueblo sugieren (piden, en realidad) la renuncia de Morales Ayma; el hombre, su segundo y algunos de sus ministros renuncian; a tiempo de huir del país, Morales deja instrucciones para que los presidentes de las cámaras legislativas y quienes les siguen en la línea de sucesión, renuncien a objeto de producir un vacío de poder que lleve al país al caos; se instala una mesa de pacificación que da solución constitucional a la sucesión –no se intervienen el poder Legislativo ni otros; desde afuera, Morales Ayma ordena  dejar sin alimento a las ciudades; el Gobierno transitorio convoca a elecciones, postergadas en dos oportunidades debido a la pandemia.

Esos son los hechos, lo demás es un “golpe a la carta”, una indigesta sajta de pollo al estilo chefazo.

domingo, 4 de julio de 2021

Seis meses de aguante

 

                                              Foto: EFE


El sábado 10 de julio se van a cumplir 180 días, vale decir seis meses, de aquel en el que el Presidente “invitaba” a la ciudadanía a aguantar, mientras pueda, la embestida de la pandemia. Puede usted considerarme como un obsesivo compulsivo por llevar una contabilidad de esta naturaleza, pero no veo otra manera de registrar los hechos a partir de aquel gesto presidencial.

En una anterior oportunidad describí el carácter del verbo “aguantar” (“llevamos un mes de aguantar” https://www.paginasiete.bo/opinion/puka-reyesvilla/2021/2/12/llevamos-un-mes-de-aguantar-284152.html) y transcurrido este tiempo, muchos ciudadanos de Bolivia, perecieron esperando encontrar una esperanza para seguir entre los nuestros. Todos, más allá de que algunos nombres fueran más conocidos que otros, gente de valía que dio batalla hasta que la eternidad les abrió sus puertas.

Suele decirse que “mal de muchos, consuelo de tontos” y estos meses se ha escuchado frecuentemente que estamos mejor que otros en la contención de la calamidad. Puede ser así, pero esto no quita que hubo –y hay- muchas deficiencias en la gestión sanitaria.

Hablo de la gestión como una política integral de salud en todos los aspectos –directos e indirectos) concernientes al tema: información, prevención, atención médica, infraestructura, tecnología, transparencia, coordinación, seguimiento, etc.-

Lo que se ha visto es una serie de acciones “parche” que han tenido cierto efecto, pero que nunca llegaron a concretarse en un verdadero plan. Es decir que se ha invertido el sentido. Lo lógico es tener un plan que contemple la posibilidad de contingencias en el camino.

A mi modo de ver, el “programa del aguante” tiene, hasta la fecha, dos momentos: el del uso electoral de las vacunas por parte del régimen de Morales Ayma –vía Arce Catacora- y el corriente, aparentemente mejor coordinado, coincidente con la tercera ola, salpicado por episodios odiosos, incertidumbre sobre el suministro de las segundas dosis y creencias absurdas sobre los efectos de las vacunas –todo ello, transversalizado por la carencia de unidades y de medicinas para el tratamiento de la enfermedad, cosa aprovechada por especuladores que actúan a la sombra-.

Sobre el uso electoral –que, dicho sea de paso, no le sirvió de nada al régimen de Morales Ayma; incluso puede decirse que le resultó contraproducente- quedan las groseras expresiones (“las vacunas no son para la oligarquía”, “no les tengan miedo a las estadísticas”) y la presencia del Presidente en cada llegada de vacuna, por mínimas que fuesen las cantidades. De algún modo, el tono ha bajado y al Presidente ya no se lo ve mucho en los aeropuertos.

Los episodios odiosos a los que me refiero son, entre otros: las vacunaciones VIP –en particular la de la hija de Morales Ayma, que derivó en la destitución del director médico del centro en donde la señorita se hizo vacunar. A ella no le sacaron ni le lengua-; las fiestas que infringieron las restricciones –la del cumpleaños del comandante de las FFFA y la de la CSUTCB, donde apareció una “ahijada” del presidente en plan de “no sabe usted con quién se ha metido”-.

Respecto a la incertidumbre, luego de haber hablado hasta de 15 millones de vacunas por gentileza de Putin, estos días se han tornado poco prometedores para quienes recibieron la primera dosis de la Sputnik. Se llegó a decir que la segunda, sería cubierta por otra. Por fortuna, una vez más, la campana ha salvado al Gobierno y vienen, muy medidas, las dosis estrictamente necesarias, además del millón de las que otorga el mecanismo COVAX, gracias a gestiones iniciadas por el gobierno constitucional transitorio.

En relación a las creencias absurdas, ¿qué se puede decir? ¿ignorancia? ¿falta de información? Del lado de la ciudadanía también hay necedad.

Nos encontramos en la desescalada de la tercera ola. Seguiremos, mientras se pueda, aguantando la próxima.