miércoles, 17 de junio de 2020

Por quién doblan las campañas

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Independientemente de que los comicios generales se realicen o no el 6 de septiembre, un clima social y político electoral nos envuelve irremediablemente y vemos a sus actores hechos un manojo de nervios ante lo que, según el cálculo de cada quien, se juega en aquellos.

Luego del monumental fraude cometido por el antiguo régimen vino una sucesión constitucional cuya titular recibió el mandato –en tácito contrato con la ciudadanía- de llevar una transición democrática no traumática que comenzó auspiciosamente. La ruptura de dicho mandato, un hecho político vergonzoso, y la aparición de la calamidad, un hecho de salud pública sin precedentes, pusieron todo de cabeza y acá estamos con un Tribunal Supremo Electoral, fruto, precisamente, de la voluntad ciudadana expresada en las jornadas de octubre y diciembre del pasado año, hastiada de las pandillas que el MAS entronizaba en el ente rector de los procesos electorales –Poder del Estado, para más señales- sometido a fuego cruzado.

Que el señor Morales Ayma y sus huestes la emprendan contra el organismo electoral no debería extrañar a nadie. Evidentemente, una institución imparcial es lo que menos le conviene a la tienda azul, acostumbrada a ordenar a “su” tribunal plurinacional cada una de sus acciones.

Pero que sea el propio gobierno de transición que posibilitó, para regocijo de la ciudadanía, la “limpieza” del TSE quien le dispare munición gruesa raya en la más absurda incongruencia.

Supongamos por un momento que la señora Presidenta no fuera parte involucrada en la carrera electoral. ¿Estaría su Gobierno en afanes de defenestrar al Poder Electoral? No lo estaría, obviamente.

Ocurre, sin embargo, que como se ha entremezclado la gestión con la campaña -cada vez más inclinada a ésta que a aquella- se ha perdido también el sentido histórico de la misión que le fuera conferida por el soberano. No quiero pensar en que a la presi-candidata le encantaría tener una corte dócil a su disposición. Ojalá no sea el caso, porque de ser así se habrá convertido en aquello que se condenaba desde el frente, pero que, al cruzar la calle, encandilada por el poder, se lo asume como propio y con todas sus miserias.

Como no soy cosmobiólogo no puedo predecir lo que, finalmente, ira a suceder; pero, al menos puedo visualizar escenarios posibles y uno de ellos es el de la exacerbación de las campañas hasta tornarse en violentas. Una violencia que podría trascender el cuidado sanitario impuesto por la calamidad.

A ese escenario, prefiero el de unas elecciones con todas las medidas de bioseguridad que se requieran. Y esto, según me han comentado amigos conocedores del tema no es un asunto de cuándo, sino un asunto de con cuánto.

Esto quiere decir que, si se tienen los recursos económicos necesarios para tal empresa, las elecciones podrían realizarse efectivamente el 6 de septiembre y que si no se los tiene (o el Gobierno no los suelta) podemos esperar sentados hasta el próximo año –y me estoy quedando corto-.

O sea, que nos vengan a decir que esto de patear lo más lejos posible las elecciones un asunto de carácter sanitario –basta con darse una vuelta por cualquier feria local para caer en cuenta de que una elección con todas las medidas de control es infinitamente más inocua-. ¡Es puro cálculo!, como lo es la insistencia de otros por ir a las urnas la próxima semana si de ellos dependiese.

Es, por último, campaña. Campaña(s) en las que los actores, como decía, están algo desquiciados por lo que se juegan.

Final abierto con pregunta retórica: ¿Por quién doblan las campañas?

miércoles, 3 de junio de 2020

Verde (no) es mi color




Una cromática declaración le costó el cargo al exministro de Minería. Antes de que las aguas se enturbiasen más, la Presidenta decidió echarlo; una decisión, a mi juicio, apropiada. Vaya uno a saber, sin embargo, si lo hizo por convicción o lo hizo para no comprometer más su ya desgastada imagen. Es decir, si lo hizo como Presidenta (hipótesis 1) o como candidata (hipótesis 2). En cualquier caso, el asunto continúa dando tela para cortar. A propósito, mientras escribo estas líneas –miércoles 4, 22:26 hrs- el ministerio continúa en acefalía confirmando el rasgo presidencial de tomarse sin prisa estas minucias, dado que primero está la salud de los bolivianos.

En lo que a mi pluma respecta, ésta comenzó a trazar coloridas conexiones entre lo sucedido y otras historias teñidas de verde, de las cuales daré cuenta enseguida.
Lo primero que trazó fue la lejana rememoración de la línea de campaña del candidato Juan Pereda Asbún, delfín de Hugo Bánzer en las elecciones de 1978, primer intento fallido de retorno a la democracia luego de una seguidilla de golpes, con algún interregno constitucional en el camino. Estamos en los albores del proceso que finalmente, felizmente, nos llevó a salir de las dictaduras.

Más allá de lo abominable que fue aquella elección –anulada porque el escrutinio arrojaba más votos que votantes- en lo que podríamos denominar la prehistoria del marketing político en Bolivia, el eslogan del candidato de marras no tenía desperdicio: “Verde es mi color”. No sé a quién se le habrá ocurrido, pero, con un retraso de cuarenta y dos años, le reconozco cinco estrellas.

Ese mismo tiempo ha transcurrido para que otro verde aparezca con relativa fuerza en el ambiente político nacional, como una especie de “verde recargado” proveniente del verde regionalizado y desleído de Demócratas, cuya última incursión en el campo electoral casi lo deja al borde de perder la personería jurídica – de hecho, antes de adoptar en denominativo “Demócratas”, se hacían llamar “Verdes” o “los verdes” –luego hablaremos de otros “verdes”-. ¿Sabía usted que en la Edad Media al demonio se lo representaba de verde? Como suele decirse, “el diablo no sabe para quién trabaja”. Y, hete aquí, que ya con otro nombre, este color está en el Gobierno y anda en plena campaña para hacer de la Presidenta la próxima Presidenta.

No sé cómo la verá usted, pero yo la veo verde. Y no me refiero a las docenas de trajes de gama verdosa con la que se la suele ver. No conozco el tono de las telas con las que se arropaba antes de acceder -transitoriamente en principio y con todas las de la ley- a la presidencia, pero si su ropero comenzó a teñirse de lechuga desde que, rompiendo un pacto con la ciudadanía que ella misma rubricó verbalmente, se declaró candidata, el asunto ya tiene otras connotaciones. Aparecer con tales tonalidades en actos oficiales podría ser una forma sutil de campaña y eso contradice aquello de no mezclar un papel con otro. 

En términos reales, lo de separar gestión de propaganda electoral es, en nuestro medio, un artificio engañoso. De repente estoy hilando demasiado fino, pero who knows

La cuestión es que el verde, en términos políticos, es más propio de los partidos ambientalistas, cuyo referente más emblemático son (o fueron) “Die Grünen”, los alemanes que irradiaron al resto del planeta su ideario. Ya no pesan tanto, porque el tema ambiental ahora es parte de los programas de todos los partidos, incluidos los azules, los naranjas, los amarillos, los rojos, los arcoíris, los morados, e inclusive los “verdes”.

En todo caso, verde (no) es mi color.