miércoles, 16 de diciembre de 2020

2020: El año de la calamidad (en más de un sentido)

 

                                                         Gráfico: "ContextualMX"


 

Cada año, al término de la gestión, doy mi versión sobre lo que considero el acontecimiento que la simboliza. La anterior ocasión (diciembre de 2019) lo hice en un tono optimista, al punto de que pretendí ya no hacer el recuento que sigue, dado que parecía que mejores días se avecinaban. No fue así. Por ello es bueno volver a repasar el camino que nos llevó al actual momento.

2010: “el año del rodillazo”. Ocurrió durante un partido de fútbol en la cancha Zapata; el equipo presidencial se enfrentaba al municipal. Con pelota detenida –agravante en hechos de este tipo- el expresidente Morales Ayma propinó un alevoso rodillazo en la zona del bajo vientre (en los testículos, vamos) a un rival. La escena se propagó por todas partes causando repulsa generalizada. Esta acción retrató, con precisión, su irrespeto de las reglas –del fútbol, en particular, y de la administración del Estado, en general-.

2011: “el año del MASkin”. Fue el periodo en el que el régimen de Morales Ayma, arguyendo luego que se había roto la cadena de mando, desató una brutal represión contra los marchistas del Tipnis en la región de Chaparina. Una de las formas de tal represión consistió en sellar las bocas de los indígenas de tierras bajas con la cinta conocida como “maskin”.

2012: “el año de la caca”. Con tal sustantivo adjetivado –caca- el expresidente se refirió a las relaciones de Bolivia con Estados Unidos, haciendo gala de su florido lenguaje diplomático.

2013: “el año de la extorsión”. Lo caractericé así debido al escándalo de proporciones gestado desde las propias entrañas del antiguo régimen. Recordemos que al interior de éste se organizó un consorcio mafioso dedicado a extorsionar a reos prometiéndoles influir en la justicia para absolverlos o favorecerlos de alguna manera.

2014: “el año del Estado Plurinominal”. Hace seis años, el Gran Impostor se postuló ilegalmente a los comicios presidenciales –sus peleles del TCP así lo ordenaron y sus serviciales del TSE lo ejecutaron-. Éstos últimos mandaron a imprimir la totalidad de las papeletas de votación con el rótulo de “Estado Plurinominal de Bolivia”. Un acto electoral que debió haber sido declarado nulo.

2015: “el año de Petardo”. Un can adoptado por marchistas potosinos, a quienes acompañó en su periplo a la sede del Gobierno, captó la simpatía de la ciudadanía hastiada de la manera cómo el antiguo régimen ostentaba su poder basado en el autoritarismo. Petardo simbolizó la lucha por la democracia y la repulsa a la corrupción masista.

2016: “el año NO-Evo”. Hoy conocido como 21F, el referéndum convocado por el régimen masista con el propósito de desconocer el artículo 168 de la Constitución para forzar la reelección del Gran Hermano, resultó un revés para tales aspiraciones. La ciudadanía decidió que el sujeto volviera a su cato de coca el 22 de enero de 2020, como él mismo lo había manifestado.

2017: “el año del nulo”. En línea con el hecho precedente, la población dio una paliza al viejo régimen en las “elecciones judiciales”. No obstante la contundencia del rechazo y de los mensajes adversos a aquel Gobierno, éste impuso, como lo había hecho anteriormente, a sus operadores judiciales.

2018: “el año de la doble pérdida”. El vetusto régimen perdió el juicio en La Haya y con ello se cerró toda posibilidad de salida al mar –al menos por el lugar, y las condiciones exigidas por Bolivia- y, por otra parte, la democracia fue secuestrada con la venia de esos operadores judiciales.

2019: “el año de la gesta democrática de Bolivia”. Una serie de eventos afortunados, que devinieron luego del grosero fraude electoral cometido por Morales Ayma y su círculo mafioso, cuya protagonista fue la ciudadanía asqueada por 14 años de abusos, racismo, corrupción, persecución, narcotráfico, impostura, extorsión y violaciones a la Madre Tierra, entre otros. Los usurpadores tomaron las de Villadiego y, ante el vacío de poder, asumió, en estricta aplicación de la sucesión constitucional.

2020: “el año de la calamidad”. Y llegamos al término de uno de los peores de los que tengamos memoria. Un virus que se llevó y, probablemente lo seguirá haciendo, la vida de millones de seres humanos, entre ellos muchos seres queridos. El paso de un gobierno que politizó, corrupción incluida, toda la gestión del mal, creando las condiciones para el regreso de aquellos que dejaron a Bolivia en estado de quiebra moral y económica.

Si eso no es una calamidad, no sé qué podrá serlo. En fin, que 2021 nos depare mejores días.

miércoles, 2 de diciembre de 2020

TRUMPEVADAS

 




Alguien pierde un referéndum que le permitiría postularse indefinidamente a la presidencia y, a la vuelta de la esquina, cinco años más tarde, otro pierde la elección que le permitiría quedarse un periodo más en el poder.

En el primer caso, el derrotado y sus serviciales operadores montan una estrategia de reversión que empieza con la negación del hecho y continúa con acciones legales –son “dueños” del Tribunal Constitucional y controlan el parlamento- para sentenciar que el sujeto puede prorrogarse ad infinitum en el gobierno.

La negación se sustenta en una “gran mentira”, una conspiración orquestada por la oposición, usando a una inocente dama a quien se le atribuye haberse internado en los aposentos del jefazo para desacreditarlo ante la ciudadanía, de modo que ésta le exprese su repudio votando por el “No” a la aspiración de atornillarse para siempre a la silla presidencial.

La arremetida jurídica consiste en hacer aparecer un supuesto derecho humano a la reelección indefinida, bendecido por tribunos rastreros, lo que habilita al personaje a volver a postularse. Tras la elección y en la medida en que avanza el coteo de votos, se da cuenta de que éstos no le alcanzarán para hacerse del triunfo en primera vuelta, por lo que, junto a “su” órgano electoral, los operadores del régimen acuden al fraude sin prever una probable reacción ciudadana que pone coto a tan grotesco montaje.

Un lustro después, el derrotado (2) y sus serviciales operadores montan una estrategia de reversión que empieza con la negación del hecho y continúa con acciones legales –ejercen cierta influencia sobre algunos jueces y tienen un equipo jurídico inescrupuloso- para argüir una supuesta conspiración, patraña sin pies no cabeza que algunos se la compran.

Con la negación de la contundente victoria de su oponente, atribuyéndola a un “fraude electoral” existente solo en la afiebrada cabeza azanahoriada del derrotado, él y sus amigotes quieren ampliar su estancia en el poder, contra la voluntad ciudadana expresada en las urnas (o, transferida al colegio electoral, si se prefiere). Tengo mis reparos sobre el sistema de elección de EEUU que, entre otras cosas, pese a haber perdido por más de dos millones de votos ante la candidata rival hace cuatro años, le otorgó el triunfo entonces y, en respeto a las reglas del juego, ella reconoció al candidato electo sin grandes aspavientos. En la elección reciente ambas cosas se corresponden: la brecha del voto popular entre el ganador y el indecente perdedor es de una dimensión pocas veces vista, y el voto del colegio electoral lo corrobora.

La arremetida jurídica –pena por un otrora lúcido exalcalde- consiste en hacer aparecer una supuesta conspiración y maquinar una deslegitimación del triunfo del adversario para luego intentar revertir la situación a su favor. Pero las instancias apeladas, incluso aquellas donde había “amigos”, le fueron diciendo sistemáticamente que “no way” –o, “no, güey”, según quién lo diga-.

Lo más delicado del asunto es que tal individuo ha colocado a la democracia de los “padres fundadores” al borde del abismo, dejando a su legítimo sucesor la tarea de curarla de sus heridas. Entretanto, este último ya ha hecho designaciones importantes y ha instado su equipo económico para llegar al 20 de enero con lo necesario para afrontar el reto que le espera.

Puede tratarse de una similitud, de parecidos razonables o de pura coincidencia; el caso es que la diferencia entre un populista y otro, así sean de distinta, opuesta inclusive, corriente, no es muy grande.

Ahora bien, ¿hay algo más vomitivo que las personas comparadas en este texto? Sí, lo hay: quienes justifican fanáticamente los desvaríos de aquellas.