miércoles, 18 de noviembre de 2020

¿El que mon, man?

 

                                                                   Foto: "Opinión"


Imagino que estar en los zapatos del presidente Arce no debe ser muy grato. Pasadas tres semanas de su investidura, no ha conseguido darle un sello personal a su mandato y se ha movido dentro de lo previsible: actos oficiales de rigor, echarle la culpa de toda la crisis al gobierno de su antecesora, dejar que las cosas vayan “volviendo a la normalidad” según el canon masista y no mucho más. La imagen, divulgada por su unidad de comunicación, del Primer Mandatario dando clases desde su despacho –simpática, eso sí- podría leerse también como la de una persona que no acaba de asumir la función para la que fue elegida; “mi mundo es el de la academia, no este al que, por azares del destino, vine a dar”, parece decir. La expresión inglesa “soldier of fortune” se acerca al estado descrito.

Por contraposición al personaje que quiso eternizarse en el poder, ya fuera por un supuesto derecho humano o por un grosero fraude, Arce luce discreto, menos locuaz, mejor orador (mejor dicción, en todo caso, independientemente de algunos dichos cuestionables en varias de sus alocuciones), más formado, sin tendencia a hacer gala de sus proezas sexuales y, hasta el momento, no ha usado los medios estatales para transmitir sus destrezas basquebolísticas todas las tardes –de rodillazos, menos-.

Ya en el periodo electoral sus “negativos” eran mucho menores que los del susodicho. Y, sin embargo, siendo así, se lo ve como acomplejado, falto de personalidad, ante la sobra de aquel. Si a solo tres semanas de su periodo constitucional tengo esa impresión, no quiero ni pensar en lo que los próximos cuatro años y cuarenta y nueve semanas que le restan.

¿Qué ocurrió para semejante acoquinamiento de SE? Pues que, incluso antes de su posesión, el jefazo ha asumido que el 53% obtenido por Arce no es de Arce, sino de “el Evo”. Y desde entonces se dedicó a opacar la figura del Presidente con demostraciones de convocatoria –la campaña sinfín- para que quede claro quién es el que manda.

El saber popular, con su condimento machista y k’uchi, ha preservado la frase “el que mon, man”, que no es otra cosa que el apócope de “el que monta, manda”. Unos grados de grosería más y se puede, entrando en la psique del cocalero, mencionar que le está diciendo que la tiene más grande.

Como el individuo de marras no se viene con chiquitas (un malpensado diría que más bien lo hace) ha montado una guardia pretoriana a su servicio en el Chapare. No me pregunten cuál es el producto de exportación estrella de la zona porque no tengo la menor idea. En síntesis, el caballero ha vuelto por más y no se asquea en hacerlo notar.

Me animo a decir, sin datos concretos, a puro ojo de buen cubero, que una auditoría de medios concluiría que la cobertura al orinaqueño es mucho mayor que la que se le da al Presidente.

La situación no deja de ser embarazosa para don Luis. Me pregunto si aún está a tiempo para dejar en claro que es él quien obtuvo el voto popular y quien tiene que asumir, para bien o para mal, le presidencia de Bolivia.

De persistir o ahondarse esta situación, podría tornarse en un asunto de Estado con el consiguiente riesgo de afectar a la poca institucionalidad democrática que queda.

Quien más bien tiene que repensar su rol en este contexto es justamente aquel que no obtuvo ni un voto en las pasadas elecciones, aunque intentó triquiñuelas como la de ser habilitado como candidato a la primera Senaturía por Cochabamba, extremo que le fuera negado pese a la insistencia de su abogado, hoy Procurador General. Aunque conociendo su desmedida egolatría no parece haber mucha esperanza.

jueves, 5 de noviembre de 2020

Supremasismo

 

                                              ABECOR - PÁGINA SIETE


El concepto encierra, en una sola palabra, el supremacismo del MAS. Hecha esta precisión, pasemos a desarrollarlo.

En origen, el supremacismo se refiere a una tendencia de la ultraderecha estadounidense de adjudicar a la “raza blanca” y a sus “valores” una supuesta superioridad sobre el resto de la especie humana; de manera análoga a los nacionalismos que pregonan la superioridad de una nación sobre las demás.

Por extensión, podría aplicarse el concepto a toda postura que reivindique la supremacía –étnica, cultural, intelectual- de un grupo sobre el resto de los sus congéneres. Puede, asimismo, hablarse de supremacismos locales (al interior de un Estado, por ejemplo) o de microsupremacismos.

Los últimos meses hemos visto (re)brotar en nuestro medio expresiones bastante próximas a lo descrito. Utilizando como emblema al mismísimo Dios, grupos ultristas desengañados en su idea de arrasar en las elecciones, salieron a mostrar su “superioridad” -¿moral? ¿religiosa? ¿militar?- nada menos que acudiendo a los cuarteles para que algún soldado asumiera el gobierno para impedir que “el comunismo” lo haga. Jocosamente, por oponerme a tan decadente manifestación, se me ha tildado de comunista, cuando lo más próximo a ese vocablo que soy es columnista o, a lo sumo, algo de consumista tengo (comprador compulsivo de libros y discos).

Pero como los hay a un lado, los hay al otro también. Desde el discurso anticolonialista trasnochado gestado en los prolegómenos del quinto centenario (1992), una suerte de exacerbación de cierta superioridad de los “originarios” fue expandiéndose en el imaginario colectivo hasta encontrar una expresión política, el MAS, quienes coronaron (literalmente, en Tiahuanaco) al “primer presidente indígena” de la República de Bolivia. El ejercicio del gobierno demostró que de tal superioridad no había pizca. Resultaron más corruptos y pícaros, como se diría en santa Cruz, que sus antecesores “blancos”. El caso FONDIOC es la muestra palmaria de tal hecho.

En lo que sí ha recuperado –porque durante un tiempo dejó de tenerla- superioridad, es en cantidad de respaldo necesario para lograr una clara mayoría electoral. Sin embargo, este nuevo impulso parece venir aparejado de un insano propósito de imponer un poder –retomar el camino que le quedó cerrado gracias a la acción ciudadana de hace un año-. Y se pasaron por la entrepierna los 2/3.

“Ahora gobernamos los collas”, ha dicho un adláter del partido favorecido con el voto ciudadano. Imagino que tal disparate hizo que muchos “no-collas” se arrepintieran de haberle otorgado mayoría.

Pero donde ya se mostró campante el supremasismo es en la justicia. Sus operadores no han tenido ni siquiera el pudor de esperar a que se instale el nuevo gobierno para beneficiar a sus patrones con una seguidilla de fallos –algunos de ellos en horas en las que los hampones salen a trabajar- que dejan una sensación de inermidad en la ciudadanía.

En tal afán, a esos agentes del supremasismo se le ha ido la mano: Han sacado de prisión a una investigada por el delito de narcotráfico. Pesó más el que sea su “hermana” en el instrumento político que su condición de delincuente.

La cereza de la torta la puso un agitador del CONADE paralelo. Este individuo sugiere la creación de milicias armadas, unas “brigadas azules”, para amedrentar a los ciudadanos. Cuesta creer que en pleno siglo XXI (ha transcurrido la quinta parte del mismo) se escuchen estas groserías.

Así como manifesté mi repudio por quienes, arrodillados, se pusieron a tocar las puertas de los cuarteles pidiendo a los militares que asalten el gobierno -patética demostración de supremacismo regional- destaco la denuncia que las FFAA han hecho contra dicho sujeto. El Presidente entrante, como Capitán General de las mismas, debe respetar su institucionalidad, así como éstas deben respetar a la autoridad democráticamente elegida.