jueves, 28 de abril de 2022

Eternamente Yolanda

 


Una callada emoción le hizo suspirar: “¿Y quién, cuando yo muera, consolará el paisaje…?” (Bajo el oscuro sol, Yolanda Bedregal).

György Faludy, poeta y traductor húngaro canadiense fallecido en 2006, decidió, según su propia declaración, dedicarse a las letras cuando tenía siete años. Consultado por Mihaly Csikszentmihalyi sobre esta su determinación, el vate respondió “porque tenía miedo a morir” explicando que “crear modelos con palabras, modelos que por su verdad y belleza tenían la posibilidad de sobrevivir más allá que el cuerpo”. Faludy selló la respuesta con “fue un acto de desafío y esperanza que dio sentido a mi vida durante los siguientes setenta y tres años” –al momento de realizarse la entrevista que le hizo Csikszentmihalyi para su libro sobre el fluir de la creatividad-.

Entrevistada por Kathy S. Leonard en 1998, la escritora boliviana Yolanda Bedregal, fallecida en 1999, da luces sobres sus primeros pasos en las letras: “Para mí, la literatura era la vida misma, como jugar, comer, dormir… En mi casa se hablaba de libros, de giros idiomáticos, de gramática, con amor” y, en otro pasaje, “…a veces se escribe por dar testimonio y otras para borrar las cicatrices”.

Tuve acceso a la entrevista de Leonard, autora estadounidense, no en la publicación original de la misma sino a través de su inclusión en el libro conmemorativo de los cincuenta años de Bajo el oscuro sol, una colección de textos alrededor de la obra presentada en marzo por la carrera de Literatura de la UMSA, dentro de la serie “La biblioteca del zorro Antonio” cuya coordinadora es la Doctora Ana Rebeca Prada.

La edición del volumen fue confiada a la Mgr. Fátima Lazarte, quien logró reunir una apreciable cantidad –y calidad- de firmas, lo que le otorga un apreciable valor como obra referencial de la metatextualidad en torno a Bajo el oscuro sol. Estructuralmente está compuesta en cuatro secciones (sin contar la Presentación, a cargo de la coordinadora, ni la Introducción, de la editora): I) Diálogos sobre Yolanda Bedregal; II) Nuevos acercamientos críticos; III) Crítica fundamental; y IV) Memoria gráfica.

Una particularidad de su lectura, al menos en mi experiencia, es que no es necesario seguir dicho orden –los ojos se van, en primera instancia, directamente a la cuarta sección-; es más, los textos de las secciones segunda y tercera, pueden leerse de manera aleatoria, inclusive, sin que haya pérdida alguna. En “Crítica fundamental” se encuentra la cuasi totalidad del estado del arte sobre la novela homenajeada, algunos de cuyos artículos fueron “aggiornados” para esta edición, mientras que en “Nuevos acercamientos críticos” están los artículos específicamente escritos para la ocasión. Más adelante diremos algo sobre la primera y la última, puesto que la médula del contenido se encuentra entre ambas.

La complejidad de Bajo el oscuro sol posibilita una gama de posibles entradas y de lugares desde dónde abordar su lectura. Así pues, los críticos y las críticas, entre los cuales se encuentran bolivianos residentes en el país, bolivianos residentes en el exterior y extranjeros –la mencionada Kathy S. Leonard, por ejemplo, aunque la entrevista referida está en la primera sección- la desentrañan desde lo femenino, desde lo político, desde lo policial, desde la herida, desde el fantasma, desde la muerte, etc. En algunos textos, predomina alguna de estas entradas; en otros se perciben más panorámicas, aunque con ciertos énfasis. Está presente también el abordaje puramente literario, preocupado el asunto de la creación, donde los intertextos abundan y enriquecen la interpretación, aun complejizándola más.

Los textos de Gaby Vallejo, quien enfatiza en que Bajo el oscuro sol tiene la estructura de “una novela dentro de otra novela”; de Willy Óscar Muñoz, que la ubica como “una metaficción, la ficción de una ficción”, cuyo fundamento teórico sería “la lectura, la interpretación y la generación textual”; de Débora Zamora Alcázar, quien hace dialogar esta obra con las de Unamuno y Bioy Cáceres, sostiene que “Bedregal apunta a la literatura y al problema del arte”; de Rodrigo Urquiola, quien cataloga a la escritura como “el último refugio”, son, a mi parecer, los más próximos la literatura y a las teorías de la lectura.

El artículo de Leonardo García Pabón, mencionado en buena parte de otros, da pie a su ampliación y a mayores aportes en los textos de Ana Rebeca Prada y Christian Quenta Herrera –los vincula el tema de la herida, aunque, por sí solos, cada uno explora sus propias vetas-. El primero apunta que “Así, la vida de la protagonista de Bajo el oscuro sol está marcada por una doble violencia: la del Estado autoritario contra la vida de los ciudadanos y la del sistema social patriarcal contra la mujer”, la segunda nos hable de “los cuatro silenciamientos” a los que está sometida, y el tercero sentencia que “el signo de la herida en Bajo el oscuro sol crea una poética de la imagen fantasma”.

Los aportes más políticos están  a cargo de Rosario Aquim Chávez y Virginia Ayllón; aquella desde la categoría de la colonialidad de género propuesta por María Lugones: “Bedregal atisba en su novela, precisamente, que las condiciones de existencia y desarrollo de hombres y mujeres siempre han sido diferentes”, ésta, contextualizando la situación: “…puede conjeturarse que el hecho político en el que muere Loreto sea cualquiera de los golpes de Estado –a los que curiosa y popularmente se los engloba en la palabra “revolución”-.

Fabiola Morales Franco y Alejandra Echazú Conitzer ahondan en la relación maternidad-muerte. Morales, en su rodeo a la tragedia griega, dice “La vida de Loreto queda entonces marcada ya no por el amor incestuoso, ni por la lucha social, ni por la escritura prodigiosa sino por la maternidad interrumpida, el hijo deseado convertido en monstruoso desenlace”; Echazú señala que “La escritura se convierte para en su proyecto de maternidad, pero éste también se trunca por la bala perdida: muere la madre y calla la palabra”.

Una lectura distinta es la que brinda Rosario Barahona Michel, asociando la figura de Loreto a la de la heroína, en concreto a la de Juana Azurduy, apoyada en otras figuras, entre ficticias e históricas: “Loreto es una heroína callada pero alborotadora”.

Desde una mirada exterior, el italiano Fabrizio Catalano y el chileno Enrique Riobó Pezoa dan cuenta muy diferente de su acercamiento a la obra. El primero, ensaya una especie de divagación no tanto centrada en la obra misma como en la figura de Bedregal: “Existe una notable diferencia entre Bedregal y estas últimas dos pintoras (Remedios Varo y Leonora Carrington): ellas casi no fueron tocadas por el imaginario precolombino, mientras que nuestra escritora está impregnada por impulsos y atracciones indigenistas o mágicas”; Para Riobó, en la línea de la búsqueda –frustrada debido a tres condiciones- “El arrojo de Loreto en la búsqueda del enigma fue tal que le provocó la muerte”.

A modo de cierre, mencionamos un entrañable álbum fotográfico (una de las fotos me remite a un acontecimiento en el que estuve presente) y el comienzo, paradójicamente, del libro, con entrañables testimonios de Mario Frías Infante, Mariano Baptista Gumucio, Rosángela Conitzer y Agustín Echalar Ascarrunz.

Bajo el oscuro sol, ¿trata sobre la muerte o sobre la creación? La respuesta está en el propio oxímoron del título.

(*) El autor agradece a Pablo Milanés por lo entrañable del título prestado.

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Ficha técnica

Nombre del libro: Bajo el oscuro sol de Yolanda Bedregal – 50 años

Producción: Carrera de Literatura (UMSA) para la Colección La Biblioteca del Zorro Antonio

Coordinadora: Dra. Ana Rebeca Prada

Editora invitada: Mgr. Fátima Lazarte

Editorial: 3 600

Año: 2021, La Paz, Bolivia

Firmas:

Mario Frías Infante, Mariano Baptista Gumucio, Rosángela Conitzer (entrevistados por Fátima Lazarte), Agustín Echalar Ascarrunz, Kathy S. Leonard, Rosario Aquim Chávez, Rosario Barahona Michel, Fabrizio Catalano, Alejandra Echazú Conitzer, Virginia Ayllón, Fabiola Morales Franco, Enrique Riobó Pezoa, Débora Zamora Alcázar, Gaby Vallejo, Ana Rebeca Prada M., Leonardo García Pabón, Willy Óscar Muñoz , Christian Quenta Herrera, Rodrigo Urquiola Flores.


jueves, 21 de abril de 2022

Tornamesa: Rolling Stones "Their Satanic Majesties Request"


 Por invitación del programa "Dimensión", comparto algo de mi colección.

miércoles, 20 de abril de 2022

Como la bolivianita

 




Mi fascinación por la bolivianita no es reciente. La tengo de mucho antes y tal encantamiento ha seguido creciendo con el tiempo –hace poco honré a mi esposa con una joya hecha con base en aquella-. Más de una vez he dedicado breves textos a exaltar su particular belleza, misma que no radica en la “pureza”, sino en los distintos grados de mezcla que posee.

Esta gema formada naturalmente en yacimientos del oriente, registra, a la manera de una denominación de origen, su procedencia boliviana, siendo de exclusiva extracción en nuestro país. Tanto cruda como cortada y tallada se muestra atractiva, aunque su exportación, por ley, solo es permitida si tiene valor agregado; sacarla fuera del territorio nacional en estado “natural” es ilegal.

La preciosa bolivianita tiene una composición geológica y una leyenda con dos versiones, aunque ambas coinciden en la figura de Anahí, princesa ayorea –de ahí el nombre de la mayor mina que la alberga. Una de las historias narra la historia de amor entre ella y un conquistador español, Don Felipe, quien la desposó, pero, al intentar regresar a Europa llevándosela, los lugareños decidieron matarlo, pero Anahí se interpuso ayudándolo a huir, ofrendando su propia vida, no sin antes entregar a su amado a gema que hoy conocemos como “bolivianita”, cuya conjunción de colores simboliza el amor.

También se cuenta que mientras Anahí recorría la selva observo la presencia de extraños a caballo, fue a contar el hecho a su padre, pero mientras lo hacía, los conquistadores arrasaron el poblado; el padre consiguió escapar, pero la hija murió en sus brazos. Desde entonces, en memoria suya, el hombre llevó la gema bicolor. Igualmente, lo simbolizado es el amor.

Físicamente, la gema está contiene, de forma combinada, aunque no estrictamente fusionada, dos piedras preciosas: citrino y amatista, lo que le otorga un encanto singular: dos tonos de reflejo consonante.

Con total propiedad puede decirse que nuestra tan boliviana bolivianita es una gema mestiza. Más aún cuando las piezas, ya sea en bruto o procesadas, tienen distintos grados de presencia de una u otra de las mencionadas piedras, tal como el mestizaje se presenta en la biología y en la cultura: no como una mezcla a partes iguales, sino como una gama ilimitada de posibles combinaciones, sin que por ello se deje la condición del ser producto de la conjunción de elementos que se manifiestan en un cuerpo o en una expresión multiplicados ad infinitum.

El proclamar interesadamente que uno es de composición étnica químicamente pura, es desconocer el proceso de mestizaje desarrollado durante siglos y ampliado los últimos 50 años por el fenómeno de la masiva migración global, lo que no niega la existencia de grupos, unos más grandes que otros, cuya pervivencia de sus culturas y tradiciones, incluidas sus lenguas ancestrales (cuya preservación es vital), han experimentado menor grado de relación (mestizaje) con otros –sobre todo, aquellos que permanecen alejados de las grandes concentraciones urbanas-.

He hecho estas referencias, entre metafóricas y factuales, a raíz de la falacia de la negación del mestizaje promovida por el régimen en su propósito de sostener un discurso ideológico “purista”, cayendo, inclusive, en el ridículo, como la ministra que, sin ponerse colorada, dice que Bolivia “es un pueblo indígena originario campesino”.

Lo que sostengo va más allá de la inclusión o no de la categoría “mestizo” en la boleta censal. Así como no encontramos dos piezas de bolivianita exactamente idénticas, de la misma manera somos l@s bolivian@s: iguales y divers@s al mismo tiempo. Mestiz@s, en suma.

jueves, 7 de abril de 2022

La "wawacracia"

 


Dejemos de lado momentáneamente la guerra interna del régimen, misma que ha adquirido niveles de sordidez nunca antes vistos, al punto que más parece un ajuste de cuentas entre cárteles narcotraficantes que un ejercicio democrático de disputa por el liderazgo.

De lo que me quiero ocupar es de aquellos exabruptos que, aparentemente, fueron propagados intencionalmente a objeto de desviar la atención que la ciudadanía tenía puesta sobre, justamente, la fractura del régimen. Está por demás recalcar que tal propósito no fue conseguido y que el centro de interés seguirá siendo el fuego cruzado entre “arcistas” y “evistas”, con Choquehuanca agazapado en algún rincón.

Si bien ya perdieron actualidad, precisamente por su artificiosidad, tales exabruptos son sabrosa materia prima para una columna. En honor al Vicepresidente –prolífico en ellos- he denominado a la presente “la wawacracia”.

Hubo un tiempo en el que el prefijo “wawa” tuvo connotaciones de ternura y cierta picardía. Se acuñó, por ejemplo, el término “wawaministros” respecto a algunos miembros del gabinete de Alfredo Ovando Candia; Mariano Baptista Gumucio (Educación) y Marcelo Quiroga Santa Cruz (Minas y Petróleo). Por entonces era aún raro ver a jovenzuelos en tales cargos. El mismo denominativo pudo haber encajado perfectamente a los jóvenes Jorge Quiroga y Carlos Alberto Goitia cuando ejercieron como dignatarios de Estado. Hoy es más bien común tener a menores de 35 años en buena parte de las carteras de Gobierno.

Los tiempos cambian y aquello que alguna vez tuvo connotaciones cariñosas y positivas, adquiere las contrarias, es decir, odiosas y perversas.

Cuando el señor Choquehuanca pidió “cuidar a la wawa” para referirse al malentretenido que destruyó un bien público -más allá de ser una pieza artística- mandó el mensaje de que, en lugar de sancionar a quien comete delitos, hay que premiarlo –dicho sea de paso, este personaje maneja un discurso “místico” similar al del señor Kanashiro, el tiznado postulante a Defensor del Pueblo-.  Esa inversión de valores tan cara al régimen.

A partir de tal desatino, lo de “wawa” no tiene que ver con la edad sino con la actitud. Así pues, más tarde, aparece un parlamentario del régimen proponiendo la declaratoria de patrimonio cultural a la dinamita, ese explosivo que aterrorizaba a la ciudadanía cada vez que había marchas contra el Gobierno. Más de un manifestante quedó mutilado por mala manipulación de un cachorro, para no mencionar a autoinmolación del señor Picachuri que también causo dolor a otras familias. La “propuesta” de esta wawa me hizo recordar la del nefasto Eugenio Rojas, ya muerto, quien hablaba de “legalizar la tortura”.

Luego salió la wawa pirómana, de conocido expediente, anunciando que prepara un recibimiento a las nuevas unidades de La Paz Bus, más conocidas como “Pumakatari”. Imaginamos, por los antecedentes del sujeto, que será una bienvenida con lanzallamas y bombas Molotov. Ya que hablamos de este individuo, no deja de sorprender el tupé que ha tenido para inscribirse como postulante a Defensor del Pueblo. Sería el colmo que, luego de sus fechorías, sea premiado con el puesto.

Hay casos menos atractivos, pero este recuento de wawas no podía acabar sin mencionar a la directora de AJAM, que no tuvo empacho de hacer encarcelas a uno de sus funcionarios porque le disgustó un meme que ella misma le había encargado. ¡Muy wawalones andamos!