viernes, 25 de marzo de 2022

 



No es que escaseen los asuntos complejos de la realidad o los temas de coyuntura que generalmente nos ocupan. Por el contrario, la economía pende de un hilo, una “wawa” es socapada por el Estado luego de haber cometido un hecho delictivo, el régimen a punto de implosionar, el Putin y sus crímenes…

Solo la coincidencia de la fecha de publicación de esta columna con la de un memorable acontecimiento me impide abordar alguno de ellos.

A mí me parece que fue ayer o, mejor, hace tres días (puesto que ocurrió en martes) y sin embargo fue hace 25 años, el 25 de marzo de 1997: muy apretadas en las graderías del teatro al aire libre de La Paz, que quedó estrecho para tanta concurrencia, miles de personas, entre paceñas, provenientes de otros departamentos e, incluso, visitantes de otras latitudes, la banda británica Deep Purple ocupaba el escenario para dar lo mejor de sí a un público eufórico que no paró de corear los himnos que, uno tras otro, tronaban desde las torres de sonido.

Ocupando la escena se encontraban Jon Lord (+), Ian Gillan, Roger Glover, Ian Paice y Steve Morse, vale decir, cuatro quintas partes de la formación más aclamada del grupo; la ausencia de Ritchie Blackmore fue cubierta con el virtuosismo de Morse, quien le dio gran lustre a la música de esta institución del rock.

Si pare entonces ya eran considerados como “dinosaurios”, imagine usted cómo lo serán ahora que aún continúan en actividad. Digo esto porque no faltó quien objetara su presencia en Bolivia en razón de que estarían “acabados”. Nada más alejado de lo que se vio y escuchó durante el concierto –cuyo registro grabado circula ampliamente en las redes-. El grupo, a juicio mío, llegó en su mejor momento, cuando tanto colectiva como individualmente, el conjunto y los ejecutantes, no tenían nada que demostrarle a nadie y sonaban con una soltura de cuerpo envidiable.

El antecedente de su visita fue la llegada en plan solista del cantante Ian Gillan, quien se presentó en el estadio “Siles”. Él mismo revela que propuso que La Paz fuera incluida en la gira latinoamericana con motivo de la aparición del álbum “Purpendicular”. Y así llegó la oferta que el empresario Juan Carlos Nemtala tomó, con todo el riesgo que una cosa de estas implica.

El primer reto fue satisfacer el “technical raider”, cosa que Sonilum, realizando una inversión destinada a ello, cumplió a cabalidad, tanto en el requerimiento lumínico y de amplificación, como en la estructura. Si bien ya llevábamos varios espectáculos internacionales a cuestas, el de los Purple, por los estándares de su lugar como leyendas de la música, fue un hito. Tengo la sensación de que, desde ese momento, el país estuvo listo para recibir megaespectáculos con todas las garantías técnicas –y de seguridad, que es un aspecto importantísimo-.

Un dato del que ni los miembros del grupo ni nadie en ese momento estaba consciente es que el 25 de marzo de 1972 se lanzaba su disco “Machine Head”, célebre por incluir el emblemático “Smoke on the water”, cuyo riff de guitarra es, probablemente, el más ejecutado tanto por aprendices como por guitarristas consumados. Cumplía 25 años entonces y cumple 50 precisamente hoy.

Cierro con dos anécdotas: el concierto estuvo a punto de suspenderse (de hecho, se retrasó, sin opción a postergación por otros compromisos del grupo) por problemas en la desaduanización del órgano de Jon Lord; y, minutos antes de salir al escenario, Roger Glover se asomó para “espiar” a la audiencia inquieta por vibrar con sus estrellas –lo vi, literalmente, temblar ante la energía que emanaba de la gente. Lo que siguió fue aproximadamente una hora y media de emociones y la sensación de poder morir tranquilos.

Ese fue el día “Deep”.

miércoles, 9 de marzo de 2022

La falsa neutralidad del régimen plurinacional

 


¿Cómo reaccionaría usted ante una escena callejera en a que un grandulón, visiblemente enajenado, está majando a golpes a un alfeñique al borde del colapso?

1.       Pasa de largo.

2.       Se une al grupo de curiosos y permanece pasivo.

3.       Se une al grupo de curiosos y emite, de tanto en tanto, llamados a que pare el abuso.

4.       Toma valor y se interpone entre ambos para separarlos.

5.       Se pone del lado del gigantón y le ayuda a destrozar al pequeñín.

6.       Se pone del lado del débil e intenta “equilibrar” la paliza.

7.       Reconoce a la mole, pero se acuerda de que su familia le debe favores a la del “fisicudo”. De dientes para afuera, dice que “es una barbaridad”, pero no hace nada para que el abusivo pare la masacre.

Puede ser que existan otras reacciones, pero con las anotadas tenemos suficientes como para reflexionar en torno al concepto de neutralidad, tan socorrido últimamente.

La opción 1 puede ser calificada como “indiferencia” o “nomeimportismo”. Detrás de ella está el pensamiento “no es mi problema; que el bruto mate al indefenso si así tiene que ser”. Pero neutralidad, no es.

La 2 tiene más de morbosidad que de neutralidad. Usted goza con el “espectáculo”; le excita.

La 3 es una suerte de conciencia moral, pero podría ser que, en fondo, usted se esté disfrutando tanto como como el de la 2. La neutralidad no supone inacción –más allá de las palabras de “solidaridad”-.

La 4 es entrar en acción. Podría causarle daños físicos, pero si consigue evitar la muerte del desaventajado, habrá valido la pena. Usted no ha tomado partido por ninguno, pero ha intervenido para evitar una tragedia. Neutralidad activa, diríamos. Bien por usted.

La 5 y la 6 indican el tomar partido por una de las partes e involucrarse activamente en el pleito a favor de una u otra. No hay neutralidad.

La 7 es la posición más cómoda y a la vez la más ambigua e interesada. Ni con uno no con otro, sino todo lo contrario; los favores que le debo a la parte agresora me inhiben de condenarla decididamente, aunque quisiera hacerlo. Es la falsa neutralidad.

Con todos estos elementos usted puede señalar la opción por la que el Gobierno de Bolivia -no el señor Morales Ayma y algunos de sus valedores, que están claramente inclinados hacia la opción 5: “No es invasión; Rusia está sentando soberanía” dijo aquel- se ha decantado ante la invasión de Ucrania por parte de la Federación Rusa.  

Para calificar como neutral, a estas alturas de la historia, no basta con no involucrarse en una guerra. La Constitución Politica del Estado Plurinacional, define a éste como “pacifista” –lo adecuado hubiese sido “pacífico”-. Esto le complica más la vida al régimen, porque un pacifista es un activista por la paz; al pacifista le duele y molesta la acción militar de un Estado elefantiásico sobre uno menos musculoso. Es también una cuestión de ausencia de “proporcionalidad de fuerza”, concepto caro al régimen en los casos de persecución política a los que somete a militares que resguardaron la propiedad pública. Solo por un poco de consistencia con sus argumentos, el Estado Plurinacional debió haber suscrito los pronunciamientos multilaterales de condena a la acción de Putin. Pero, claro, hay muchos negocios oscuros entre ellos y es mejor cuidarse las espaldas, así la omisión signifique el repudio mundial a Bolivia.

Graciosamente, mientras más intenta el régimen justificar su posición, más se enloda. Y así se lo han hecho conocer distintas instancias internacionales. Escudado en una falsa neutralidad, el régimen hace malabarismos para intentar mostrarla como auténtica y “coherente”. Ni lo uno, ni lo otro; más bien, todo lo contrario.