miércoles, 27 de enero de 2021

Al TSE, con estupor


 Las elecciones nacionales de 2020, originalmente programadas para mayo del año pasado, acabaron llevándose a efecto en octubre con una amplísima participación ciudadana. En primera instancia, el TSE mantuvo inamovible la primera fecha, en celoso cumplimiento de la normativa emanada por ley y luego, por las evidencias de la gravedad de la calamidad, modificó la fecha de la convocatoria dos veces, con la aprobación del Legislativo siempre al límite de la anterior.

La postergación también dio lugar a que el Órgano Electoral desarrollase protocolos de bioseguridad óptimos y que los comicios se verificasen en un momento de meseta del mal. La ciudadanía respondió masivamente y el operativo electoral no derivó en una amenaza a la salud pública. Aunque solo podemos conjeturar, es de sentido común pensar que si las elecciones se realizaban en momentos pico de contagios, las mismas hubieran tenido dos efectos contraproducentes: ausentismo y propagación del virus.

En lo político, la postergación benefició al MAS porque día que pasaba, el acelerado descrédito del gobierno anterior sumaba puntos a sus filas. El resultado, obtenido en buena ley como lo sostuve desde que se conoció, así lo confirmó y acá estamos con un gobierno en plena crisis de salud que no atina a enfrentar con decisión el problema y ha optado por dos “medidas”: cruzarse de brazos hasta que lleguen las vacunas –invitando cordialmente a la ciudadanía a aguantar mientras eso ocurre- y pasarle el fardo, sin acompañarlo de recursos, a los gobiernos locales y regionales para que se las apañen como puedan.

Se puede lucubrar si otro gobierno hubiese hecho mejor las cosas frente a este desastre, pero difícilmente lo hubiese hecho peor. Vamos a razón de 50 conciudadanos muertos por día a cuenta del enemigo microscópico y no hay mucha motivación para ser optimistas, por el contrario, la situación es varias veces más calamitosa que en marzo/abril de 2020.

El tribunal electoral ha determinado que la fecha de convocatoria a las llamadas “subnacionales” se mantiene. Es decir que éstas se realizarían el 7 de marzo contra viento y marea. Varios partidos, con mayor o menor convencimiento, e instituciones se han pronunciado por una prudente postergación, dado que las proyecciones apuntan a que, hacia finales de febrero y principios de marzo, el nivel de contagios estará en su pico. ¿Es ese el escenario propicio para una elección?

Curiosamente el MAS es el único partido que se opone tajantemente la postergación. Las razones se pueden deducir atendiendo a las líneas anteriores: día que pasa, el Gobierno aumenta su descrédito y esto repercute en la intención de voto de quienes lo representan en las “subnacionales”. Si por el MAS fuera, las elecciones serían mañana mismo. Imaginemos una postergación de tres meses, siempre sujeta a una pericia de especialistas es salud pública, y que las vacunas prometidas no hubiesen llegado…

De tanto en tanto, surgen ciertas sobredeterminaciones que condicionan la voluntad, incluida la institucional. ¿Quiere el TSE repetir el éxito del 2020? o prefiere un estrepitoso fracaso de convocatoria y de seguridad. De la opción que elija, depende su propio futuro.

Me encantaría que cuando se publique esta columna, la autoridad electoral haya optado por la primera opción y comenzado consultas para una nueva fecha. Prefiero una columna “resfriada” a una muerte por elección. Pero si el TSE persiste tozudamente en mantener la fecha, por favor vaya alistando mi boleta de multa por inasistencia. La puedo pagar por adelantado, inclusive.

miércoles, 13 de enero de 2021

You can't always get what you want

 


Flashback: Varios ciudadanos vinculados a las ciencias sociales, entre ellos un servidor, nos encontrábamos en un seminario dentro del entonces llamado hotel Raddison; de pronto, cual plaga que lo cubre todo, un rumor tomó el control del salón y lo que acontecía en la testera pasó a segundo plano. Se decía que, en Nueva York, las Torres Gemelas –el emblemático World Trade Center- habían sido objeto de un atentado de características dantescas. Humberto Vacaflor, el más próximo a mí, comienza a conjeturar sobre el supuesto hecho, pero no hay manera de saber mucho más. No, hasta que a algún iluminado se le ocurre encender un televisor en el salón contiguo (¿debo aclarar que entonces no había Tuiter ni féiscbuc, ni cosa por el estilo?). Ah… Sí, estoy hablando del año 2001, en el que s bien ya teníamos correo electrónico, no se podía acceder a éste sino mediante la computadora. Entonces la tele, gracias a los satélites que ya nos habían transmitido “en vivo” la Guerra del Golfo, era el medio más expedito para acceder a la información sincrónica. El seminario se convirtió en un espacio en el que un centenar de impactadas personas observaban lo que ocurría en la Gran Manzana.

Como si de una experiencia de realidad aumentada se tratara, una sensación parecida, pero multiplicada por cien, es la que tuve con las imágenes del asalto al Capitolio. “Mira el feis, se están entrando al Capitolio”, exclamó mi esposa. De ahí en adelante no se habló de otra cosa las siguientes dos horas. Azuzado por el señor Donald Trump, el lumpen que había asistido a una concentración en las inmediaciones, se dirigió al hermoso edificio de estilo neoclásico y  deshonró su blanca estructura, la de la institucionalidad democrática. Alexis de Tocqueville fue profanado a manos de hordas trumpistas. ¿Cómo pudo la emblemática marca estadounidense llegar a este humillante momento? El atentado contra las Torres Gemelas provenía de factores externos; la vejación al Capitolio, de las entrañas mismas de la política interna, del populismo supremacista del señor Trump.

En agosto de 2016, cuatro meses antes de las elecciones que le dieron como ganador, el periódico Los Tiempos nos pidió a cuatro ciudadanos nuestra opinión sobre la posibilidad de que aquello ocurriera.

"Hace unos años, cuando George W. Bush llegaba a la Casa Blanca, escribí que la solidez del sistema democrático estadounidense era tan fuerte que el país podía darse el lujo de tener un personaje tan elemental como el mencionado en el salón oval. Temo que con Trump en el Ejecutivo, dicho sistema vaya a desequilibrarse afectando a los poderes Legislativo y Judicial", fue una de las cosas que apunté.

Más concreto fue Hernán Terrazas, quien escribió: “El riesgo es que una victoria de Trump empodere a lo peor de la sociedad estadounidense. Se puede ser conservador – nada hay de malo en ello -, pero misógino, homofóbico o racista, son actitudes, tomas de posición, que están más cerca del submundo del delito que del mundo de las ideas".

You can’t always get what you want (No siempre puedes obtener lo que quieres) es una canción de los Rolling Stones que Trump, sin permiso para hacerlo, usó como tema de campaña, lo que se sumó a un altercado que tuvo con la banda en uno de sus hoteles. La continuación de la pieza dice: “pero si lo intentas, a veces obtienes lo que necesitas”.

Las mentiras no le alcanzaron para obtener lo que quiso, pero, más allá del propio Trump, quizás obtuvo algo que necesitaba y que es aterrador: el establecimiento de un trumpismo en la sociedad estadounidense y más allá de ella. ¿Podrá Biden extirpar esa amenaza?

viernes, 1 de enero de 2021

1 de enero


 


Si la memoria no me engaña, es la primera vez en largos años de “aguamotear” –entrando al 23 de esta columna- que me toca publicar el 1 de enero. Suelo dedicar la primera de cada gestión a asuntos personales, bajo la presunción, equivocada o no, de que nadie se tomará a molestia de leerla.

Un 1 de enero de 1980 opté por el vegetarianismo como régimen alimenticio. Sarcástico como soy, suelo relacionar esa decisión con la que se atribuye, aunque no sea necesariamente así, a la de contraer nupcias: al comienzo fue una prueba, luego vino la convicción y ahora es costumbre. La prueba fue dura, y no por cuenta propia, dado que prácticamente no había una cultura vegetariana establecida; había que apañárselas como se podía y, encima, la comida de este tipo de opción que se ofrecía era horrible con todas sus letras. Hacia finales de los 80, comienzos de los 90, los sabores criollos fueron incorporándose a la oferta veggie y la vida se hizo más gustosa. Años de padecer preparados sosos tuvieron su recompensa al agregárseles el toque local. Entonces llegó la convicción de haber hecho lo adecuado para mí. Lo digo porque no hago proselitismo de esta cuestión ni, mucho menos, proclamo cierta superioridad ética, como lo hacen algunos de los que evitan el consumo de carne y otros productos de origen animal. Debo decir que, como en otras cosas, no soy extremista en esto y estoy lejos de optar por el veganismo. Ya como costumbre, me satisface que la cantidad de personas que tomaron este camino ha contribuido a que la oferta creciera en calidad y cantidad.

Repito con frecuencia a quienes quieran oírlo que lo que un día nos parece el acabose, con el tiempo se convierte en anécdota –sabrosa, inclusive-. Y Año Nuevo está repleto de ellas. Cierta vez, como otras, me tocó trabajar durante la noche vieja rumbo al flamante día uno. Una vez cumplido el contrato, ya en la calle, recorro con la mirada de un lado a otro y un escalofrío recorre mi cuerpo; mi recientemente adquirido coche ya no estaba en las inmediaciones. Eran tiempos sin féisbuc ni tuiter, que hubieran ayudado mucho. Luego de una búsqueda infructuosa, llamé a un amigo productor de televisión, cuyo canal estaba transmitiendo en vivo la bienvenida al nuevo año, le comenté la situación y le pedí que me hiciera el favor de pasar los datos del vehículo por si alguien reconociera. Recibí, como un sopapo, su respuesta negativa aduciendo que nada podía alterar una programación festiva. El auto nunca fue encontrado y lo peor de todo fue que lo había comprado a crédito, de tal forma que durante largo tiempo estuve honrado una deuda por algo que ya no tenía.

En otra oportunidad decidimos, con mi primera esposa, pasar la fiesta sin sobresaltos, en la intimidad. Reservamos una cena en La Cantonata, dejamos a nuestro hijito al cuidado de la abuela y mientras nos dirigíamos al restaurante, esperando a que el semáforo diera verde para continuar, sentí un jalón en el cuello; una fracción de segundo antes, por el retrovisor, llegué a ver un movimiento inusual. Resultó ser que otro coche que venía de muy atrás no se detuvo y, con efecto dominó, empujó al resto de los motorizados de la fila hasta llegar al primero, o sea el nuestro. Más allá del daño material y del tiempo consumido en las pericias de Tránsito –casualmente situado a unos metros- decidimos que nada arruinaría el plan. Volvimos a la casa de mi suegra, dejamos el coche, nos pusimos Mentisán y pudimos, finalmente, celebrar la llegada del año siguiente.

Por falta de espacio no voy a contar sobre aquella vez que mi amigo Julio Aliaga “derramó” los ingredientes de la comida en el camino y tuvimos que buscarlos en la calle, a las 23:50. Una escena muy apropiada para película de Ben Stiller; pero sí voy a mencionar, para terminar, el año nuevo de 2011, vivido con el telón de fondo del “gasolinazo” y recibido con la derogatoria del mismo. En los pocos días que estuvo vigente no faltó un articulista afín al régimen de Morales Ayma ,que escribió que la medida no se iba a revertir porque éste tenía “espalda suficiente como para sostenerla”. No la tuvo. Como tampoco la tuvo meses antes para sostener la ley para la construcción de una carretera que partiera el Tipnis, ni para implementar el Código de Procedimiento Penal, que también tuvieron que ser abrogados, y mucho menos para sostener el fraude que montó en octubre de 2019, mismo que lo llevó a renunciar y a huir del país.

No todo está perdido. Vamos por un esperanzador 2021.