miércoles, 22 de abril de 2020

El turismo ante un descomunal reto



Por segunda vez de forma escrita voy a rememorar una anécdota (a estas alturas) de mi penúltimo año de colegio. Luego de las anuladas elecciones de 1978, los bolivianos volvieron a las urnas en julio de 1979. Hablo en tercera persona porque la edad no me alcanzaba para votar –además, por entonces, se tenía ese derecho a partir de los 21 años-.

Puede parecer una exageración, un invento mío, pero algunos candidatos se daban tiempo para ir a los colegios y participar de foros-debate con los estudiantes. Uno de ellos era don Marcelo Quiroga Santa Cruz a quien recuerdo, como si fuera ayer, en el salón audiovisual del Instituto Americano, explicando su ideología y su programa de gobierno, y respondiendo las preguntas de la muchachada. 

Dueño de una oratoria privilegiada y de una seguridad encomiable, el líder socialista no pudo evitar un gesto de incomodidad ante la pregunta que le hiciera un compañero de la promoción.
Estaba claro que el programa de Quiroga era casi absolutamente político y que una consulta fuera de ese marco no era lo que esperaba. Pero he ahí que el jovenzuelo le lanzó un “¿qué planes tiene usted para el turismo?”. Silencio. No recuerdo con exactitud la respuesta del entonces candidato, pero la idea era más o menos que él se iba a ocupar de asuntos más importantes. Al menos en ese sentido, el estudiante estaba unos años adelantado al intelectual.

Su prematura desaparición –con la muerte del último de los autores intelectuales de su asesinato, prácticamente desparecen también las posibilidades de ubicar el lugar en el que se lo sepultó- nos privó de saber si luego de aquel encuentro cercano con aquel muchacho, don Marcelo habría pensado en el potencial económico de la llamada “industria sin chimeneas” que, por ejemplo, para España o Costa Rica, representa una gruesa porción de sus respectivos PIB.

No soy, ni muchos menos, un especialista en dicho sector, pero el sentido común me dice que el turismo significa para Bolivia una de las actividades más representativas de lo que se conoce como “patrón de desarrollo de base ancha” que, dejando de lado el componente corporativo, genera gran cantidad autoempleo (cada vez más profesional) a bajos índices de inversión, con extensiones hacia la los servicios hoteleros, de transporte, gastronómicos, entre otros, y de oferta cultural en general. Y –esta es una percepción personal- el que menos le pide (molesta/exige) al Estado, más allá de la obligación de éste de desarrollar infraestructura y de no obstaculizar el libre ejercicio de la iniciativa privada legal.

La calamidad mundial que nos golpea, cuyo nombre no quiero repetir porque es como invocarla, afecta a todos los sectores, sin duda; pero golpea con mayor contundencia al turismo en todo el mundo y hiere de muerte al local. Me ha conmovido en particular el mensaje de los guías de turismo quienes le piden a la Presidenta que desde el Estado se promueva la reactivación de esta industria tan pronto como se “normalice” la vida, cosa que puede tomar cierto tiempo –más corto o más largo, nadie lo sabe-. Pero entretanto, los profesionales del guiaje van a tener que encontrar otros medios de trabajo.

La noticia prometedora es que en la medida en que se vaya retornando a la regularidad económica, una de las primeras cosas en las que pensarán las personas –considerando la tendencia expansiva del humano- será en “trotar por el mundo”. Llegará el momento y tendrá que encontrarlos preparados.
Pido disculpas por si se me percibió como portavoz oficioso. No es mi intención.

miércoles, 8 de abril de 2020

Dura prueba generacional



Ciertamente, esta situación –y cuando hablo de situación hago referencia a su carácter transitorio, por muy penosa que fuera- nos afecta a todos casi por igual, pero muchos de nosotros ya hemos forjado una vida que, de alguna manera, nos preparó para este momento, así sea para que el destino nos encuentre confesados.

Y no es que, como generación, no hubiéramos pasado por otras situaciones delicadas, casi al límite del abismo. A nuestros (por lo menos, los míos) predecesores les tocó arriesgar el pellejo en la lucha contra las dictaduras. Una vez instalada la democracia, sobrevinieron las tribulaciones de carácter económico, epitomizadas en la hiperinflación que marcó a fuego a la mía, y fue aplacada por la Nueva Política Económica que nos trajo estabilidad a un alto costo social. Pasamos por algunas plagas –el cólera, el SIDA, y otros virus de tipo corona (menos letales, menos dramáticos que el actual)- algunas de las cuales cobraron víctimas locales y otra que apenas rozaron nuestros pagos. Lo que quiero decir es que nuestras “pandemias” fueron sobre todo de tipo político y económico antes que de salud pública.

Hago esta introducción porque, a un salto de tres décadas que nos coloca en la actualidad,  observo con expectativa de analista lo que, con tres meses de diferencia, están experimentando los jóvenes, mujeres y hombres, de entre 18 a 28 años, mitad millenials, mitad centenials, en la clasificación global; pero para nuestro mejor entender, simplemente generación “pitita”.

A su temprana edad, estos muchachos y muchachas han protagonizado y están sobrellevando –lo hacemos también nosotros, ya lo he dicho, pero desde otra posición- dos hechos de colosal magnitud: la gesta democrática que puso fin a la dictadura de Morales Ayma, luego de su no menos colosal fraude en su intento por prorrogarse indefinidamente en el poder, gesta que concluyó con la huida del dictador que aseguraba que “solo muerto” saldría del palacio. El compromiso de estos nuevos ciudadanos, análogo al de quienes se jugaron la vida por la democracia hace cuatro décadas, liberó a Bolivia de la tiranía en ciernes enrumbándola hacia un proceso de a la reconstrucción de la institucionalidad democrática que debía continuar con las elecciones programadas para el 3 de mayo, fecha que, dicho sea de paso, aún no ha sido modificada.

Y ahora, esto. Si bien por el rango de edad no se encuentran entre los grupos de riesgo, están cumpliendo con responsabilidad los protocolos determinados para este periodo y, cómo no, con la cuarentena. Tomada desde su concepción sociológica, la juventud se encuentra en suspenso, dado que algunos aspectos que la definen están algo contenidos, especialmente sus alas.

Podríamos decir que su paso por la vida se aceleró abruptamente en cuestión de meses y ya cuentan en su haber con experiencias que también los marcarán como generación. Si a eso sumamos la consignación (lo que la sociedad espera de ella), a esta generación se le encargará llevar un fardo pesado: una suerte de reingeniería integral de la sociedad en la que lo ambiental, lo emocional, la creatividad, unas nuevas formas colaborativas, una economía “del corazón” (sostenibilidad + empatía), una ciencia del ser, antes que del poder, y una educación tecno-eco-humanista, entre los “encargos” que puedo vislumbrar.

Si algo podemos sacar de positivo de esta crisis de salud pública a escala mundial, incluido el colapso de los sistemas de salud, es que el confinamiento parece haber acelerado esta nueva conciencia, facilitando a las nuevas generaciones la consecución de tal transformación.