miércoles, 24 de febrero de 2021

En cuesta arriba

 






Como muchos otros, entre los que usted podría contarse, considero que una encuesta es un instrumento con ciertas características técnicas en su aplicación y científicas en su sistematización para tomar el pulso sobre diversas situaciones de interés público o sectorial.

El marketing recurre a las encuestas con una frecuencia de vértigo para la toma de decisiones de mercado. Ya no es extraño toparse con encuestadores que nos abordan para someternos a largos cuestionarios sobre refrigeradores o sobre artefactos digitales y desde que existe la posibilidad del hacerlas “en línea”, de tanto en tanto nos invitan para colaborar con nuestras valoraciones sobre los más diversos asuntos.

Salvo que seamos parte interesada en un determinado nicho de mercado, no llegamos a enterarnos de los resultados de las mismas porque éstos no suelen ser publicados. No recuerdo, por ejemplo, que alguna marca hubiese demandado a otra por sentirse apocada por otra que apareciese mejor valorada en una encuesta. Otra cosa muy distinta es la manipulación de datos de dudosa procedencia para ganar mercado. Ahí sí correspondería entablar acciones legales. Repito, en cuestiones de orden empresarial, ayudan a tomar decisiones y, generalmente, no se hacen públicas.

Pero cuando las encuestas abordan asuntos públicos, eleccionarios en particular, la figura se torna densa y desata una serie de pasiones. ¿Qué actores, dado que la divulgación de las mismas se ha convertido en un verdadero espectáculo, intervienen sobre este escenario? Pues, la empresa encuestadora, el medio de difusión, los analistas, los actores políticos involucrados y los propios espectadores.

Según se vean más o menos favorecidos, los actores políticos son los afectados. Aunque por reglamento los candidatos no pueden pronunciarse sobre los resultados, dejen deslizar indirectamente o la hacen por interpósita persona, clichés como “la verdadera encuesta está en las calles”, en referencia a la acogida aparentemente buena que tienen en sus recorridos –sin considerar que una misma persona saluda y hasta se toma fotos con varios candidatos- o “la verdadera encuesta es el domingo”, refiriéndose al día de la elección.

Respecto a los analistas –casualmente, mientras escribo estas líneas rechacé una invitación para comentar alguna encuesta por televisión indicándole a mi interlocutora que yo tengo una posición tomada y lo que haría sería “hinchar” por los candidatos de mi preferencia- en algunos casos son voceros cuya militancia, sobre todo en el oficialismo, fluye por sus venas.

Más arriba hablé de “situaciones”. Una situación es una momentánea en el tiempo. Si la campaña es la película, la encuesta es una captura de pantalla. Esta captura puede ser tan clara o tan borrosa de acuerdo a la resolución (metodología, tipo de preguntas, universo de la muestra, distribución geográfica, etc.) Si dos o más capturas se aproximan en sus resultados, se hablará de una tendencia consistente (mayor claridad). Si alguna se diferencia por mucho del resto podría tratarse de ruido –esto ocurrió con una que daba a Mesa como ganador en primera vuelta la pasada elección-.

Justamente por lo que está en juego –la definición del ejercicio del poder-, el acápite de los indecisos, así ocurrió hace poco, tiene una importancia vital: puede concentrarse en uno o distribuirse más o menos equitativamente entre dos o tres, y de la ciencia pasamos a la cosmobiología.

Por lo visto hasta ahora, por lo menos epidérmicamente, las tendencias para las venideras elecciones ya están instaladas, y al no ser muy favorables al MAS, Morales Ayma y su muchachada han decidido “investigar y sancionar a las encuestadoras”. ¿Cómo lo harán? En rigor, solo el Órgano Electoral podría hacerlo, y el mismo ha dado por autorizada la difusión de las encuestas.

Es que al MAS, el camino a la supervivencia política se le ha puesto (en)cuesta arriba.

miércoles, 10 de febrero de 2021

Llevamos un mes de aguantar

 


                                                              Viñeta: El Día


La huella de una frase o una palabra dichas por alguien con legitimidad para su uso público suele perseguir a su emisor, para su gloria o desdicha, por lo que le resta de vida, a veces como un sello seco impreso en su frente. Al calor de un encendido discurso, a la desconcentración por cansancio, al error por inexperiencia, al precio de la ignorancia y a otros factores puede ser atribuida una expresión poco afortunada de la cual no podrá desembarazarse.

El presidente Arce Catacora es muy propenso a cometer deslices verbales, cuando no actos fallidos, que ya le han costado más de un meme. La picardía local, tan proclive a poner apodos, ya le había colgado uno a propósito de declaraciones suyas a propósito de la canasta familiar, dichas en sus tiempos de ministro.

Como candidato tuvo sus tropiezos, el más célebre fue aquel en el que asintió a su entrevistador cuando éste le preguntó si en 2019 hubo fraude. “Por supuesto”, respondió. Está claro que, aunque hubiese cometido miles de esas faltas, éstas no influyeron en absoluto en la amplia votación que obtuvo.

Pero cosa muy diferente es cometerlas en función de máxima autoridad del país. La palabra, en este caso, “hace estado”. No una, sino dos veces, el Primer Mandatario mencionó “los once años de despilfarro” coincidiendo con la percepción generalizada de que, efectivamente, mientras él ejerció el cargo de ministro, el despilfarro fue moneda corriente.

Pero si hay una expresión que va a marcar su gestión, por lo menos hasta que la pandemia ceda, es la que hace exactamente un mes profirió a propósito de la misma, condenando a la ciudadanía a aguantar (aguantarse) en tanto no le llegue su turno de recibir alguna de las vacunas que se anuncian. Queda, además, en evidencia, el hecho de que no hay un plan mínimamente pergeñado para el momento, de incierta fecha, en el que haya que vacunar masivamente. En buena hora, unos 10 000 trabajadores en salud han recibido la primera dosis, pero de ahí en adelante todo es incierto, aunque como diremos más adelante, la propaganda, groseramente ligada a las candidaturas oficialistas, sugiere que estamos a un pelín de superar la calamidad.

¿Por qué es tan cruel la sentencia de Arce Catacora? Haciendo cuentas, quienes todavía podemos contar esta historia, venimos aguantando casi un año, pero cosa muy distinta es que el Presidente establezca el aguante como política de salud pública.

Hace un mes, cuando S.E. tuvo la desafortunada idea del aguante, puse este comentario en mis espacios en la red:

“En mi humilde criterio, "aguantar" es una no-acción, sumisión, mostrar pasividad ante algo (algunos opinan que la mujer debe aguantar la violencia del marido, por ejemplo). La idea es, más bien, superar el padecimiento y lo que se espera son acciones, no omisiones”.

¿Qué ha ocurrido en estos 30 día de aguante oficial? Los fallecidos por el virus- sin contar los que fueron recogidos por el IDIF en las calles- los que no hicieron caso al Presidente, se cuentan a razón de sesenta por día. Evidentemente, los últimos tres días, el número de contagios ha disminuido, pero con el aumento de los decesos, el índice de letalidad se ha elevado.

Aparentemente, para el Gobierno son solo estadísticas, y el propio Arce Catacora ha rematado la idea del aguante con la lapidaria (de lápida) frase “no hay que tener miedo a la estadística” (yo tiemblo cada vez que un prójimo se va).

Otro elemento introducido por el Gobierno en estas cuatro semanas es el del chantaje. “Quieres vacuna, vota azul” es el mensaje. Y mientras el Presidente guitarrea, quiero vomitar.