miércoles, 25 de agosto de 2021

El jefazo, al estilo Capone

 


Instituciones de orden mundial de expertos en materia de derechos humanos y democracia (CIDH y GIEI) remitieron al Estado boliviano sendos documentos, que se suman a otros –OEA, Europarlamento- en la misma línea, pronunciándose sobre las consultas que les fueran hechas, el primero por Colombia, en tanto garante de la Constitución Política vigente desde 2009, respecto a si la reelección indefinida puede ser considerada como un derecho humano y, el segundo, a instancias del gobierno constitucional transitorio de la expresidenta Janine Áñez, sobre los hechos acontecidos durante el periodo transcurrido entre las elecciones de octubre de 2019 y los primeros días del gobierno de transición.

El de la CIDH puso fin a la patraña que el señor Morales Ayma y sus corifeos habían ideado para habilitar a éste como candidato no obstante la propia CPE y, doblemente contundente, la voluntad popular expresado en el referéndum del 21 de febrero de 2016, le negaran tal pretensión. La opinión consultiva de carácter vinculante cayó como un mazazo sobre el oficialismo que, por un momento, quedó aturdido.

Pero, como confiando en que el del GIEI resultara favorable a su ocurrencia de “golpe”, generando una especie de “empate técnico” entre uno y otro –incluso, el portavoz presidencial adelantaba “sorpresas” adversas para “gobierno de facto”, cosa extraña porque el documento estaba ya en manos del Gobierno- intentó minimizar el alcance del primero. Como se sabe, el informe del GEIE reparte responsabilidades, casi a partes iguales a los dos gobiernos del periodo mencionado.

Si bien el objeto de consulta es diferente, ambos coinciden en que el hecho desencadenante de todo lo sucedido posteriormente es el del incumplimiento, por parte del régimen de Morales Ayma, del mandato emergente del 21-F, es decir de la imposibilidad de postular al jefazo para los comicios de 2019. Éste y otros elementos señalados en uno y otro dictamen asfaltan el camino para poder enjuiciar a Morales Ayma tanto en caso de corte como por la vía ordinaria (varias acciones de sus seguidores, a instancias suyas, ocurrieron cuando ya no fungía como Presidente).

Enterado de esto, cual matoncito engreído, un encolerizado jefazo volvió a desbocarse para hacer gala del control que ejerce sobre los operadores de justicia y de otras instancias del Estado, espetando frases como “vengan de donde vengan procesos, vamos a seguir ganando”.

Este tipo de displicencia ante la posibilidad de ser juzgado es análoga a la del gánster Al “Scarface” Capone quien, con su banda de sicarios, aterrorizaba a la ciudad de Chicago. Morales Ayma hace alarde de su poder y desafía a la ciudadanía a que lo enjuicie, seguro de que ningún proceso en contra suyo prosperará –se jacta precisamente de que nunca lo hizo- y vuelve a amenazar con hacer arder Chuquiago.

Capone tenía bien aceitadas a varias autoridades lo que le permitía pavonearse ante cualquier insinuación de juicio en su contra. Hasta que, por obra de un grupo federal de investigación, conocido como “Intocables” debido a una mala traducción de “untouchables” (intachables, insobornables) consiguió llevarlo a estrados judiciales. Durante el juicio, Capone sigue mostrándose socarrón y amenazante pues sabe que el jurado ha sido comprado para declararlo inocente. Enterado de esto, el juez opta por cambiar de jurado y Capone es hallado culpable y es condenado a 11 años de presidio.

Morales Ayma, “el jefazo” para los amigos, no debería estar tan seguro. Una de las recomendaciones del GIEI es, precisamente, el cambio de los actuales operadores. Y en un escenario con gente proba en la administración de justicia, lleva las de perder.

miércoles, 11 de agosto de 2021

Estatuas de mármol e ídolos de barro

 


El patrimonio estatuario de la ciudad de Nuestra Señora de La Paz cuenta con un importante número de piezas, muchas de ellas emblemáticas, la mayor parte en honor a figuras históricas. No todas permanecen en el lugar en el que fueron erigidas originalmente.

La alegórica figura mitológica de Neptuno, por ejemplo, fue trasladada de la Alameda al Montículo, donde encontró su ubicación final, probablemente por una decisión administrativa sin otro motivo que el paisajístico. Otros ejemplares tuvieron que hacer periplos con varias escalas hasta llegar a su sitio actual; tal es el caso de la “Cabeza de Zepita” (como reza la canción de Monroy Chazarreta): la inmensa testa de piedra de Andrés de Santa Cruz y Calahumana, Mariscal de Zepita, fue emplazada en la llamada “Plaza de los Héroes” (San Francisco) y, desde su aparición, una parte de la sociedad le declaró su antipatía por considerarla “antiestética”. Esas voces le ganaron la batalla al Mariscal, y su cabeza fue exiliada –eventualmente, “botada” en algún depósito- hasta ocupar el un espacio en la zona “Amor de Dios”. Por razones similares, la del Ekheko transitó por varias zonas. Otra historia tiene el monumento al “Soldado Desconocido”, magistral obra de Emiliano Luján, que fue sustituido por otro hasta retornar a su emplazamiento original luego de años de proscripción.

Un caso particular, y lo pongo en este orden porque tiene relación con el más reciente hecho que motiva a hablar sobre las estatuas, es el de la efigie de John F. Kennedy, que sufriera un atentado con explosivos reivindicado por el EGTK. Retirada de la plaza homónima, pasó largo tiempo en un depósito de la alcaldía hasta ser “relocalizada” en un parque infantil –con una soldadura en uno de sus pies, producto, precisamente, del atentado-.

Pero, así como algunas estatuas tienen un “carácter itinerante”, otras encontraron su lugar casi eterno en el espacio que ocuparon desde su erección y, en el imaginario paceño, resulta casi imposible ubicarlas en otras coordenadas. Tal es el caso, por mencionar algunos, de Simón Bolívar (Plaza Venezuela), Alonso de Mendoza (Churubamba), Confucio (San Jorge) Alexander von Humboldt (plaza homónima) Eduardo Avaroa (grafía original del apellido del defensor de Calama), Vicenta Juaristi Eguino (en la llamada plaza Eguino, en lugar de Juaristi), Isabel la Católica (plaza homónima), etc. Buena parte de los monumentos alusivos a personajes no nativos de Bolivia, fue encargada y obsequiada a la ciudad por representaciones diplomáticas de las naciones de las cuales provienen.

Y así llegamos a Colón, cuya serena imagen en mármol, enaltece el prado paceño. De la dimensión histórica, con luces y sombras del descubridor podríamos escribir páginas enteras. Es tan universal su presencia, que Ulrich Beck ubica su llegada a las costas caribeñas como el inicio de la globalización. En más de uno de mis viajes me he sorprendido con un Colón erigido, incluso donde menos se esperaría, como en Syracuse, EEUU, hay uno en pleno centro citadino.

Que un individuo enajenado le arranque la nariz o que un Mariscal de Chaparina llame a derribarlo no le quita mérito a la aventura que, producto de la serendipia, conectó para siempre al mundo.

El cubano Alejo Carpentier, tiene una obra –El Arpa y la Sombra- poco amable con el Almirante, pero en una parte pone en su voz estas líneas: “Hora de la verdad, que es hora de recuento. Pero no habrá recuento. Solo diré lo que, acerca de mí, puede quedar escrito en piedra mármol”. Mármol que honra.

Mientras tanto, los ídolos de barro –dictadores y aspirantes a serlo- se derriten sin necesidad de aplicarles combazos.