No se trata de mezclar
forzadamente temas de distinta naturaleza. Sí se trata de un asunto de
proporciones, aunque admito que puede tratarse de un signo de estos tiempos.
Es que, a juzgar por las
reacciones en las redes -y, en menor grado, en los medios tradicionales- ante
tres hechos, todos ellos reprochables debo decir, no termina de sorprenderme la
desproporción de dos de ellas con respecto a la tercera, en orden cronológico.
Reitero: No son los hechos
propiamente dichos los que motivan esta columna, aunque es inevitable hacer
referencia a los mismos, sino la cantidad y tono de publicaciones que se
hicieron eco de aquellos. No tengo una estadística objetiva sobre esta
cuestión, pero sí la percepción y el suficiente sentido común como para notar
una inmensa diferencia entre uno y otros.
Estos sucesos son
popularmente conocidos como: “Discriminación de un adulto mayor a una mujer que
recolectaba tunas en un área pública”, “Agresión a un perro de parte de su
dueño” y “Persecución y aprehensión de ciudadanos a raíz de un video elaborado
en el Ministerio de Gobierno en el cual éstos aparecen en una lista de
supuestos miembros del gabinete que acompañaría a Zúñiga en su Gobierno, luego
del ‘golpe’ que éste protagonizó”.
Los dos primeros se
conocieron por filmaciones de terceras personas, puestas en redes. El tercero, por
el mencionado “documental”, presentado en el propio Gobierno, con la presencia
del propio Presidente, en el auditorio del Banco Central de Bolivia (BCB) -¿por
qué usar el auditorio de la entidad emisora para un acto eminentemente político
y de mala leche?-
Sucede que en cuanto a
diseminación por la red (viralización) los videos “privados” y los comentarios
al respecto tuvieron una magnitud abismalmente mayor que la de la patraña
montada por el régimen.
El punto es que ni las
tunas, ni el can, ni el dizque golpe son el centro de sus respectivos
acontecimientos; son las acciones humanas y las circunstanciales víctimas. La
diferencia es que en los primeros no hay una planificación previa con el fin de
dañar a animales o personas. En cambio, en la acción del régimen hay una
producción cuidadosamente elaborada con el fin de dañar la honra de
personalidades notables y perseguirlas políticamente. Ni la narrativa del
“golpe”, ni el relato del supuesto “gabinete” aguantan un análisis medianamente
riguroso.
Por eso me llama la
atención que los feisbukers, equistores, tiktokers y demás criaturas de las
redes no se hubieran indignado como lo hicieron con los otros acontecimientos.
¿Miedo?, ¿indiferencia?, ¿enajenación?, ¿desprecio?...
Mientras que en unos
casos, las redes parecían haberse convertido en la Inquisición -contra las
personas agresoras- en el otro, pese a su calidad de asunto público, es decir
que afecta a la ciudadanía en conjunto, percibí una especie de prudente
silencio. Fuimos pocos los que nos manifestamos contra semejante atropello a
los derechos humanos y al honor de conciudadanos como nosotros. Lo peor es que
el régimen continúa empeñándose en lastimar a la democracia y a quienes no se
alinean con el mismo y las reacciones parecen darse de forma inversamente
proporcional a la que desencadenan acontecimientos circunstanciales -no
planificados, repito-.
Yendo más allá de a
quienes se involucra en el grosero documental, como si se les hubiera escapado
del guion, el régimen ha convocado a Édgar Villegas, el profesional que detectó
el fraude de 2019, en calidad de testigo del supuesto golpe… y ni así hubo gran
conmoción en las redes. Algo no encaja.