jueves, 24 de julio de 2025

Disponibilidad social, la llave para la transformación

 





A veces, la historia avanza no porque haya grandes consensos, sino porque se agota la paciencia. Y Bolivia, tras casi dos décadas de hegemonía azul, parece haber llegado a ese punto. No estamos ante un simple proceso electoral, sino ante el probable desenlace de un largo ciclo de poder que —como todo ciclo prolongado— termina más por desgaste que por mérito ajeno. El MAS, en todas sus versiones, ha entrado en la zona crepuscular. Y el país, lejos de temer el cambio, parece desearlo con una intensidad contenida.

Curiosamente, este contexto abre una ventana inesperada. Hay momentos en que reformas estructurales —largamente postergadas, difíciles de explicar o de digerir— encuentran un terreno más fértil no porque la gente las entienda mejor, sino porque las quiere más. Y las quiere porque, simplemente, ya no soporta más de lo mismo.

En otras palabras: se abre una rara oportunidad. Lo que hace diez años habría provocado bloqueos, paros y violencia explícita, hoy podría contar con una inusual disponibilidad social. No es una cuestión de convencimiento técnico, sino de hartazgo político.

¿Privatizar empresas deficitarias? ¿Reestructurar el aparato estatal? ¿Revisar la Ley de Pensiones? ¿Despolitizar la justicia? Todas esas propuestas, impensables bajo un gobierno masista —más por dogma que por análisis— podrían hoy encontrar eco incluso entre sectores populares. Porque cuando el péndulo político finalmente se detiene, el país no solo gira de color: también cambia de humor.

Pero cuidado: esta apertura no será indefinida. Es un instante fugaz, un parpadeo de la historia. Si el próximo gobierno —posiblemente salido de la actual oposición— no actúa con inteligencia y rapidez, ese capital simbólico se diluirá como tantas veces ha pasado. No basta con que el MAS se vaya; hace falta que el nuevo proyecto convenza y enamore. Y que lo haga no con retórica grandilocuente, sino con reformas concretas, visibles y sostenibles.

Es cierto: no hay mandato más difícil que gobernar después de un ciclo largo de abuso del poder en todo sentido. La esperanza es tan grande como la desconfianza. Pero también es cierto que pocas veces hay tanto espa




cio para mover las placas tectónicas del país sin provocar terremotos sociales -roguemos porque sea así-. Bolivia no está simplemente en puertas de una elección. Está en una etapa de “reseteo” emocional. Y eso —si se lo entiende bien— puede ser la llave para transformar, no solo administrar.

No se trata de venganza ni de revancha. Se trata de reconstrucción. Y para eso, la nueva dirigencia necesitará algo más que programas: necesitará coraje, imaginación y una lectura aguda del momento. Porque la ciudadanía, cuando se cansa de unos, también otorga a otros licencias breves, intensas e irrepetibles para cambiar las cosas en serio.

Así estamos. Al borde de una transición que, si se la asume con claridad, puede ser más que un cambio de nombres. Puede ser —por fin— el comienzo de un país distinto. Uno donde los grandes cambios ya no dependan del aplauso callejero, sino de la convicción colectiva de que seguir igual es lo único inaceptable.

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