jueves, 2 de octubre de 2025

¡Suéltame, pasado!




 Cada vez que nos internamos en las redes –en internet, en general– dejamos un rastro denominado “huella digital”. Solo por observar (acceso pasivo) ya podemos ser “rastreados” y tales visitas pueden ser expresadas en “metadatos”: día, hora, tiempo de permanencia, sitios frecuentados, código del equipo utilizado, etcétera.

Si tal cosa ocurre en tal modo de uso, es obvio que al participar activamente –reacciones, comentarios, respuestas, compartidos, adjuntos, “estados”, actividades varias, etcétera– esa huella se hace más clara y quien se lo proponga puede, con relativa facilidad, elaborar un registro diacrónico de nuestros pasos, los malos, inclusive, por el ciberespacio.

Si nuestras intervenciones fueron borradas, si las páginas desaparecieron, si sufrieron censura, la búsqueda se complejiza, pero quien maneje herramientas para hacer de detective digital conseguirá llegar, si se lo propusiera, hasta el punto de origen de nuestras publicaciones.

En realidad, nunca desaparecen. Por ello, es buena idea que, antes de dejar esa huella imborrable estemos completamente seguros de que no nos iremos a arrepentir de haberlo hecho. ¡Claro!, es difícil pensar que dentro de 15 o 20 años tales huellas nos vayas a jugar en contra.

Todo esto viene a cuento –usted ya lo habrá inferido– por el caso que ha puesto en aprietos a la candidatura de Jorge Quiroga Ramírez: el hallazgo de mensajes de carácter racista con consignas explícitas respecto a lo que tendría que hacerse, de acuerdo a quien las puso, con personas naturales de una región del país.

Ciertamente, quien lo reveló tuvo toda la intención –intencionalidad– de encontrar el pelo en la sopa del acompañante de Quiroga. ¡Y lo encontró! Es obvio que se tomó el tiempo y los recursos necesarios para llegar a su objetivo: desportillar la imagen de la dupla; lo que no impide sorprenderse, como lo han hecho muchos, ante el contenido del par de frases vertidas desde la cuenta de “X” por el titular de la misma, cuando esta red se llamaba “Twitter”, hace unos 10 años.

Por aquella época, el señor –el joven– Juan Pablo Velasco ni en sus sueños más húmedos se habría imaginado que llegaría a ser candidato a la Vicepresidencia. Y, como se sabe, en tal instancia, la vida –tanto pública como privada– es sometida a escrutinio.

Las dos verificadoras que se ocupan de detectar la veracidad, la falsedad e incluso la “engañidad” de la información que circula sobre todo en las redes han emitido, independientemente, el criterio de autenticidad del caso. Que la cuenta registrada, además, ante el TSE, haya sido borrada no hace más que reforzar la idea de que ciertamente su titular fue puesto en evidencia.

Créame que para escribir esta columna he esperado hasta el límite en que puedo remitirla al medio que la acoge un pronunciamiento oficial, un documento membretado, una conferencia de prensa expresamente convocada para este asunto. Nada de ello, hasta el momento –y ya ha pasado una semana– ha ocurrido.

Lo que sí ha sucedido han sido declaraciones aisladas que solo pretenden zafar del tema y una fuerte campaña de desprestigio a las verificadoras y de explicaciones de un procedimiento que, así lo aseguran, echa por tierra lo que se conoce formalmente. Si así fuera, ¿por qué la Alianza Libre no emite, al menos, un comunicado oficial?

Por lo pronto, tengo la impresión de que el aludido está, como lo dirían Les Luthiers, en modo “¡Suéltame, pasado!”.

Culebrones azules




 Entre el tabú y el morbo, la Historia de Bolivia –imagino que también la de otras naciones– está plagada de historias sobre las relaciones íntimas de los presidentes con sus amantes. Y no es que el resto de los mortales no las puedan tener; lo que sucede es que estas “aventuras” no están sometidas al escrutinio público, quedan en el dominio de lo privado.

De las primeras, algunas se ventilan con relativa discreción y otras derivan en descomunales escándalos por sus particulares características, y no siempre se trata de relaciones extramatrimoniales –presidentes solteros o divorciados han llegado al poder–.

Juan José Toro ha publicado sendos artículos al respecto y autores como El Chueco Céspedes (Las dos queridas del tirano) o Raúl Salmón (Juana Sánchez) han versado sobre el tema. Ambos, ¿casualmente?, sobre, probablemente, la relación de este tipo más icónica en estos 200 años. Pasado el tiempo, y con los protagonistas ya en otra dimensión, estos casos se tornan “sabrosos”, inclusive. Lo que no ocurre con los más frescos, que lindan con la sordidez y la ilegalidad, para no hablar de inmoralidad –y no me refiero a situaciones de infidelidad ni cosa por el estilo–.

Todavía llegan ecos de las “canas al aire” del cuatro veces presidente y del general que transitó de la dictadura a la democracia. A propósito de generales, sobre el General del pueblo hay referencias de su amplia descendencia no reconocida.

Con todo, aquellos hechos del pasado parecen “normales” al lado de los que llevan el sello masista en su comisión. En mi criterio, cuatro aspectos son lo que los diferencian: el rol de la(s) mujer(es) en estas relaciones, la ausencia del componente afectivo, el trato político–económico y, como ya lo dije, la ilegalidad, el delito.

Hace unos años (2016) escribí un artículo titulado “Evo, el culebrón” en alusión al escándalo Morales–Zapata. Escándalo, no por la relación misma –Morales Ayma era y es soltero–, sino porque la dama se benefició de una serie de canonjías en virtud a su “proximidad” al Primer Mandatario y padre del hijo que fue concebido cuando ella era menor de edad. Dos ministros aseguraban por entonces que “habían tocado la pancita” de la susodicha y luego adoptaron la posición oficialista: “Es un invento del ‘Cártel de la mentira’”.

Pasado el tiempo, un fiscal determinó que el niño no existió y se cerró el caso. Pero el estuprador volvió a incurrir en delitos similares, aunque las menores guardaran cierto perfil bajo, a excepción de la que ahora goza de asilo en Argentina, de quien parece, más bien, fue la madre quien obtuvo favores políticos.

Y ahora se ventila en tribunales de justicia un caso que involucra al Presidente saliente, también masista. Acá no se habla de pedofilia, la dama en cuestión tuvo un meteórico ascenso en puestos públicos merced a su noviazgo con el hijo de aquel. Pero el hijo, la verdadera víctima en estas situaciones, no había sido “para el junior”, como diría la caserita; sino para quien, en una situación regular, tendría que haber sido el abuelo de la criatura. Aun así, todo podría pasar por un entuerto, producto de una calentura mediada por una promoción burocrática, gentileza de un hombre casado; lo reprochable, si se llega a confirmar –cosa muy probable– es que el Presi haya cometido, como reza la demanda en contra suya, el delito de “abandono de mujer embarazada”, traducido en que no cumple con la pensión para la manutención del pequeñín.

Y así, la pasmada sociedad espera un nuevo episodio de este nuevo culebrón azul.