miércoles, 19 de marzo de 2025

Menos bulto, más claridad

 


Quiero dejar establecido que no solo aprecio la democracia multipartidaria, sino que la he promovido a lo largo de mi vida.

Los primeros años, luego de la conquista de la democracia en Bolivia, las denominaciones partidarias que, junto con sus candidatos, poblaban el sistema electoral, rondaban la media centena. Era comprensible. Luego de años -que parecían siglos- de gobiernos de facto -proscripción de algunos partidos, incluida- había ansias estar en la palestra pública. Sin embargo, como se supondrá, el voto se concentraba -o se dividía, según cómo se quiera entender- en seis u ocho. Por lo demás, nadie se hacía mucho problema, dado que, en la instancia congresal, vía pacto, emergía, de entre los tres más votados, el nombre del próximo mandatario. A la sazón, no se había “inventado” aún la papeleta multicolor y multisigno (multifoto, también) que caracteriza nuestras elecciones modernas.

Otro motivo para tal profusión de partidos, aunque, en este caso, sería mejor hablar de profusión de candidatos, era que la ley electoral permitía a algunos, beneficiarse con lo que se llamaba el “voto residual” y, si bien no llegaban al cargo mayor, sí podía resultar “elegidos” como diputados. Es decir que el candidato a Presidente era también candidato a primer diputado. Hay casos muy emblemáticos de políticos que llegaron al parlamento de esa manera y continuaron en la actividad durante años. Por cierto, no había uninominalidad; todos los candidatos a diputado iban “colgados” del candidato a Presidente, quien, reitero, era el primero de lista. Algo así también se estilaba en las elecciones municipales; el candidato a Alcalde, era, a la vez, candidato a Primer concejal y, por el mismo mecanismo, podía acceder al Legislativo edil.

No era mi intención abordar estos detalles, pero viene bien como antecedente para afirmar que ya no es así y, por tanto, ya no es, desde ese punto, tan atractivo candidatear para la Primera Magistratura. Otro de los motivos para la multiplicación de postulaciones era, ya lo insinué más arriba, que la Constitución posibilitaba que, si ninguno alcanzaba el 51% más uno de los votos, los tres primeros se clasificaban para la instancia parlamentaria y, como sucedió, en 1989, el tercero (o, el segundo) podía emerger como Presidente de la República. Modificaciones posteriores a estas reglas desincentivaron a muchos a formar partidos y a postularse como candidatos.

Voy a preferir siempre una cantidad razonable de partidos en carrera electoral que un “partido único”, oxímoron político, puesto que la propia denominación “partido” indica “porción”, “pedazo”…

Otra razón del “encogimiento” del sistema de partidos fue la mayoría en primera instancia que obtuvo el MAS en 2005, pero, sobre todo, el ejercicio de poder que practicó, y que desestructuró el sistema político.

Con toda la estima que siento por el multipartidismo, debo reconocer que, dadas las experiencias recientes, si se quiere aplastar al régimen y darle al país un gobierno de mejor calidad, no es tiempo de abrir el abanico. En tal sentido lo que la oposición ha ideado para nominar a su candidato me parece un extraordinario mecanismo; y la competencia, inédita, además, para alcanzar la titularidad, apasionante. Prácticamente podemos afirmar que, luego de la declinación -loable, sin duda- de varios postulantes, la lucha, que está ingresando en la recta final, se reduce a Doria Medina y Quiroga Ramírez. Uno de ellos -se supone que con el apoyo del otro, no solo personal sino de todo su esquema- será la carta opositora en la papeleta de agosto.

Menos bulto, más claridad.


martes, 4 de marzo de 2025

Para leer al puto Donald

 


Me aventuro a considerar que quienes se compraron el cuento del supuesto pacifismo de Trump, lo hicieron o por ingenuidad (“no había sido tan mala gente como decían”) o por fanatismo (todo lo que diga o haga el caballero es grandioso); los que se encuentran en esta segunda corriente defienden su postura con los infaltables repudios a lo que califican, usando los términos de moda, como “globalismo”, “woke” o “progre”. También, para mi sorpresa, encontré justificaciones a las acciones de Trump (acompañadas por denuestos a Zelensky) de parte de estimados intelectuales a quienes colocaría en un tercer grupo -por extravío-.

Déjenme decirles que, en mi criterio, los llamados a la paz mundial que hacen las misses en los concursos de belleza tienen más sinceridad que el tongo que, en nombre de la paz, pretende el Donald.

Si fuese auténtico su anhelo de paz, el viernes, en lugar de Zelensky debía haber estado Putin, firmando un tratado de paz que le impondría, en su calidad de agresor, el retiro inmediato de las tropas rusas de territorio ucraniano y un resarcimiento monetario por daños y perjuicios causados al pueblo ucraniano durante estos tres años de invasión, recursos con los que el Estado agredido podría “devolver” a Estados Unidos el monto que le transfirió como “ayuda”. ¡Hasta yo aplaudiría con entusiasmo tal cosa! Efusivo como soy, no ahorraría un “¡Viva Trump!”. Pero Trump no se mide con los de su tamaño (de poder, por si acaso) y lo hace con un petizo a quien humilla públicamente ante la repulsa del mundo libre.

Hago memoria de un gesto de franco pacifismo: a fin de liberarse del yugo soviético, Ucrania aceptó sin mayor objeción los términos de la separación, entre ellos, el más importante, el desmantelamiento del arsenal nuclear, tercero en el mundo que, por su posición geográfica, estaba emplazado en su territorio. En mayo de1992 -Zelensky tenía 14 años- las últimas armas se despacharon a Rusia -podría, paradójicamente, darse el caso de que Rusia atacase con tal armamento al país que las almacenaba-.

La OTAN es una organización de carácter defensivo de sus miembros. La agresión a uno de ellos es tomada como agresión al conjunto. Es entonces que se activan protocolos de asistencia. Fue en ese marco que, aunque sin ser miembro pleno -el Estado ucraniano está gestionando su incorporación desde 2008; podría decirse que es un casiOTAN- que los recursos fluyeron hacia Ucrania. No fue ninguna concesión piadosa de EEUU ni de Europa. Una acotación para los desmemoriados de conveniencia: Rusia invadió Ucrania; no al revés. Un extra: Rusia es, históricamente, expansionista -cuánto debió herir a su orgullo imperial el proceso de independización de varias repúblicas capturadas por la ex URSS-.

Es que el “trato” que el “pacifista” ofrece a Zelensky es -reitero que quien debe firmar la capitulación con resarcimiento incluido es Putin- es hasta gracioso: “Conservas el 20% de tu territorio, el 80% va para Rusia, y de lo que te quedas, todos tus recursos minerales son para mí, que viva la paz”. Trump actúa a la manera que se estilaba hasta la mitad del siglo XX, cuando cosas así eran posibles; incluso Bolivia, “en nombre de la paz”, cedió el Chaco Boreal -inclusive el mediador, el argentino Alberto Saavedra Lamas, fue premiado con el Nobel de la paz por ello-.

Por fortuna, las voces sensatas se multiplicaron, incluso en forma de memes y la posición ucraniana ganó, al menos, mayor fortaleza moral. Y la figura del Donald quedó absolutamente maltrecha, en su propio país, incluso. Putin no se salió con la suya.


lunes, 10 de febrero de 2025

La estupidez, con chuis

 




Si bien antes de aceptar la responsabilidad de disponer de un espacio para manifestar mi opinión con frecuencia periódica (esa se la debo a Robert Brockmann) ya tenía un extenso historial de escritos publicados, el hecho de hacerlo en las páginas de opinión del cuerpo principal -para diferenciarlo de los suplementos en los que colaboraba- le daba un giro importante a tal labor. Cuando inicié la columna, tenía ideas para dos o tres artículos y, como lo señalé a principios de año, corre el año 27 desde entonces.

Mis primeras publicaciones estaban plagadas de citas y menciones a otros autores, para validar mis criterios, pero, principalmente, por una suerte de inseguridad -aún no había desarrollado “voz propia”-. Eso no duró mucho y recurrir a esos “apoyos” se volvió una excepción.

Hago este preámbulo porque, después de mucho tiempo, reproduciré una parte de un texto de opinión al que accedí por recomendación de mi contertulio Rodolfo Eróstegui (si usted desea leer el artículo completo remítase al enlace https://www.nytimes.com/es/2025/01/31/espanol/opinion/trump-ordenes-ejecutivas.html?smid=url-share). La columna en cuestión se llama “¿Qué es lo que define el inicio del gobierno de Trump? La estupidez”; la firma David Brooks. Sin dejar de interesarme la descripción de las primeras medidas de la administración trumpista -me hizo recuerdo al “le meto nomás y que después los abogados lo arreglen”- me atrapó el listado de seis principios fundamentales que caracterizan a la estupidez, en particular el sexto, que es el que paso a transcribir:

Principio 6: lo contrario de la estupidez no es la inteligencia, es la racionalidad. El psicólogo Keith Stanovich define la racionalidad como la capacidad de tomar decisiones que ayudan a las personas a alcanzar sus objetivos. Las personas presas de la mentalidad populista tienden a despreciar la experiencia, la prudencia y la pericia, componentes útiles de la racionalidad. Resulta que esto puede hacer que algunos populistas estén dispuestos a creer cualquier cosa: teorías conspirativas, cuentos populares, leyendas de internet y, por ejemplo, que las vacunas son perjudiciales para los niños. No viven dentro de un cuerpo de pensamiento estructurado, sino dentro de una fiesta delirante y caótica de prejuicios”.

Extrapolando a nuestro contexto, la tozudez puede ser considerada como un signo de estupidez. Pienso en la devaluación del dólar, misma que, pese a que el propio sentido común la recomienda (¡ni qué decir los organismos económicos locales y globales!) el régimen masista se resiste a aplicarla. En la balanza de la pertinencia, habrá que considerar que ya hay una disponibilidad social respecto a que es mejor un sinceramiento que seguir inmersos en una burbuja que cuando reviente nos termine de hundir.

En realidad, ni siquiera tiene que devaluar; suficiente con oficializar la realidad que el mercado ha marcado respecto a la brecha cambiaria -devaluación de facto-. Pero no lo hace porque eso invalidaría el “modelo social ynoséquécuentosmás” que defiende, no obstante su agotamiento.

Aunque no lo he escuchado de parte de algún precandidato -implícitamente, de repente- ya es tiempo de proponer la reposición del “bolsín” o de un mecanismo similar para la relación entre moneda local y divisa.

Otro tanto se debe hacer respecto al desdichado sistema de justicia, otra de las “genialidades” del modelo: restablecer un mecanismo meritocrático con garantías de transparencia y la auténtica participación popular en su administración, los jurados ciudadanos.

Queda claro que los remedios resultaron peores que las enfermedades.

jueves, 23 de enero de 2025

IA: Inteligencia Alasitera

 


Este reino del diminutivo en el que hasta el vocablo aimara “alasita” contiene, ¡vaya designio!, el sufijo hispano que se utiliza para referirse a aquello que consideramos chiquito en comparación con las dimensiones regulares de las cosas “reales”, tiene también su propia inteligencita, desarrollada siglos antes de lo que ahora se conoce como inteligencia artificial; ¡hasta sus iniciales son las mismas!

La Inteligencia Alasitera (IA) tiene sus propios (algo)ritmos, que son los de los paseos rituales, ahora Patrimonio Intangible de la Humanidad: el (algo)ritmo gastronómico de las comideras, apis y masitas que saben diferente a lo mismo en cualquier otro momento del año -saben, precisamente, a Alasita-; el (algo)ritmo de la canchitas -una cosa es jugar en lugares impersonales y otra hacerlo en la feria, al compás de los fierros de decenas de futbolines-; el (algo)ritmo de la “suerte sin blancas” que nos hace sentirnos más afortunados que en las rifas institucionales; el (algo)ritmo de la platita -la Alasita, en este tiempo, es el único mercado donde hay dólares-; el (algo)ritmo de los bienes por conquistar -bienes raíces y bienes de capital-; el (algoritmo) del registro civil -donde te casas sin compromiso-; el (algo)ritmo de las plantas -el bonsai, socio honorario de la floresta alasitera-; Hay, en fin, (algo)ritmos para toda imaginación.

Y no lo olvido. Lo dejé para el final adrede: el (algo)ritmo del Ekeko, ese mocko pendorcho que al que se le puede poner pedir, prompt mediante, desde lo más previsibles hasta los más extraños asuntos. Yo le pedí una rima, y me soltó “Tilín, tilín, tolón, tolón, me convertí en un bigotón”.

¡Que viva la Inteligencia Alasitera!


miércoles, 22 de enero de 2025

Medio Ambiente, botín para masistas

 


Con la reciente destitución, tardía y poco convincente, del penúltimo ministro titular de Medio Ambiente y Aguas, y del exdirector del SERNAP, una vez más la mácula de la corrupción se apodera de la entidad y por mucho que el nuevo ministro intente -lo más probable es que, en la recta final del periodo presidencial, no le alcance el tiempo para hacer algo relevante- limpiar la imagen de la entidad, es probable que no lo consiga. Tendrá que ser la próxima gestión gubernamental la que realice una cirugía mayor para extirpar el cáncer que deja el régimen masista.

Es doloroso que la seguidilla de hechos de corrupción más “sonados” -esto no quiere decir que no hubieran otros cuya “virtud” es, precisamente, permanecer en la sombra y el silencio- del último tiempo haya ocurrido en un espacio que, por la naturaleza de su campo de acción, era el llamado a ser libre de toda tentación a corromperse.

Cuando se piensa en órganos gubernamentales tradicionalmente ligados a la corrupción, se vienen a la cabeza la Aduana, Caminos, Policía, Judicatura, Derechos Reales, Migración, Derechos Reales, etc. y sus respectivas cabezas de sector en las que prácticas como el “diezmo”, el sobreprecio, el tráfico de influencias, el amiguismo (o compadrerío), el favor político, el “aval”, etc. están prácticamente institucionalizadas.

Hago, en la misma línea, un paréntesis para referirme al Ministerio de Educación, otro nido de malandrines que están a cargo nada más y nada menos que de la formación – esto atañe a los valores- de los próximos ciudadanos de este país.

Cuando se piensa en el medio ambiente, se nos vienen a la cabeza activistas realmente comprometidos con tal causa, casi idealistas de la preservación de nuestra casa grande, a escala mundial y local. Gente de servicio, voluntarios que inclusive están dispuestos a dar su dinero y hasta su vida en defensa de la Madre Tierra. Algunos de ellos con grados académicos en carreras relacionadas al rubro. Es de ese ámbito del que tiene surgir el ministro o la ministra del área -creo que, inconscientemente, estoy proponiendo a Cecilia Requena-; ¡No del que otorga avales de “movimientos sociales” para repartir el botín!

No es difícil señalar el origen de la corruptela en Medio Ambiente: otorgación de licencias ambientales sin mayor trámite que unos miles de dólares a la cuenta del ministro, inspecciones, previamente “aceiteadas”, de actividades depredadoras del ecosistema, e incluso protección, remunerada obviamente, a grandes destructores forestales y madereros… Vomitivo por donde se lo vea.

Y claro, todo bajo la gran patraña del “pachamamismo”, la reserva moral de la humanidad, que encantan en los foros internacionales mientras en la casa se incendia -literalmente-. En 2006, uno de los ideólogos y operadores del régimen, Carlos Romero, decía: “Los pueblos indígenas se complementan con la naturaleza. Es decir que son parte. No como las empresas transnacionales que ven a la naturaleza como objeto de explotación económica para enriquecerse”. Una vez más, el remed(i)o resultó peor que la enfermedad.

No deja de ser irónico el hecho de que mientras el ministerio de Medio Ambiente es uno de los botines más ambicionados por los “hermanos masistas”, la ciudanía expresa día a día, particularmente la juvenil, su angustia ante los eventos que ponen en riesgo la sostenibilidad de los ecosistemas.

Lo propio ocurre con quienes, a través de la escritura, expresan sus ideas en los medios. Hace poco, realicé un estudio sobre las temáticas que éstos abordan en sus columnas -publicadas en Brújula Digital, El Diario y La Razón, entre agosto y octubre de 2024-. De un total de 1 140, 52 estuvieron dedicadas al tema ambiental, cantidad nada desdeñable.

Hablamos dentro de diez meses.


martes, 7 de enero de 2025

Del "sesqui" al "bicente"

 


Comienzo el año 27 de “Agua de Mote”, y lo hago como lo vengo haciendo desde hace más de quince; es decir, en un tono más personal, autorreferencial -suelo decir que, en los primeros días de enero, nadie está para leer columnas, así es que aprovecho para hablar de mí-.

La vida me ha deparado estar en este mundo para celebrar junto a mis coterráneos dos acontecimientos que no se circunscriben a la fecha en cuestión (6 de agosto) sino que se conmemoran a lo largo de toda una gestión. Primero, el sesquicentenario y, desde ahora, el bicentenario de Bolivia, de la República de Bolivia.

En términos familiares -haciendo abstracción del régimen dictatorial que ejercía el poder-, 1975 comenzó con mucha alegría. A finales del año anterior, merced a una petición de amnistía hecha por la Iglesia, en principio irrestricta y en los hechos, restringida, mi padre pudo volver al país cuando prácticamente tenía todo listo para que nos fuéramos a vivir a Venezuela, nación que lo acogió luego de a ver sido exiliado a Paraguay. Como varios de los que retornaron gracias a la mentada amnistía, él estaba considerado entre los “menos peligrosos” a juicio del régimen; los “más peligrosos no tuvieron la misma suerte.

El año del “sesqui” encontró a Bolivia en situación de una supuesta holgura -bonanza, digamos- económica, producto de los “petrodólares” y de la extrema facilidad para la obtención de préstamos que tiempo más tarde se tradujo una impagable deuda externa que pasó factura a gobiernos posteriores, particularmente a los de los primeros años de democracia. No obstante las señales de rezago cambiario, Banzer se empeño en mostrar que el “peso boliviano”, como se denominada la moneda, gozaba de buena salud -incluso, su aparato de propaganda llegó a inventar un personaje, “Robustiano Plata”, para sostener tal versión-. La cotización fija era de 12 pesos por dólar americano; lo anoto por lo que diré luego.

La segunda buena noticia llegó con la convocatoria a un concurso televisivo relacionado con los fastos del “sesqui”, “Cita con nuestra Historia”. Me entusiasmé con la idea de participar, pero no calificaba, en razón de que la edad mínima para poder hacerlo era 18 y, entonces, yo tenía 12. De todas maneras, me presenté ante los organizadores y les propuse que me hicieran algunas preguntas sobre historia de Bolivia y las respondí con solvencia -claro que ya en la versión real el grado de dificultad de las preguntas creció notoriamente-. Hicieron la excepción y fui el más chico de los concursantes. Había que escoger uno de los cuatro periodos que la estipulaba la convocatoria; elegí el de 1904 a 1935, el más complicado puesto que incluye la Guerra del Chaco. Los libros que me acompañaron fueron Historia General y de Bolivia, de Alfredo Ayala, llena de datos e ilustrativos cuadros sinópticos; la edición disponible, la de 1958, del Manual de Historia de Bolivia, de Humberto Vásquez, Teresa Gisbert y José de Mesa, un clásico de su tiempo; Historia General de Bolivia, de Alcides Arguedas (hasta 1921) y Nueva Historia de Bolivia, de Enrique Finot, ambos con mayor incidencia en la interpretación. No me fue mal. Obtuve el premio “Coronel Ignacio Warnes” dotado de un equivalente a mil dólares de su tiempo, una pequeña fortuna en manos de un adolescente. ¿Qué hice con esa plata? Compré más libros, no solo de historia, y me alcanzó para mis primeros discos. Más allá de la anécdota, recuerdo las monumentales publicaciones, suplementos coleccionables, particularmente de “Presencia” que editaron los principales periódicos del país.

El ”bicente” nos encuentra no solo en año electoral, sino en una situación de extrema gravedad; al régimen de los 70 le tocó celebrar el “sesqui” cuando todavía se podía maquillar el crack que vino luego. Ahora estamos en medio -aún falta para estar “en pleno”, aunque la tozudez del Presidente de insistir con su inviable modelo, así lo vislumbra- de una situación crítica y con la sensación de que se vienen tiempos de mayores desastres pero, al mismo tiempo, de oportunidad para superar la grosera aventura llamada “estado plurinacional”.

Esto no quiere decir, sin embargo, que don “bicente” pase inadvertido; por el contrario, será la ocasión para la reafirmación republicana y, sobre todo, la nacionalidad: la condición de boliviano(a) de todo individuo por el solo hecho de haber nacido en este suelo, por encima de particularidades identitarias -absolutamente fundamentales para exaltar nuestra diversidad-. Tenemos una cita con la Historia.


miércoles, 25 de diciembre de 2024

2024: El año del agotamiento

 




Una vez más, como vengo haciéndolo desde 2010, procederé a caracterizar, a criterio personal que, sin embargo, podría coincidir con el suyo, estimado(a) lector(a). Para llegar a ello, como también suelo presentar la última columna de cada gestión desde 2011, copiaré el recorrido que nos trajo hasta aquí. Vamos, pues, a ello…

2010: “El año del rodillazo”. Aquel que propinó Evo Morales Ayma a un rival circunstancial en un partido amistoso. Abuso de poder, irrespeto a las normas.

2011: “El año del MASking”. En referencia a la cinta con la que las fuerzas al mando del señor Sacha Llorenti sellaron las bocas de los indígenas de tierras bajas en su marcha por el TIPNIS.

2012: “El año de la caca”. Tomado de una frase de Morales Ayma para graficar, según él, las relaciones del Estado boliviano con el de Estados Unidos.

2013: “El año de la extorsión”. Cuando una parte del personal de Gobierno estableció un consorcio de carácter extorsivo, ofreciendo intercesión judicial a los presos en general, no sólo a los políticos.

2014: “El año del Estado plurinominal”. Las ya ilegales elecciones de entonces, lo fueron más aún con la mala denominación impresa en la papeleta electoral. Sin embargo, como de costumbre, no pasó nada.

2015: “El año de Petardo”. La mascota adoptada por marchistas potosinos fue todo un símbolo de la democracia por entonces.

2016: “El año NO-Evo”. La ciudadanía se expresó mayoritariamente en contra de la reelección indefinida del tirano.

2017: “El año del Nulo”. Nueva, y contundente, derrota del régimen. Esta vez en las elecciones judiciales.

2018: “El año de la doble pérdida”. Bolivia perdió definitivamente el mar con el fallo de la Corte Internacional de Justicia y perdió la democracia con la sentencia del Tribunal Constitucional allanando la elección indefinida del tirano, a título de un supuesto “derecho humano” a la misma. El primer caso tuvo, este año, su correlato con el fallo contrario a Bolivia en el caso Silala.

2019: “El año de la gesta democrática de Bolivia”. La ciudadanía, que había soportado estoicamente años de arbitrariedades del autócrata ya no permaneció impávida ante el evidente fraude electoral y el tirano tuvo que tomar las de Villadiego. Lo que vino luego, como gestión de gobierno, es otra historia.

2020: “El año de la Calamidad”. Llegó la pandemia, con sus terribles consecuencias en términos de pérdidas de nuestros seres queridos.

2021: “El año del aguante”. Se pidió a la ciudadanía aguantar el embate de la pandemia mientras se gestionaban las vacunas.

2022: “El año de la emancipación de Arce”. Hasta abril del año pasado, el Presidente era una especie de Cámpora o Medvedev, es decir, un muñeco obediente a los designios del Jefazo, al extremo de ganarse el sobrenombre de “Tilín”. Pero la marioneta adquirió vida propia, de forma más parecida a la de Lenin Moreno, aunque éste lo hizo apenas fue posesionado, propiciando un juicio contra Rafael Correa que anuló toda posibilidad de éste a participar en las elecciones anteriores.

2023: “El año de la bifurcación”. “¿Hará algo similar con Morales Ayma?”, preguntaba al cierre de la caracterización previa. “Se veía venir”, podría apuntar un transeúnte cualquiera. Y aunque todavía hay quienes insisten en que se trata de una tramoya destinada a distraer a la opinión pública para, llegado el momento, simular el “sana-sana” y montarse en las elecciones a caballo ganador –si así fuese, la levaron demasiado lejos–, más bien parece que se trata de una ruptura en serio, “una bifurcación” como la llamaría el profeta Linera. Esto podría arrojar el aplastamiento total de una de las facciones o la anulación mutua de ambas, lo que abriría una ventana de oportunidad al crecimiento de una opción proveniente del campo democrático.

2024: “El año del agotamiento”. Coincidentemente con el agotamiento de las reservas -las de gas y las RIN- se agotó el modelo masista de gestión político-económica. Comenzó, en realidad, en 2016 y se fue agudizando hasta llegar a su estado actual. Podría decirse que sin gas que abone una chorrera de dólares al Estado no hay tal “modelo”: pero, para peor, los ingentes ingresos que ello supuso fueron dilapidados de la forma más ruin posible. Con prácticamente 20 años en el usufructo del poder, el régimen masista deja a Bolivia, en puertas de su bicentenario como república independiente, en una situación extremadamente delicada, pero, al mismo tiempo, ante la oportunidad de cambiar de rumbo y dejar atrás el ignominioso periodo masista.

Que sepamos aprovecharla o no, depende de cada uno. Cordiales abrazos.