miércoles, 2 de abril de 2025

Cruzando el desierto, sprint final

 

Me suena como un deja vu, como un “esta peli ya la vi”. Es que, efectivamente, ya pasamos por algo parecido a esto. Fue en 2019, en el tiempo previo a la elección de aquel año, cuyo antecedente fue la forma abominable en la que el régimen forzó la habilitación del candidato que ya había violado la Constitución para optar a un tercer periodo. No conforme con ello, en su afán de perpetuarse, apenas lo consiguió, comenzó a lucubrar su reelección indefinida para lo cual, con un Tribunal Electoral a su servicio, convocó a un referéndum para reformar el artículo que ponía límite a tal cosa -aunque ya lo había violado, insisto-.

Pues aún así, la ciudadanía le dijo NO. Y comenzó el plan de burlarse de la voluntad popular, haciendo que el Tribunal Constitucional, también alineado al régimen, resolviera que la reelección es un “derecho humano” y, por tanto, no había mecanismo que la impidiese–“Haga lo que haga la oposición”, Morales dixit-. Ya en octubre de 2019, comenzó a gestarse el operativo del fraude.

Las propias encuestas del régimen indicaban que no habría ganador en primera vuelta y que en la segunda ganaría Carlos Mesa, el mejor ubicado de la oposición -acá se suelen incluir los reproches al ahora preso político, Luis Fernando Camacho, por haber impedido una victoria opositora al mantener su candidatura hasta el final- le ganaría al violador (de la Constitución).

Cuando la tendencia en la transmisión rápida de resultados conducía inevitablemente al escenario de la segunda vuelta, “misteriosamente” el sistema colapsó y cuando se lo repuso, ¡zas!, el cocalero ya se estaba declarando ganador en primera vuelta.

Tan grosero fue el fraude que, sumado al desconocimiento del 21-F, desencadenó la repulsa ciudadana que precipitó la dejación del cargo del tirano.

Esa epifanía ciudadana se vislumbró como un oasis luego de haber cruzado el desierto tras casi quince años de oscurantismo masista. Como dije anteriormente, resultó un espejismo.

A la fecha, en mi criterio, me aventuro a pergeñar que el Carlos Mesa de esta elección será quien emerja como opción del bloque de unidad, vale decir Jorge Quiroga Ramírez o Samuel Doria Medina.

Nuevamente vislumbramos, como ciudadanía democrática, el final del camino desértico y el inicio de la nueva era democrática que, sin embargo, comenzará con pesado lastre que dejan casi veinte años de barbarie política y despropósito económico. Dicho sin anestesia, el resurgimiento costará algo (o mucho) sacrificio, para bien en el mediano plazo. Debemos estar conscientes de ello.

Pero, una vez más, como si no se hubiera aprendido la lección, la dispersión, a pesar de que, a diferencia de 2019, la situación para la oposición unitaria es inmejorable, el fantasma de la dispersión vuelve a poner piedras en el camino, en forma de candidatos funcionales, unos conscientemente, y otros, en el papel de tontos útiles, para solaz de los restos del régimen saliente. Pareciera que por salir un puñado de veces en los medios algunos ya se sintieran “presidenciables”.

Hago voto por que la razón se imponga y no se repita el escenario catastrófico de elecciones anteriores (incluyo la de 2020). Que si bien, como en el relato bíblico, haya doce tribus, haya un solo Moisés que las guíe a través del desierto para dejar atrás veinte años de ignominia.


miércoles, 19 de marzo de 2025

Menos bulto, más claridad

 


Quiero dejar establecido que no solo aprecio la democracia multipartidaria, sino que la he promovido a lo largo de mi vida.

Los primeros años, luego de la conquista de la democracia en Bolivia, las denominaciones partidarias que, junto con sus candidatos, poblaban el sistema electoral, rondaban la media centena. Era comprensible. Luego de años -que parecían siglos- de gobiernos de facto -proscripción de algunos partidos, incluida- había ansias estar en la palestra pública. Sin embargo, como se supondrá, el voto se concentraba -o se dividía, según cómo se quiera entender- en seis u ocho. Por lo demás, nadie se hacía mucho problema, dado que, en la instancia congresal, vía pacto, emergía, de entre los tres más votados, el nombre del próximo mandatario. A la sazón, no se había “inventado” aún la papeleta multicolor y multisigno (multifoto, también) que caracteriza nuestras elecciones modernas.

Otro motivo para tal profusión de partidos, aunque, en este caso, sería mejor hablar de profusión de candidatos, era que la ley electoral permitía a algunos, beneficiarse con lo que se llamaba el “voto residual” y, si bien no llegaban al cargo mayor, sí podía resultar “elegidos” como diputados. Es decir que el candidato a Presidente era también candidato a primer diputado. Hay casos muy emblemáticos de políticos que llegaron al parlamento de esa manera y continuaron en la actividad durante años. Por cierto, no había uninominalidad; todos los candidatos a diputado iban “colgados” del candidato a Presidente, quien, reitero, era el primero de lista. Algo así también se estilaba en las elecciones municipales; el candidato a Alcalde, era, a la vez, candidato a Primer concejal y, por el mismo mecanismo, podía acceder al Legislativo edil.

No era mi intención abordar estos detalles, pero viene bien como antecedente para afirmar que ya no es así y, por tanto, ya no es, desde ese punto, tan atractivo candidatear para la Primera Magistratura. Otro de los motivos para la multiplicación de postulaciones era, ya lo insinué más arriba, que la Constitución posibilitaba que, si ninguno alcanzaba el 51% más uno de los votos, los tres primeros se clasificaban para la instancia parlamentaria y, como sucedió, en 1989, el tercero (o, el segundo) podía emerger como Presidente de la República. Modificaciones posteriores a estas reglas desincentivaron a muchos a formar partidos y a postularse como candidatos.

Voy a preferir siempre una cantidad razonable de partidos en carrera electoral que un “partido único”, oxímoron político, puesto que la propia denominación “partido” indica “porción”, “pedazo”…

Otra razón del “encogimiento” del sistema de partidos fue la mayoría en primera instancia que obtuvo el MAS en 2005, pero, sobre todo, el ejercicio de poder que practicó, y que desestructuró el sistema político.

Con toda la estima que siento por el multipartidismo, debo reconocer que, dadas las experiencias recientes, si se quiere aplastar al régimen y darle al país un gobierno de mejor calidad, no es tiempo de abrir el abanico. En tal sentido lo que la oposición ha ideado para nominar a su candidato me parece un extraordinario mecanismo; y la competencia, inédita, además, para alcanzar la titularidad, apasionante. Prácticamente podemos afirmar que, luego de la declinación -loable, sin duda- de varios postulantes, la lucha, que está ingresando en la recta final, se reduce a Doria Medina y Quiroga Ramírez. Uno de ellos -se supone que con el apoyo del otro, no solo personal sino de todo su esquema- será la carta opositora en la papeleta de agosto.

Menos bulto, más claridad.


martes, 4 de marzo de 2025

Para leer al puto Donald

 


Me aventuro a considerar que quienes se compraron el cuento del supuesto pacifismo de Trump, lo hicieron o por ingenuidad (“no había sido tan mala gente como decían”) o por fanatismo (todo lo que diga o haga el caballero es grandioso); los que se encuentran en esta segunda corriente defienden su postura con los infaltables repudios a lo que califican, usando los términos de moda, como “globalismo”, “woke” o “progre”. También, para mi sorpresa, encontré justificaciones a las acciones de Trump (acompañadas por denuestos a Zelensky) de parte de estimados intelectuales a quienes colocaría en un tercer grupo -por extravío-.

Déjenme decirles que, en mi criterio, los llamados a la paz mundial que hacen las misses en los concursos de belleza tienen más sinceridad que el tongo que, en nombre de la paz, pretende el Donald.

Si fuese auténtico su anhelo de paz, el viernes, en lugar de Zelensky debía haber estado Putin, firmando un tratado de paz que le impondría, en su calidad de agresor, el retiro inmediato de las tropas rusas de territorio ucraniano y un resarcimiento monetario por daños y perjuicios causados al pueblo ucraniano durante estos tres años de invasión, recursos con los que el Estado agredido podría “devolver” a Estados Unidos el monto que le transfirió como “ayuda”. ¡Hasta yo aplaudiría con entusiasmo tal cosa! Efusivo como soy, no ahorraría un “¡Viva Trump!”. Pero Trump no se mide con los de su tamaño (de poder, por si acaso) y lo hace con un petizo a quien humilla públicamente ante la repulsa del mundo libre.

Hago memoria de un gesto de franco pacifismo: a fin de liberarse del yugo soviético, Ucrania aceptó sin mayor objeción los términos de la separación, entre ellos, el más importante, el desmantelamiento del arsenal nuclear, tercero en el mundo que, por su posición geográfica, estaba emplazado en su territorio. En mayo de1992 -Zelensky tenía 14 años- las últimas armas se despacharon a Rusia -podría, paradójicamente, darse el caso de que Rusia atacase con tal armamento al país que las almacenaba-.

La OTAN es una organización de carácter defensivo de sus miembros. La agresión a uno de ellos es tomada como agresión al conjunto. Es entonces que se activan protocolos de asistencia. Fue en ese marco que, aunque sin ser miembro pleno -el Estado ucraniano está gestionando su incorporación desde 2008; podría decirse que es un casiOTAN- que los recursos fluyeron hacia Ucrania. No fue ninguna concesión piadosa de EEUU ni de Europa. Una acotación para los desmemoriados de conveniencia: Rusia invadió Ucrania; no al revés. Un extra: Rusia es, históricamente, expansionista -cuánto debió herir a su orgullo imperial el proceso de independización de varias repúblicas capturadas por la ex URSS-.

Es que el “trato” que el “pacifista” ofrece a Zelensky es -reitero que quien debe firmar la capitulación con resarcimiento incluido es Putin- es hasta gracioso: “Conservas el 20% de tu territorio, el 80% va para Rusia, y de lo que te quedas, todos tus recursos minerales son para mí, que viva la paz”. Trump actúa a la manera que se estilaba hasta la mitad del siglo XX, cuando cosas así eran posibles; incluso Bolivia, “en nombre de la paz”, cedió el Chaco Boreal -inclusive el mediador, el argentino Alberto Saavedra Lamas, fue premiado con el Nobel de la paz por ello-.

Por fortuna, las voces sensatas se multiplicaron, incluso en forma de memes y la posición ucraniana ganó, al menos, mayor fortaleza moral. Y la figura del Donald quedó absolutamente maltrecha, en su propio país, incluso. Putin no se salió con la suya.


lunes, 10 de febrero de 2025

La estupidez, con chuis

 




Si bien antes de aceptar la responsabilidad de disponer de un espacio para manifestar mi opinión con frecuencia periódica (esa se la debo a Robert Brockmann) ya tenía un extenso historial de escritos publicados, el hecho de hacerlo en las páginas de opinión del cuerpo principal -para diferenciarlo de los suplementos en los que colaboraba- le daba un giro importante a tal labor. Cuando inicié la columna, tenía ideas para dos o tres artículos y, como lo señalé a principios de año, corre el año 27 desde entonces.

Mis primeras publicaciones estaban plagadas de citas y menciones a otros autores, para validar mis criterios, pero, principalmente, por una suerte de inseguridad -aún no había desarrollado “voz propia”-. Eso no duró mucho y recurrir a esos “apoyos” se volvió una excepción.

Hago este preámbulo porque, después de mucho tiempo, reproduciré una parte de un texto de opinión al que accedí por recomendación de mi contertulio Rodolfo Eróstegui (si usted desea leer el artículo completo remítase al enlace https://www.nytimes.com/es/2025/01/31/espanol/opinion/trump-ordenes-ejecutivas.html?smid=url-share). La columna en cuestión se llama “¿Qué es lo que define el inicio del gobierno de Trump? La estupidez”; la firma David Brooks. Sin dejar de interesarme la descripción de las primeras medidas de la administración trumpista -me hizo recuerdo al “le meto nomás y que después los abogados lo arreglen”- me atrapó el listado de seis principios fundamentales que caracterizan a la estupidez, en particular el sexto, que es el que paso a transcribir:

Principio 6: lo contrario de la estupidez no es la inteligencia, es la racionalidad. El psicólogo Keith Stanovich define la racionalidad como la capacidad de tomar decisiones que ayudan a las personas a alcanzar sus objetivos. Las personas presas de la mentalidad populista tienden a despreciar la experiencia, la prudencia y la pericia, componentes útiles de la racionalidad. Resulta que esto puede hacer que algunos populistas estén dispuestos a creer cualquier cosa: teorías conspirativas, cuentos populares, leyendas de internet y, por ejemplo, que las vacunas son perjudiciales para los niños. No viven dentro de un cuerpo de pensamiento estructurado, sino dentro de una fiesta delirante y caótica de prejuicios”.

Extrapolando a nuestro contexto, la tozudez puede ser considerada como un signo de estupidez. Pienso en la devaluación del dólar, misma que, pese a que el propio sentido común la recomienda (¡ni qué decir los organismos económicos locales y globales!) el régimen masista se resiste a aplicarla. En la balanza de la pertinencia, habrá que considerar que ya hay una disponibilidad social respecto a que es mejor un sinceramiento que seguir inmersos en una burbuja que cuando reviente nos termine de hundir.

En realidad, ni siquiera tiene que devaluar; suficiente con oficializar la realidad que el mercado ha marcado respecto a la brecha cambiaria -devaluación de facto-. Pero no lo hace porque eso invalidaría el “modelo social ynoséquécuentosmás” que defiende, no obstante su agotamiento.

Aunque no lo he escuchado de parte de algún precandidato -implícitamente, de repente- ya es tiempo de proponer la reposición del “bolsín” o de un mecanismo similar para la relación entre moneda local y divisa.

Otro tanto se debe hacer respecto al desdichado sistema de justicia, otra de las “genialidades” del modelo: restablecer un mecanismo meritocrático con garantías de transparencia y la auténtica participación popular en su administración, los jurados ciudadanos.

Queda claro que los remedios resultaron peores que las enfermedades.

jueves, 23 de enero de 2025

IA: Inteligencia Alasitera

 


Este reino del diminutivo en el que hasta el vocablo aimara “alasita” contiene, ¡vaya designio!, el sufijo hispano que se utiliza para referirse a aquello que consideramos chiquito en comparación con las dimensiones regulares de las cosas “reales”, tiene también su propia inteligencita, desarrollada siglos antes de lo que ahora se conoce como inteligencia artificial; ¡hasta sus iniciales son las mismas!

La Inteligencia Alasitera (IA) tiene sus propios (algo)ritmos, que son los de los paseos rituales, ahora Patrimonio Intangible de la Humanidad: el (algo)ritmo gastronómico de las comideras, apis y masitas que saben diferente a lo mismo en cualquier otro momento del año -saben, precisamente, a Alasita-; el (algo)ritmo de la canchitas -una cosa es jugar en lugares impersonales y otra hacerlo en la feria, al compás de los fierros de decenas de futbolines-; el (algo)ritmo de la “suerte sin blancas” que nos hace sentirnos más afortunados que en las rifas institucionales; el (algo)ritmo de la platita -la Alasita, en este tiempo, es el único mercado donde hay dólares-; el (algo)ritmo de los bienes por conquistar -bienes raíces y bienes de capital-; el (algoritmo) del registro civil -donde te casas sin compromiso-; el (algo)ritmo de las plantas -el bonsai, socio honorario de la floresta alasitera-; Hay, en fin, (algo)ritmos para toda imaginación.

Y no lo olvido. Lo dejé para el final adrede: el (algo)ritmo del Ekeko, ese mocko pendorcho que al que se le puede poner pedir, prompt mediante, desde lo más previsibles hasta los más extraños asuntos. Yo le pedí una rima, y me soltó “Tilín, tilín, tolón, tolón, me convertí en un bigotón”.

¡Que viva la Inteligencia Alasitera!


miércoles, 22 de enero de 2025

Medio Ambiente, botín para masistas

 


Con la reciente destitución, tardía y poco convincente, del penúltimo ministro titular de Medio Ambiente y Aguas, y del exdirector del SERNAP, una vez más la mácula de la corrupción se apodera de la entidad y por mucho que el nuevo ministro intente -lo más probable es que, en la recta final del periodo presidencial, no le alcance el tiempo para hacer algo relevante- limpiar la imagen de la entidad, es probable que no lo consiga. Tendrá que ser la próxima gestión gubernamental la que realice una cirugía mayor para extirpar el cáncer que deja el régimen masista.

Es doloroso que la seguidilla de hechos de corrupción más “sonados” -esto no quiere decir que no hubieran otros cuya “virtud” es, precisamente, permanecer en la sombra y el silencio- del último tiempo haya ocurrido en un espacio que, por la naturaleza de su campo de acción, era el llamado a ser libre de toda tentación a corromperse.

Cuando se piensa en órganos gubernamentales tradicionalmente ligados a la corrupción, se vienen a la cabeza la Aduana, Caminos, Policía, Judicatura, Derechos Reales, Migración, Derechos Reales, etc. y sus respectivas cabezas de sector en las que prácticas como el “diezmo”, el sobreprecio, el tráfico de influencias, el amiguismo (o compadrerío), el favor político, el “aval”, etc. están prácticamente institucionalizadas.

Hago, en la misma línea, un paréntesis para referirme al Ministerio de Educación, otro nido de malandrines que están a cargo nada más y nada menos que de la formación – esto atañe a los valores- de los próximos ciudadanos de este país.

Cuando se piensa en el medio ambiente, se nos vienen a la cabeza activistas realmente comprometidos con tal causa, casi idealistas de la preservación de nuestra casa grande, a escala mundial y local. Gente de servicio, voluntarios que inclusive están dispuestos a dar su dinero y hasta su vida en defensa de la Madre Tierra. Algunos de ellos con grados académicos en carreras relacionadas al rubro. Es de ese ámbito del que tiene surgir el ministro o la ministra del área -creo que, inconscientemente, estoy proponiendo a Cecilia Requena-; ¡No del que otorga avales de “movimientos sociales” para repartir el botín!

No es difícil señalar el origen de la corruptela en Medio Ambiente: otorgación de licencias ambientales sin mayor trámite que unos miles de dólares a la cuenta del ministro, inspecciones, previamente “aceiteadas”, de actividades depredadoras del ecosistema, e incluso protección, remunerada obviamente, a grandes destructores forestales y madereros… Vomitivo por donde se lo vea.

Y claro, todo bajo la gran patraña del “pachamamismo”, la reserva moral de la humanidad, que encantan en los foros internacionales mientras en la casa se incendia -literalmente-. En 2006, uno de los ideólogos y operadores del régimen, Carlos Romero, decía: “Los pueblos indígenas se complementan con la naturaleza. Es decir que son parte. No como las empresas transnacionales que ven a la naturaleza como objeto de explotación económica para enriquecerse”. Una vez más, el remed(i)o resultó peor que la enfermedad.

No deja de ser irónico el hecho de que mientras el ministerio de Medio Ambiente es uno de los botines más ambicionados por los “hermanos masistas”, la ciudanía expresa día a día, particularmente la juvenil, su angustia ante los eventos que ponen en riesgo la sostenibilidad de los ecosistemas.

Lo propio ocurre con quienes, a través de la escritura, expresan sus ideas en los medios. Hace poco, realicé un estudio sobre las temáticas que éstos abordan en sus columnas -publicadas en Brújula Digital, El Diario y La Razón, entre agosto y octubre de 2024-. De un total de 1 140, 52 estuvieron dedicadas al tema ambiental, cantidad nada desdeñable.

Hablamos dentro de diez meses.


martes, 7 de enero de 2025

Del "sesqui" al "bicente"

 


Comienzo el año 27 de “Agua de Mote”, y lo hago como lo vengo haciendo desde hace más de quince; es decir, en un tono más personal, autorreferencial -suelo decir que, en los primeros días de enero, nadie está para leer columnas, así es que aprovecho para hablar de mí-.

La vida me ha deparado estar en este mundo para celebrar junto a mis coterráneos dos acontecimientos que no se circunscriben a la fecha en cuestión (6 de agosto) sino que se conmemoran a lo largo de toda una gestión. Primero, el sesquicentenario y, desde ahora, el bicentenario de Bolivia, de la República de Bolivia.

En términos familiares -haciendo abstracción del régimen dictatorial que ejercía el poder-, 1975 comenzó con mucha alegría. A finales del año anterior, merced a una petición de amnistía hecha por la Iglesia, en principio irrestricta y en los hechos, restringida, mi padre pudo volver al país cuando prácticamente tenía todo listo para que nos fuéramos a vivir a Venezuela, nación que lo acogió luego de a ver sido exiliado a Paraguay. Como varios de los que retornaron gracias a la mentada amnistía, él estaba considerado entre los “menos peligrosos” a juicio del régimen; los “más peligrosos no tuvieron la misma suerte.

El año del “sesqui” encontró a Bolivia en situación de una supuesta holgura -bonanza, digamos- económica, producto de los “petrodólares” y de la extrema facilidad para la obtención de préstamos que tiempo más tarde se tradujo una impagable deuda externa que pasó factura a gobiernos posteriores, particularmente a los de los primeros años de democracia. No obstante las señales de rezago cambiario, Banzer se empeño en mostrar que el “peso boliviano”, como se denominada la moneda, gozaba de buena salud -incluso, su aparato de propaganda llegó a inventar un personaje, “Robustiano Plata”, para sostener tal versión-. La cotización fija era de 12 pesos por dólar americano; lo anoto por lo que diré luego.

La segunda buena noticia llegó con la convocatoria a un concurso televisivo relacionado con los fastos del “sesqui”, “Cita con nuestra Historia”. Me entusiasmé con la idea de participar, pero no calificaba, en razón de que la edad mínima para poder hacerlo era 18 y, entonces, yo tenía 12. De todas maneras, me presenté ante los organizadores y les propuse que me hicieran algunas preguntas sobre historia de Bolivia y las respondí con solvencia -claro que ya en la versión real el grado de dificultad de las preguntas creció notoriamente-. Hicieron la excepción y fui el más chico de los concursantes. Había que escoger uno de los cuatro periodos que la estipulaba la convocatoria; elegí el de 1904 a 1935, el más complicado puesto que incluye la Guerra del Chaco. Los libros que me acompañaron fueron Historia General y de Bolivia, de Alfredo Ayala, llena de datos e ilustrativos cuadros sinópticos; la edición disponible, la de 1958, del Manual de Historia de Bolivia, de Humberto Vásquez, Teresa Gisbert y José de Mesa, un clásico de su tiempo; Historia General de Bolivia, de Alcides Arguedas (hasta 1921) y Nueva Historia de Bolivia, de Enrique Finot, ambos con mayor incidencia en la interpretación. No me fue mal. Obtuve el premio “Coronel Ignacio Warnes” dotado de un equivalente a mil dólares de su tiempo, una pequeña fortuna en manos de un adolescente. ¿Qué hice con esa plata? Compré más libros, no solo de historia, y me alcanzó para mis primeros discos. Más allá de la anécdota, recuerdo las monumentales publicaciones, suplementos coleccionables, particularmente de “Presencia” que editaron los principales periódicos del país.

El ”bicente” nos encuentra no solo en año electoral, sino en una situación de extrema gravedad; al régimen de los 70 le tocó celebrar el “sesqui” cuando todavía se podía maquillar el crack que vino luego. Ahora estamos en medio -aún falta para estar “en pleno”, aunque la tozudez del Presidente de insistir con su inviable modelo, así lo vislumbra- de una situación crítica y con la sensación de que se vienen tiempos de mayores desastres pero, al mismo tiempo, de oportunidad para superar la grosera aventura llamada “estado plurinacional”.

Esto no quiere decir, sin embargo, que don “bicente” pase inadvertido; por el contrario, será la ocasión para la reafirmación republicana y, sobre todo, la nacionalidad: la condición de boliviano(a) de todo individuo por el solo hecho de haber nacido en este suelo, por encima de particularidades identitarias -absolutamente fundamentales para exaltar nuestra diversidad-. Tenemos una cita con la Historia.