Quiero dejar establecido
que no solo aprecio la democracia multipartidaria, sino que la he promovido a
lo largo de mi vida.
Los primeros años, luego
de la conquista de la democracia en Bolivia, las denominaciones partidarias
que, junto con sus candidatos, poblaban el sistema electoral, rondaban la media
centena. Era comprensible. Luego de años -que parecían siglos- de gobiernos de
facto -proscripción de algunos partidos, incluida- había ansias estar en la
palestra pública. Sin embargo, como se supondrá, el voto se concentraba -o se
dividía, según cómo se quiera entender- en seis u ocho. Por lo demás, nadie se
hacía mucho problema, dado que, en la instancia congresal, vía pacto, emergía,
de entre los tres más votados, el nombre del próximo mandatario. A la sazón, no
se había “inventado” aún la papeleta multicolor y multisigno (multifoto,
también) que caracteriza nuestras elecciones modernas.
Otro motivo para tal
profusión de partidos, aunque, en este caso, sería mejor hablar de profusión de
candidatos, era que la ley electoral permitía a algunos, beneficiarse con lo
que se llamaba el “voto residual” y, si bien no llegaban al cargo mayor, sí
podía resultar “elegidos” como diputados. Es decir que el candidato a
Presidente era también candidato a primer diputado. Hay casos muy emblemáticos
de políticos que llegaron al parlamento de esa manera y continuaron en la
actividad durante años. Por cierto, no había uninominalidad; todos los
candidatos a diputado iban “colgados” del candidato a Presidente, quien,
reitero, era el primero de lista. Algo así también se estilaba en las
elecciones municipales; el candidato a Alcalde, era, a la vez, candidato a
Primer concejal y, por el mismo mecanismo, podía acceder al Legislativo edil.
No era mi intención
abordar estos detalles, pero viene bien como antecedente para afirmar que ya no
es así y, por tanto, ya no es, desde ese punto, tan atractivo candidatear para
la Primera Magistratura. Otro de los motivos para la multiplicación de
postulaciones era, ya lo insinué más arriba, que la Constitución posibilitaba
que, si ninguno alcanzaba el 51% más uno de los votos, los tres primeros se
clasificaban para la instancia parlamentaria y, como sucedió, en 1989, el
tercero (o, el segundo) podía emerger como Presidente de la República.
Modificaciones posteriores a estas reglas desincentivaron a muchos a formar
partidos y a postularse como candidatos.
Voy a preferir siempre una
cantidad razonable de partidos en carrera electoral que un “partido único”,
oxímoron político, puesto que la propia denominación “partido” indica
“porción”, “pedazo”…
Otra razón del
“encogimiento” del sistema de partidos fue la mayoría en primera instancia que
obtuvo el MAS en 2005, pero, sobre todo, el ejercicio de poder que practicó, y
que desestructuró el sistema político.
Con toda la estima que
siento por el multipartidismo, debo reconocer que, dadas las experiencias
recientes, si se quiere aplastar al régimen y darle al país un gobierno de
mejor calidad, no es tiempo de abrir el abanico. En tal sentido lo que la
oposición ha ideado para nominar a su candidato me parece un extraordinario
mecanismo; y la competencia, inédita, además, para alcanzar la titularidad,
apasionante. Prácticamente podemos afirmar que, luego de la declinación -loable,
sin duda- de varios postulantes, la lucha, que está ingresando en la recta
final, se reduce a Doria Medina y Quiroga Ramírez. Uno de ellos -se supone que
con el apoyo del otro, no solo personal sino de todo su esquema- será la carta
opositora en la papeleta de agosto.
Menos bulto, más claridad.