jueves, 2 de octubre de 2025

¡Suéltame, pasado!




 Cada vez que nos internamos en las redes –en internet, en general– dejamos un rastro denominado “huella digital”. Solo por observar (acceso pasivo) ya podemos ser “rastreados” y tales visitas pueden ser expresadas en “metadatos”: día, hora, tiempo de permanencia, sitios frecuentados, código del equipo utilizado, etcétera.

Si tal cosa ocurre en tal modo de uso, es obvio que al participar activamente –reacciones, comentarios, respuestas, compartidos, adjuntos, “estados”, actividades varias, etcétera– esa huella se hace más clara y quien se lo proponga puede, con relativa facilidad, elaborar un registro diacrónico de nuestros pasos, los malos, inclusive, por el ciberespacio.

Si nuestras intervenciones fueron borradas, si las páginas desaparecieron, si sufrieron censura, la búsqueda se complejiza, pero quien maneje herramientas para hacer de detective digital conseguirá llegar, si se lo propusiera, hasta el punto de origen de nuestras publicaciones.

En realidad, nunca desaparecen. Por ello, es buena idea que, antes de dejar esa huella imborrable estemos completamente seguros de que no nos iremos a arrepentir de haberlo hecho. ¡Claro!, es difícil pensar que dentro de 15 o 20 años tales huellas nos vayas a jugar en contra.

Todo esto viene a cuento –usted ya lo habrá inferido– por el caso que ha puesto en aprietos a la candidatura de Jorge Quiroga Ramírez: el hallazgo de mensajes de carácter racista con consignas explícitas respecto a lo que tendría que hacerse, de acuerdo a quien las puso, con personas naturales de una región del país.

Ciertamente, quien lo reveló tuvo toda la intención –intencionalidad– de encontrar el pelo en la sopa del acompañante de Quiroga. ¡Y lo encontró! Es obvio que se tomó el tiempo y los recursos necesarios para llegar a su objetivo: desportillar la imagen de la dupla; lo que no impide sorprenderse, como lo han hecho muchos, ante el contenido del par de frases vertidas desde la cuenta de “X” por el titular de la misma, cuando esta red se llamaba “Twitter”, hace unos 10 años.

Por aquella época, el señor –el joven– Juan Pablo Velasco ni en sus sueños más húmedos se habría imaginado que llegaría a ser candidato a la Vicepresidencia. Y, como se sabe, en tal instancia, la vida –tanto pública como privada– es sometida a escrutinio.

Las dos verificadoras que se ocupan de detectar la veracidad, la falsedad e incluso la “engañidad” de la información que circula sobre todo en las redes han emitido, independientemente, el criterio de autenticidad del caso. Que la cuenta registrada, además, ante el TSE, haya sido borrada no hace más que reforzar la idea de que ciertamente su titular fue puesto en evidencia.

Créame que para escribir esta columna he esperado hasta el límite en que puedo remitirla al medio que la acoge un pronunciamiento oficial, un documento membretado, una conferencia de prensa expresamente convocada para este asunto. Nada de ello, hasta el momento –y ya ha pasado una semana– ha ocurrido.

Lo que sí ha sucedido han sido declaraciones aisladas que solo pretenden zafar del tema y una fuerte campaña de desprestigio a las verificadoras y de explicaciones de un procedimiento que, así lo aseguran, echa por tierra lo que se conoce formalmente. Si así fuera, ¿por qué la Alianza Libre no emite, al menos, un comunicado oficial?

Por lo pronto, tengo la impresión de que el aludido está, como lo dirían Les Luthiers, en modo “¡Suéltame, pasado!”.

Culebrones azules




 Entre el tabú y el morbo, la Historia de Bolivia –imagino que también la de otras naciones– está plagada de historias sobre las relaciones íntimas de los presidentes con sus amantes. Y no es que el resto de los mortales no las puedan tener; lo que sucede es que estas “aventuras” no están sometidas al escrutinio público, quedan en el dominio de lo privado.

De las primeras, algunas se ventilan con relativa discreción y otras derivan en descomunales escándalos por sus particulares características, y no siempre se trata de relaciones extramatrimoniales –presidentes solteros o divorciados han llegado al poder–.

Juan José Toro ha publicado sendos artículos al respecto y autores como El Chueco Céspedes (Las dos queridas del tirano) o Raúl Salmón (Juana Sánchez) han versado sobre el tema. Ambos, ¿casualmente?, sobre, probablemente, la relación de este tipo más icónica en estos 200 años. Pasado el tiempo, y con los protagonistas ya en otra dimensión, estos casos se tornan “sabrosos”, inclusive. Lo que no ocurre con los más frescos, que lindan con la sordidez y la ilegalidad, para no hablar de inmoralidad –y no me refiero a situaciones de infidelidad ni cosa por el estilo–.

Todavía llegan ecos de las “canas al aire” del cuatro veces presidente y del general que transitó de la dictadura a la democracia. A propósito de generales, sobre el General del pueblo hay referencias de su amplia descendencia no reconocida.

Con todo, aquellos hechos del pasado parecen “normales” al lado de los que llevan el sello masista en su comisión. En mi criterio, cuatro aspectos son lo que los diferencian: el rol de la(s) mujer(es) en estas relaciones, la ausencia del componente afectivo, el trato político–económico y, como ya lo dije, la ilegalidad, el delito.

Hace unos años (2016) escribí un artículo titulado “Evo, el culebrón” en alusión al escándalo Morales–Zapata. Escándalo, no por la relación misma –Morales Ayma era y es soltero–, sino porque la dama se benefició de una serie de canonjías en virtud a su “proximidad” al Primer Mandatario y padre del hijo que fue concebido cuando ella era menor de edad. Dos ministros aseguraban por entonces que “habían tocado la pancita” de la susodicha y luego adoptaron la posición oficialista: “Es un invento del ‘Cártel de la mentira’”.

Pasado el tiempo, un fiscal determinó que el niño no existió y se cerró el caso. Pero el estuprador volvió a incurrir en delitos similares, aunque las menores guardaran cierto perfil bajo, a excepción de la que ahora goza de asilo en Argentina, de quien parece, más bien, fue la madre quien obtuvo favores políticos.

Y ahora se ventila en tribunales de justicia un caso que involucra al Presidente saliente, también masista. Acá no se habla de pedofilia, la dama en cuestión tuvo un meteórico ascenso en puestos públicos merced a su noviazgo con el hijo de aquel. Pero el hijo, la verdadera víctima en estas situaciones, no había sido “para el junior”, como diría la caserita; sino para quien, en una situación regular, tendría que haber sido el abuelo de la criatura. Aun así, todo podría pasar por un entuerto, producto de una calentura mediada por una promoción burocrática, gentileza de un hombre casado; lo reprochable, si se llega a confirmar –cosa muy probable– es que el Presi haya cometido, como reza la demanda en contra suya, el delito de “abandono de mujer embarazada”, traducido en que no cumple con la pensión para la manutención del pequeñín.

Y así, la pasmada sociedad espera un nuevo episodio de este nuevo culebrón azul.

miércoles, 3 de septiembre de 2025

El vice del César

 



Luego del inicial entusiasmo, “sorpresa” incluida, derivado de los guarismos electorales, sobre todo respecto a la transparencia con la que fue llevado el proceso -resultados previos y oficiales en tiempo récord, entre otras virtudes; ¡Bien merecido el reconocimiento que el GAMLP otorgó al Dr. Hassenteufel!- ingresamos a una etapa de análisis más fino con miras al verificativo de la segunda vuelta, una experiencia inédita en nuestra historia, en la que algunos aspectos, no imputables a la institución rectora, sino al sistema político, llaman la atención.

Se pensaría que la (aparente) desaparición del instrumento que prácticamente había monopolizado el poder durante los últimos veinte años -en mi anterior columna me adelanté a celebrarlo- daría lugar a un régimen postpopulista; sin embargo, viendo la membresía partidaria de algunos miembros del próximo parlamento, queda la sensación de que el partido que los auspició permitió que se camuflaran en sus listas; quedó al descubierto, también, que los votos que alimentaron a la fórmula ganadora provienen de sectores corporativos que recurrentemente apoyaron -y se conjuncionaron- al MAS, en las figuras de Morales Ayma y Arce Catacora.

De ninguna manera estoy insinuado que ello está mal por definición. A algún lado debían dirigirse esos votos -si no iban al “nulo”-. Eso es lo que no terminaba de “casar” en las encuestas que, por otra parte, tampoco estuvieron muy alejadas de la realidad. La duda que tengo es si tal cosa ocurrió por consigna, es decir por una transferencia acordada y negociada, o por decantación natural hacia la opción más cercana al populismo, vía el candidato a la Vicepresidencia-. En cualquier caso, podría tratarse de un voto “prestado” que en otro momento podría retornar a manos del franquiciante.

Y, justamente, la deliberación relativa a la decisión a tomar en octubre se ha centrado no en la figura de los candidatos a Presidente, sino en sus compañeros de dupla, los candidatos a Vice, o a uno en particular, aunque la comparación con su par sea inevitable.

¿Cuánto peso tendrá tal consideración para inclinar la balanza en favor de uno u otro presidenciable? En principio, por la importante distancia numérica, al PDC le bastaría con volcar los “nulos” de la primera vuelta a su favor, dado que responden al mismo componente político ya citado, con el matiz de que se trata del extremo evismo. “Libre” lo intenta, pero, definitivamente, su votación de sustento proviene de un público contrario a esa corriente, público más afín seguramente, al que respaldó a Unidad y a Súmate en la primera vuelta. Suponiendo que consiguiera su adhesión, tampoco le alcanzaría para ganar.

Es ahí donde entra el factor de los “vices”. Por lo que se ha visto hasta el momento, el acompañante de Paz Pereira es un sujeto de cuidado cuyas desbocadas intervenciones podrían espantar a una parte -urbana, clase media- de su propio electorado; pero, otra vez, eso que espanta a unos resulta atractivo para otros -refuerza su gen populista autoritario-.

Por su parte, el segundo de Quiroga Ramírez ha dado pasos acelerados hacia la comprensión del rol del cargo vicepresidencial y ha superado su etapa “frívola”, lo que, eventualmente le daría una ventaja cualitativa sobre el rival. ¿Podrá convertirla en cuantitativa?

Haciendo analogía con la célebre máxima que alude a la honradez de la mujer del César, diríamos que “El vice del César no solo debe ser virtuoso; sino parecerlo”.

Y al expolicía no lo siento muy virtuoso y menos me lo parece.

miércoles, 20 de agosto de 2025

Del "cambio" al recambio

 


Como boliviano y demócrata me congratulo y congratulo a la ciudadanía y a parte de las autoridades electorales por el hito alcanzando el domingo 17. La luz venció a las sombras, tanto en la propia realización del hecho electoral como, en conjunto, por los resultados que emergieron de las urnas.

Justamente por ello, me encuentro en el dilema de escoger uno de dos grandes temas que me llaman para convertirlos en columna. Lo que he decidido es abordar el inmediato (el que se revela a partir de los resultados) y posponer el mediato (algunas observaciones a ciertos procedimientos y actitudes que se dieron durante el proceso).

Como tocada por el Hado propicio, Bolivia recupera la senda democrática que había sido prácticamente borrada por el régimen que, aupado, paradójicamente, gracias a la generosidad de la propia democracia, hace 20 años, se ocupó de socavarla sin miramientos. Ya no cabe -lo hemos venido haciendo sostenidamente- abundar en detalles sobre dicho atentado perpetrado bajo el alar del “cambio”, muletilla de la que sus ideólogos se colgaron.

Solo a efectos de contraponer lo que viene de lo que fue, podríamos decir que se aproxima el recambio -o, mejor, el re-cambio- y esta sola enunciación me (nos) ilusiona.

La conformación del nuevo Poder Legislativo ya prefigura un relativamente sólido muro de contención a cualquier intento de retorno del “ancien régime” (¡Qué ganas de decir esto que tenía!). Esto no quiere decir, en modo alguno, que se diluyan las diferencias político-programáticas de las expresiones partidarias que lo compondrán. No obstante, en decisiones de gran importancia para la el país deberán llagar a consensos, pactos, que las viabilicen.

Hay medidas, acuerdos, que no deberían generar mayor discrepancia al interior de Parlamento (me gusta llamarlo así); algunos en el cortísimo plazo, otros, en el mediano. Esta agenda de crisis debería considerar compromisos como los siguientes:

Carreteras expeditas 365 día al año. Está comprobado que no hay mayor daño autoinfligido al movimiento económico interno que el causan los bloqueos a nuestras carreteras -además de ser uno de los factores que ha determinado la cuasi exclusión de Bolivia del corredor bioceánico-. El Parlamento debería emitir una ley-express al respecto facultando al Ejecutivo la prevención y, en su caso, la intervención pronta ante cualquier apresto de bloqueo carretero.

Aunque corresponde al titular del Ejecutivo, gane quien gane, éste deberá manifestar, en lo posible de manera notariada, su voluntad de no postular a la reelección. De esa manera, las acciones o proyectos de ley que la Presidencia remita al Congreso no generarán resistencia ante sospechas de “medidas reeleccionistas”. Por su parte, para ratificar dicha voluntad, deberá comenzar el trabajo para la convocatoria a Constituyente con ese y otros importantes motivos. Mi pregunta-provocación es ¿Puede la Constituyente, a tiempo de cumplir su misión, proponer su propia disolución para que, a futuro, las reformas constitucionales, sobre todo la reforma total, sean menos pesadas?

De inmediato, iniciar acciones para la elección de los nuevos miembros del Tribunal Electoral, de tal manera que vuelva a ser la referencia de confianza y transparencia que alguna vez tuvo la Corte Nacional Electoral. Esto es, que esté conformado, en su totalidad, por ciudadanos probos, evitando, por ejemplo, las “tahuichis”.

En la misma dirección institucionalizadora, debería, a la brevedad posible, encarar el proceso de elección-selección-designación congresal de las máximas autoridades en instituciones y empresas públicas -prácticamente, estos 20 años han sido interinas y políticamente nombradas-: Contraloría, YPFB, INE, ASFI…

Bienvenidos de nuevo, República, Democracia y Estado de Derecho.

miércoles, 6 de agosto de 2025

Mi Bolivia, mi Bolivia, mi Bolivia...




 Es 6 de agosto y comienzo a escribir. Resuena en mi cabeza, más de tres décadas después, el pregón de Toto Arévalo luego de la clasificación de la “Verde” al Mundial de 1994. Tal hazaña no solo fue un hito deportivo; fue el resultado de un proceso de cohesión social alrededor del ascenso de la selección. Tal fenómeno, para seguir abordándolo desde lo futbolístico, tuvo un contexto singular: una cantera de formación -la Academia Tahuichi-, una dirigencia con claridad estratégica, una generación madura en el momento exacto, unos individuos talentosos, provenientes, en buena medida del oriente boliviano, junto a quienes venían de otras regiones y con el aporte del los nacionalizados, todos bajo la dirección técnica de un vasco. La fortuna jugó su rol: un paro de jugadores permitió disponibilidad para concentraciones más efectivas.

Pienso, sin embargo, que sin las condiciones sociales y políticas de ese periodo, aún consiguiendo la clasificación, el éxito futbolero solo hubiese sido una suerte de escapismo a la situación general del país -como, seguramente lo sería, si la selección actual lograra el pase al próximo Mundial, cosa que, por supuesto, la deseo, como todos nosotros-.

¿Y cuáles, además de las específicamente futbolísticas, fueron esas condiciones? A mi juicio, el escenario sociopolítico que sobrevino a la suscripción de los Acuerdos del 9 de julio de 1992, que enrumbaron a Bolivia hacia la modernización institucional democrática con políticas de Estado acordadas con todos los actores políticos de entonces. No se explican la Participación Popular ni la Reforma Educativa sin aquellos acuerdos. En última instancia, todo esto podría simplificarse con pocas palabras: Estabilidad y visión a largo plazo.

Cohesión no es, en modo alguno, homogeneidad. Es, aunque suene a cliché, la muy manoseada idea de “unidad en la diversidad”: poder ponerse de acuerdo en un puñado de propósitos sobre el destino nacional, respetando las particularidades “pluri-multi” de nuestra nación, la boliviana.

Durante décadas, el de la reivindicación marítima fue un elemento cohesionador, muchas veces mal utilizado por regímenes en crisis para sortear sus propias dificultades.

Nuestros múltiples mestizajes, nuestras variadas sinergias, nuestra lengua franca, nuestras tradiciones y cultura -las generales, para diferenciarlas de las localizadas- nuestro sincretismo animista-judeocristiano, nuestra comunión con el medioambiente… son algunos elementos a reconocer y valorar. Y, si nos clasificamos a todos los mundiales por venir, tanto mejor.

Lo digo desde el alma boliviana que me posee. Soy paceño, de madre pandina, hija de cruceño, y de padre chuquisaqueño, quien hablaba en quechua como si fuera su lengua materna -aún le reprocho el no habérmela “heredado”; prefirió que aprendiese inglés, lo que me sirvió para optar a una beca- . En mi casa se comía cuñapé, somó y masaco -todos hechos por ella- y toda la variedad de “picantes” charquinos. El chairo y el plato paceño vinieron luego. Mis progenitores llegaron a la sede del Gobierno porque La Paz era la “tierra prometida”, como lo fue Florencia en el Renacimiento. Antes de la independencia, lo era Potosí (aunque, por razones climáticas, pienso, Sucre (La Plata) era el centro administrativo y familiar). Hoy eso es Santa Cruz… mañana, ¿El Alto?

Mi primer trabajo lo tuve a los ocho años y, con mi primer sueldo, compré un charango, instrumento criollo proveniente del laúd y la bandurria y muy similar al timple canario. Al pulsarlo, cosa que hago a menudo, vibra esa bolivianidad hualaycha, chola -soy más cholo de lo que podría creerse- pero combinado con otros timbres, se hace universal, cosmopolita. Tengo una composición que le vendría bien a don “Bicente”. Espero producirla en breve.

De chango solía esperar la edición anual de Almanaque Mundial, que contenía tablas de desempeño económico, como ser la producción de minerales; iba rápidamente al estaño y Bolivia estaba siempre en segundo lugar, por debajo de Malasia. Quería verla en primer lugar. Claro, tenía el chip del extractivismo (la renta del subsuelo), tan inserto en todos los bolivianos. Bendición y maldición al mismo tiempo.

Presencié, como lo conté en otros escritos, los fastos del Sesquicentenario, en plena dictadura militar, pero en mi recuerdo los veo mucho más vivos que los del Bicentenario. Por entonces, excepción a la regla mediante -para mayores de 21 años-, participé en un concurso televisivo sobre historia de Bolivia –“Cita con la Historia”, y me hice de un premio con el nombre de uno de del próceres de la independencia, Ignacio Warnes, y unos buenos pesos…

Mi Bolivia, mi Bolivia, Mi Bolivia…

domingo, 27 de julio de 2025

Evo, el "Dios" caído (publicado por "Péndulo Político", Correo del Sur)

 


No hay un solo Juan Evo Morales Ayma; hay, al menos, cuatro: la persona, el personaje, el mito y el (semi)dios. Eso explica que la persona se refiera a los otros tres en tercera persona, ¿Ha probado usted referirse a sí mismo como si lo estuviese haciendo a otro? Yo lo he intentado, y no lo he logrado; supongo que se debe a que no tengo una personalidad escindida.

Para el caso de la persona -JEMA- tal dispersión actúa más bien como un mecanismo de defensa. El individuo en cuestión no es un peligro en tanto sujeto natural; al contrario, es un ser acomplejado, inseguro, de baja autoestima. ¿No era éste el perfil del Hitler aún anónimo?

El tránsito -de la de notoriedad pública a la posesión del poder casi omnímodo-   hacia el personaje, es una carrera por revertir aquellos déficits -mecanismo de compensación-. Es entonces que se inviste de ropajes al estilo del “traje nuevo del emperador”. Y se comienza a construir el mito.

A manera de sazón, traigo un pasaje de una entrevista que María de los Ángeles Baudoin, de junio de 1995 (“La otra cara de Evo”, suplemento Ventana, La Razón) en el que le hace esta pregunta: “¿Eres egocéntrico?”, a lo que el entrevistado le contesta “¿Qué es eso?”. Una vez que explicado el significado, el aludido dice “Sí, es un vicio”.

En la medida en que sus acciones van erosionando la democracia, se le atribuyen facultades extraordinarias: imbatibilidad electoral, energía ilimitada, omnipresencia, campeón de su propio torneo, figura mundial… en el proceso, el dirigente sindical se ha convertido en el indígena vengativo. Mucha de esta construcción proviene de afuera. Recuerdo a Hugo Chávez diciendo que “su indio” domina “más de siete idiomas”, cuando bien sabemos que ni siquiera habla una lengua “originaria”. Y su castellano no es precisamente magistral.

Finalmente, por obra y gracia de sus “amarrahuatos” y con la aquiescencia del propio Morales, se forma una especie de culto, de adoración religiosa, de Iglesia; endiosamiento, en suma. La “Casa Grande”, el museo… García Linera diciendo que seres como el señor Morales Ayma aparecen una vez cada mil años.

¿Logró su propósito de minar por completo la democracia? Casi. La democracia residual que resistió la arremetida de su régimen, logró importantes hitos que frenaron el ímpetu destructivo de la institucionalidad democrática. Lo que me lleva a relativizar un eventual potencial peligro desde su reducto ligado al poder paralelo (ilegal) y alejado del formal. Un recuento de sus derrotas sirve para lo que sigue.

Esto, es el proceso de desmontaje del mito. Antes de anotar los momentos más evidentes de su debilidad, mientras estuvo en el ejercicio del gobierno, es interesante mencionar que, en arranques de “mea culpa”, sus adláteres del pasado inmediato reconozcan que la construcción de la imagen portentosa de su consentido objeto de culto no tiene base de sustento alguna.

Para hacer algo de memoria, recordemos algunos tropezones de Morales Ayma en los momentos que más poder ostentaba: su intento de “gasolinazo” confiando en su “espalda” política le daba para sostenerlo. No duró ni tres días y tuvo que retroceder. En ese tiempo, tal cosa era contradictoria con el discurso de prosperidad con el que llenaba la boca. Al respecto, ahora hay disponibilidad social para ajustes de esa índole. La marcha por el TIPNIS supuso otro retroceso para el “le meto nomás”, así como lo fue la reversión del Código de Procedimiento Penal, los sucesivos triunfos del voto blanco/nulo en las dos primeras elecciones judiciales, etc. Y el sopapo definitivo: el 21-F que precipitó la caída del régimen, pese a sus interpretaciones forzadas sobre un supuesto “derecho humano” y el fraude monumental que operó en 2019.

Ergo, si con todo el poder en sus manos fue impelido a recular, ahora que no lo posee es mucho menos peligroso, más allá de sus bravuconadas.

Hace mucho que Morales Ayma dejó de ser símbolo de inclusión para convertirse en símbolo del estancamiento político. Luego, sobrevive políticamente en su reducto y ya no gravita en toda la esfera pública. En gran medida vive de su propio recuerdo que, con un nuevo gobierno que se respete, terminará por desaparecer.

Los últimos meses, Morales Ayma ha intentado por todas las formas posibles de forzar su habilitación como candidato a presidente para las ya cercanas elecciones. En el camino ha perdido todas las batallas, llegando incluso a perder el partido que consideraba de su propiedad. Podrá, seguramente, colocar, a última hora, a sus alfiles en alguna lista de parlamentarios y eso será la más a lo que podría aspirar. Se le acabaron los recursos -los legales, quiero decir-. Todo lo demás es vocinglería, violenta ciertamente.

Hoy se está viendo la peor versión del caudillo caído en desgracia. Pero, por ello mismo, hay que mantener cierta cautela. Dicen que las últimas erupciones de un volcán (JEMA lo fue antaño) en vías de apagón son las más violentas. Más allá de eso, lo que quedará será puro cascarón y volverá la persona vulnerable, aunque, probablemente, soberbia.

Yo diría que antes que un peligro para la democracia, el actual Morales Ayma es un mal ejemplo de perdedor. El susodicho es, en realidad, un peligro para las niñas.

jueves, 24 de julio de 2025

Disponibilidad social, la llave para la transformación

 





A veces, la historia avanza no porque haya grandes consensos, sino porque se agota la paciencia. Y Bolivia, tras casi dos décadas de hegemonía azul, parece haber llegado a ese punto. No estamos ante un simple proceso electoral, sino ante el probable desenlace de un largo ciclo de poder que —como todo ciclo prolongado— termina más por desgaste que por mérito ajeno. El MAS, en todas sus versiones, ha entrado en la zona crepuscular. Y el país, lejos de temer el cambio, parece desearlo con una intensidad contenida.

Curiosamente, este contexto abre una ventana inesperada. Hay momentos en que reformas estructurales —largamente postergadas, difíciles de explicar o de digerir— encuentran un terreno más fértil no porque la gente las entienda mejor, sino porque las quiere más. Y las quiere porque, simplemente, ya no soporta más de lo mismo.

En otras palabras: se abre una rara oportunidad. Lo que hace diez años habría provocado bloqueos, paros y violencia explícita, hoy podría contar con una inusual disponibilidad social. No es una cuestión de convencimiento técnico, sino de hartazgo político.

¿Privatizar empresas deficitarias? ¿Reestructurar el aparato estatal? ¿Revisar la Ley de Pensiones? ¿Despolitizar la justicia? Todas esas propuestas, impensables bajo un gobierno masista —más por dogma que por análisis— podrían hoy encontrar eco incluso entre sectores populares. Porque cuando el péndulo político finalmente se detiene, el país no solo gira de color: también cambia de humor.

Pero cuidado: esta apertura no será indefinida. Es un instante fugaz, un parpadeo de la historia. Si el próximo gobierno —posiblemente salido de la actual oposición— no actúa con inteligencia y rapidez, ese capital simbólico se diluirá como tantas veces ha pasado. No basta con que el MAS se vaya; hace falta que el nuevo proyecto convenza y enamore. Y que lo haga no con retórica grandilocuente, sino con reformas concretas, visibles y sostenibles.

Es cierto: no hay mandato más difícil que gobernar después de un ciclo largo de abuso del poder en todo sentido. La esperanza es tan grande como la desconfianza. Pero también es cierto que pocas veces hay tanto espa




cio para mover las placas tectónicas del país sin provocar terremotos sociales -roguemos porque sea así-. Bolivia no está simplemente en puertas de una elección. Está en una etapa de “reseteo” emocional. Y eso —si se lo entiende bien— puede ser la llave para transformar, no solo administrar.

No se trata de venganza ni de revancha. Se trata de reconstrucción. Y para eso, la nueva dirigencia necesitará algo más que programas: necesitará coraje, imaginación y una lectura aguda del momento. Porque la ciudadanía, cuando se cansa de unos, también otorga a otros licencias breves, intensas e irrepetibles para cambiar las cosas en serio.

Así estamos. Al borde de una transición que, si se la asume con claridad, puede ser más que un cambio de nombres. Puede ser —por fin— el comienzo de un país distinto. Uno donde los grandes cambios ya no dependan del aplauso callejero, sino de la convicción colectiva de que seguir igual es lo único inaceptable.