miércoles, 30 de abril de 2025

Duplicados y gemelos

 


Cada elección trae consigo una serie de hechos que la van marcando, aunque, al final, lo que cuenta es el resultado y pocos recuerdan lo que sucedió en el camino. ¿Qué nos depararán las elecciones generales de agosto? Más allá del “wishful thinking” (“ganará tal”, “ganará cual”, de acuerdo al deseo de cada quien), el signo predominante es el de la incertidumbre puesto que, lejos de clarificarse, el panorama es disperso y confuso. Hubo otras en las que, más o menos a estas alturas, era relativamente sencillo predecir quién las ganaría -aunque, como recordaremos, podía no llegar a ocupar el trono presidencial-. Antes de que entrara en ejercicio la segunda vuelta -hablo del periodo democrático contemporáneo- el cargo presidencial podía recaer en cualquiera de los tres “finalistas”. En tal caso podía hablarse, con toda propiedad, de un “resultado final”, una suerte de elección en segunda instancia, la parlamentaria, que definía, vía pacto, la composición del nuevo Gobierno.

Con seguridad, más de la mitad de los votantes actuales aún no habían nacido cuando ello sucedía. Hay que aclararles que no había, en absoluto, ilegalidad alguna en tal procedimiento; se lo hacía siguiendo estrictamente lo estipulado en el artículo 90 de la CPE vigente entonces (la que había sido elaborada en 1967).

Aplicando tal mecanismo, por ejemplo, Jaime Paz Zamora (MIR) accedió a la Primera Magistratura en acuerdo con Hugo Banzer Suárez (ADN), relegando a Gonzalo Sánchez de Lozada (MNR). Acompañó a Paz Zamora, en el cargo de vicepresidente, Luis Ossio Sanjinés (PDC), que formaba parte de la fórmula de Banzer. Contra todo pronóstico -las críticas fueron inmisericordes al comienzo- hubo gobernabilidad, crecimiento y gestión. Lo reconocen incluso quienes, en su momento, manifestaron su desaprobación. Casos de corrupción muy sonados por entonces ensombrecieron en parte el buen gobierno que fue aquel. No se trata de hacer “corrupción comparada”, pero en relación a la que se dio en tiempos de Morales Ayma, aquella parece simple “avivada”.

Volviendo a lo nuestro, un caso curioso se dio, allá por comienzos de siglo, cuando más de un ciudadano -uno de ellos, emblemático futbolista- apareció inscrito oficialmente en las “planchas” de dos partidos políticos -en “franja de seguridad” para mayor detalle-. Obviamente se produjo una ola de críticas tanto a los partidos como a las personas, quienes no tuvieron otra opción que retirar sus nombres de ambas listas.

Una figura parecida, aunque a la inversa, se ha dado en el presente tiempo previo a las elecciones de agosto: Una sigla ha presentado “oficialmente” a dos personas como candidatos a la Presidencia. Si bien es normal que los partidos barajen varios nombres como potenciales “presidenciables”, otra cosa es hacerlo oficialmente.

El hecho no pasaría de la anécdota si no ocultase algo más profundo: el extremo deterioro de una parte del sistema de partidos, reducida a un vil mercado de siglas que, a falta de representantes propios, se ofrecen al mejor postor (en términos de negociación de “espacios”) sin el más mínimo rubor. La contraparte, es decir las personas-candidatos, no se libra de complicidad en la depauperación de la actividad política. Ciertamente a la hora del registro ante el Tribunal Supremo Electoral, solo uno de los “gemelos” será reconocido… aunque tal vez, a la manera de aquellos candidatos “duplicados”, ni uno ni otro, de pura vergüenza, hagan mutis por el foro.


miércoles, 16 de abril de 2025

De tunas, canes y persecuciones

 


No se trata de mezclar forzadamente temas de distinta naturaleza. Sí se trata de un asunto de proporciones, aunque admito que puede tratarse de un signo de estos tiempos.

Es que, a juzgar por las reacciones en las redes -y, en menor grado, en los medios tradicionales- ante tres hechos, todos ellos reprochables debo decir, no termina de sorprenderme la desproporción de dos de ellas con respecto a la tercera, en orden cronológico.

Reitero: No son los hechos propiamente dichos los que motivan esta columna, aunque es inevitable hacer referencia a los mismos, sino la cantidad y tono de publicaciones que se hicieron eco de aquellos. No tengo una estadística objetiva sobre esta cuestión, pero sí la percepción y el suficiente sentido común como para notar una inmensa diferencia entre uno y otros.

Estos sucesos son popularmente conocidos como: “Discriminación de un adulto mayor a una mujer que recolectaba tunas en un área pública”, “Agresión a un perro de parte de su dueño” y “Persecución y aprehensión de ciudadanos a raíz de un video elaborado en el Ministerio de Gobierno en el cual éstos aparecen en una lista de supuestos miembros del gabinete que acompañaría a Zúñiga en su Gobierno, luego del ‘golpe’ que éste protagonizó”.

Los dos primeros se conocieron por filmaciones de terceras personas, puestas en redes. El tercero, por el mencionado “documental”, presentado en el propio Gobierno, con la presencia del propio Presidente, en el auditorio del Banco Central de Bolivia (BCB) -¿por qué usar el auditorio de la entidad emisora para un acto eminentemente político y de mala leche?-

Sucede que en cuanto a diseminación por la red (viralización) los videos “privados” y los comentarios al respecto tuvieron una magnitud abismalmente mayor que la de la patraña montada por el régimen.

El punto es que ni las tunas, ni el can, ni el dizque golpe son el centro de sus respectivos acontecimientos; son las acciones humanas y las circunstanciales víctimas. La diferencia es que en los primeros no hay una planificación previa con el fin de dañar a animales o personas. En cambio, en la acción del régimen hay una producción cuidadosamente elaborada con el fin de dañar la honra de personalidades notables y perseguirlas políticamente. Ni la narrativa del “golpe”, ni el relato del supuesto “gabinete” aguantan un análisis medianamente riguroso.

Por eso me llama la atención que los feisbukers, equistores, tiktokers y demás criaturas de las redes no se hubieran indignado como lo hicieron con los otros acontecimientos. ¿Miedo?, ¿indiferencia?, ¿enajenación?, ¿desprecio?...

Mientras que en unos casos, las redes parecían haberse convertido en la Inquisición -contra las personas agresoras- en el otro, pese a su calidad de asunto público, es decir que afecta a la ciudadanía en conjunto, percibí una especie de prudente silencio. Fuimos pocos los que nos manifestamos contra semejante atropello a los derechos humanos y al honor de conciudadanos como nosotros. Lo peor es que el régimen continúa empeñándose en lastimar a la democracia y a quienes no se alinean con el mismo y las reacciones parecen darse de forma inversamente proporcional a la que desencadenan acontecimientos circunstanciales -no planificados, repito-.

Yendo más allá de a quienes se involucra en el grosero documental, como si se les hubiera escapado del guion, el régimen ha convocado a Édgar Villegas, el profesional que detectó el fraude de 2019, en calidad de testigo del supuesto golpe… y ni así hubo gran conmoción en las redes. Algo no encaja.


miércoles, 2 de abril de 2025

Cruzando el desierto, sprint final

 

Me suena como un deja vu, como un “esta peli ya la vi”. Es que, efectivamente, ya pasamos por algo parecido a esto. Fue en 2019, en el tiempo previo a la elección de aquel año, cuyo antecedente fue la forma abominable en la que el régimen forzó la habilitación del candidato que ya había violado la Constitución para optar a un tercer periodo. No conforme con ello, en su afán de perpetuarse, apenas lo consiguió, comenzó a lucubrar su reelección indefinida para lo cual, con un Tribunal Electoral a su servicio, convocó a un referéndum para reformar el artículo que ponía límite a tal cosa -aunque ya lo había violado, insisto-.

Pues aún así, la ciudadanía le dijo NO. Y comenzó el plan de burlarse de la voluntad popular, haciendo que el Tribunal Constitucional, también alineado al régimen, resolviera que la reelección es un “derecho humano” y, por tanto, no había mecanismo que la impidiese–“Haga lo que haga la oposición”, Morales dixit-. Ya en octubre de 2019, comenzó a gestarse el operativo del fraude.

Las propias encuestas del régimen indicaban que no habría ganador en primera vuelta y que en la segunda ganaría Carlos Mesa, el mejor ubicado de la oposición -acá se suelen incluir los reproches al ahora preso político, Luis Fernando Camacho, por haber impedido una victoria opositora al mantener su candidatura hasta el final- le ganaría al violador (de la Constitución).

Cuando la tendencia en la transmisión rápida de resultados conducía inevitablemente al escenario de la segunda vuelta, “misteriosamente” el sistema colapsó y cuando se lo repuso, ¡zas!, el cocalero ya se estaba declarando ganador en primera vuelta.

Tan grosero fue el fraude que, sumado al desconocimiento del 21-F, desencadenó la repulsa ciudadana que precipitó la dejación del cargo del tirano.

Esa epifanía ciudadana se vislumbró como un oasis luego de haber cruzado el desierto tras casi quince años de oscurantismo masista. Como dije anteriormente, resultó un espejismo.

A la fecha, en mi criterio, me aventuro a pergeñar que el Carlos Mesa de esta elección será quien emerja como opción del bloque de unidad, vale decir Jorge Quiroga Ramírez o Samuel Doria Medina.

Nuevamente vislumbramos, como ciudadanía democrática, el final del camino desértico y el inicio de la nueva era democrática que, sin embargo, comenzará con pesado lastre que dejan casi veinte años de barbarie política y despropósito económico. Dicho sin anestesia, el resurgimiento costará algo (o mucho) sacrificio, para bien en el mediano plazo. Debemos estar conscientes de ello.

Pero, una vez más, como si no se hubiera aprendido la lección, la dispersión, a pesar de que, a diferencia de 2019, la situación para la oposición unitaria es inmejorable, el fantasma de la dispersión vuelve a poner piedras en el camino, en forma de candidatos funcionales, unos conscientemente, y otros, en el papel de tontos útiles, para solaz de los restos del régimen saliente. Pareciera que por salir un puñado de veces en los medios algunos ya se sintieran “presidenciables”.

Hago voto por que la razón se imponga y no se repita el escenario catastrófico de elecciones anteriores (incluyo la de 2020). Que si bien, como en el relato bíblico, haya doce tribus, haya un solo Moisés que las guíe a través del desierto para dejar atrás veinte años de ignominia.