miércoles, 19 de marzo de 2025

Menos bulto, más claridad

 


Quiero dejar establecido que no solo aprecio la democracia multipartidaria, sino que la he promovido a lo largo de mi vida.

Los primeros años, luego de la conquista de la democracia en Bolivia, las denominaciones partidarias que, junto con sus candidatos, poblaban el sistema electoral, rondaban la media centena. Era comprensible. Luego de años -que parecían siglos- de gobiernos de facto -proscripción de algunos partidos, incluida- había ansias estar en la palestra pública. Sin embargo, como se supondrá, el voto se concentraba -o se dividía, según cómo se quiera entender- en seis u ocho. Por lo demás, nadie se hacía mucho problema, dado que, en la instancia congresal, vía pacto, emergía, de entre los tres más votados, el nombre del próximo mandatario. A la sazón, no se había “inventado” aún la papeleta multicolor y multisigno (multifoto, también) que caracteriza nuestras elecciones modernas.

Otro motivo para tal profusión de partidos, aunque, en este caso, sería mejor hablar de profusión de candidatos, era que la ley electoral permitía a algunos, beneficiarse con lo que se llamaba el “voto residual” y, si bien no llegaban al cargo mayor, sí podía resultar “elegidos” como diputados. Es decir que el candidato a Presidente era también candidato a primer diputado. Hay casos muy emblemáticos de políticos que llegaron al parlamento de esa manera y continuaron en la actividad durante años. Por cierto, no había uninominalidad; todos los candidatos a diputado iban “colgados” del candidato a Presidente, quien, reitero, era el primero de lista. Algo así también se estilaba en las elecciones municipales; el candidato a Alcalde, era, a la vez, candidato a Primer concejal y, por el mismo mecanismo, podía acceder al Legislativo edil.

No era mi intención abordar estos detalles, pero viene bien como antecedente para afirmar que ya no es así y, por tanto, ya no es, desde ese punto, tan atractivo candidatear para la Primera Magistratura. Otro de los motivos para la multiplicación de postulaciones era, ya lo insinué más arriba, que la Constitución posibilitaba que, si ninguno alcanzaba el 51% más uno de los votos, los tres primeros se clasificaban para la instancia parlamentaria y, como sucedió, en 1989, el tercero (o, el segundo) podía emerger como Presidente de la República. Modificaciones posteriores a estas reglas desincentivaron a muchos a formar partidos y a postularse como candidatos.

Voy a preferir siempre una cantidad razonable de partidos en carrera electoral que un “partido único”, oxímoron político, puesto que la propia denominación “partido” indica “porción”, “pedazo”…

Otra razón del “encogimiento” del sistema de partidos fue la mayoría en primera instancia que obtuvo el MAS en 2005, pero, sobre todo, el ejercicio de poder que practicó, y que desestructuró el sistema político.

Con toda la estima que siento por el multipartidismo, debo reconocer que, dadas las experiencias recientes, si se quiere aplastar al régimen y darle al país un gobierno de mejor calidad, no es tiempo de abrir el abanico. En tal sentido lo que la oposición ha ideado para nominar a su candidato me parece un extraordinario mecanismo; y la competencia, inédita, además, para alcanzar la titularidad, apasionante. Prácticamente podemos afirmar que, luego de la declinación -loable, sin duda- de varios postulantes, la lucha, que está ingresando en la recta final, se reduce a Doria Medina y Quiroga Ramírez. Uno de ellos -se supone que con el apoyo del otro, no solo personal sino de todo su esquema- será la carta opositora en la papeleta de agosto.

Menos bulto, más claridad.


martes, 4 de marzo de 2025

Para leer al puto Donald

 


Me aventuro a considerar que quienes se compraron el cuento del supuesto pacifismo de Trump, lo hicieron o por ingenuidad (“no había sido tan mala gente como decían”) o por fanatismo (todo lo que diga o haga el caballero es grandioso); los que se encuentran en esta segunda corriente defienden su postura con los infaltables repudios a lo que califican, usando los términos de moda, como “globalismo”, “woke” o “progre”. También, para mi sorpresa, encontré justificaciones a las acciones de Trump (acompañadas por denuestos a Zelensky) de parte de estimados intelectuales a quienes colocaría en un tercer grupo -por extravío-.

Déjenme decirles que, en mi criterio, los llamados a la paz mundial que hacen las misses en los concursos de belleza tienen más sinceridad que el tongo que, en nombre de la paz, pretende el Donald.

Si fuese auténtico su anhelo de paz, el viernes, en lugar de Zelensky debía haber estado Putin, firmando un tratado de paz que le impondría, en su calidad de agresor, el retiro inmediato de las tropas rusas de territorio ucraniano y un resarcimiento monetario por daños y perjuicios causados al pueblo ucraniano durante estos tres años de invasión, recursos con los que el Estado agredido podría “devolver” a Estados Unidos el monto que le transfirió como “ayuda”. ¡Hasta yo aplaudiría con entusiasmo tal cosa! Efusivo como soy, no ahorraría un “¡Viva Trump!”. Pero Trump no se mide con los de su tamaño (de poder, por si acaso) y lo hace con un petizo a quien humilla públicamente ante la repulsa del mundo libre.

Hago memoria de un gesto de franco pacifismo: a fin de liberarse del yugo soviético, Ucrania aceptó sin mayor objeción los términos de la separación, entre ellos, el más importante, el desmantelamiento del arsenal nuclear, tercero en el mundo que, por su posición geográfica, estaba emplazado en su territorio. En mayo de1992 -Zelensky tenía 14 años- las últimas armas se despacharon a Rusia -podría, paradójicamente, darse el caso de que Rusia atacase con tal armamento al país que las almacenaba-.

La OTAN es una organización de carácter defensivo de sus miembros. La agresión a uno de ellos es tomada como agresión al conjunto. Es entonces que se activan protocolos de asistencia. Fue en ese marco que, aunque sin ser miembro pleno -el Estado ucraniano está gestionando su incorporación desde 2008; podría decirse que es un casiOTAN- que los recursos fluyeron hacia Ucrania. No fue ninguna concesión piadosa de EEUU ni de Europa. Una acotación para los desmemoriados de conveniencia: Rusia invadió Ucrania; no al revés. Un extra: Rusia es, históricamente, expansionista -cuánto debió herir a su orgullo imperial el proceso de independización de varias repúblicas capturadas por la ex URSS-.

Es que el “trato” que el “pacifista” ofrece a Zelensky es -reitero que quien debe firmar la capitulación con resarcimiento incluido es Putin- es hasta gracioso: “Conservas el 20% de tu territorio, el 80% va para Rusia, y de lo que te quedas, todos tus recursos minerales son para mí, que viva la paz”. Trump actúa a la manera que se estilaba hasta la mitad del siglo XX, cuando cosas así eran posibles; incluso Bolivia, “en nombre de la paz”, cedió el Chaco Boreal -inclusive el mediador, el argentino Alberto Saavedra Lamas, fue premiado con el Nobel de la paz por ello-.

Por fortuna, las voces sensatas se multiplicaron, incluso en forma de memes y la posición ucraniana ganó, al menos, mayor fortaleza moral. Y la figura del Donald quedó absolutamente maltrecha, en su propio país, incluso. Putin no se salió con la suya.