miércoles, 18 de mayo de 2022

Monsieur Bobaryn

 


La descarnada batalla por el poder, tanto el absoluto como el partidario, dentro del régimen ha alcanzado niveles de sordidez y violencia pocas veces visto; es como si de los silletazos, que ya son de avería se hubiese pasado a los hechos de sangre. Potosí fue el foco de estos lamentables sucesos. La disputa ya es a muerte, podría decirse.

Lo ocurrido la pasada semana durante una asamblea estudiantil en la Universidad “Tomás Frías” no habrían pasado de ser una tragedia de circunscrita al ámbito “académico” –acaso a la manera de lo sucedido hace un año en la Universidad de El Alto- si no se hubiesen puesto en evidencia los oscuros intereses de poder político que llevaron a tan triste desenlace.

El domingo, en la localidad de Tinguipaya, tras la visita del Vicepresidente, se desató una trifulca entre bandos contrarios que ocasionó la muerte de dos comunarios y dejó varios otros heridos. Una notoria crispación se está manifestando en casi todos los actos que involucran a miembros del régimen y los resultados son vidas que se pierden.

¿Tienen relación/conexión estos y otros hechos similares, aunque no tan violentos? En mi criterio, sí, aunque no directamente ni en el mismo nivel de decisiones. Fíjese en que lo primero que hizo el MAS en ambos casos fue tratar de desligarse de los mismos. En el primero, instó a “no politizarlo” y en el segundo, atribuyó la reyerta a “conflictos de límites” entre ayllus.

Los testimonios –la realidad, diríamos- contradicen las coartadas del partido en función de gobierno e incluso van más allá de lo observado inicialmente. El drama universitario destapó un esquema de poder de insospechados alcances, al extremo de que puso en cuestión la pervivencia de la autonomía, cuyas evidencias involucran a operadores del MAS en prolongada permanencia como dirigentes, en función del control de los recursos y de un poder transversal a todo el sistema de la universidad pública, aplicando, para ello, acciones que rayan en lo delincuencial. En tanto que lo acontecido en Tinguipaya, sin negar que hay un conflicto de límites latente, responde a la guerra interna que se libra en el régimen por la candidatura en las próximas elecciones generales. Porque si se tratase exclusivamente de diferencias territoriales, el asunto puede ocurrir en cualquier momento. La presencia de Choquehuanca, puso de manifiesto los fuertes resentimientos políticos entre facciones del régimen.

Este estado de ánimo, de recíprocas animadversiones y animosidades entre operadores del régimen se proyecta también en la administración gubernamental; si bien no se ha llegado a los tiros, el ambiente está de miedo y el caso de Monsieur Bobaryn –a quien no le alcanza para ser personaje flaubertiano, pero se ganó algunos editoriales- es emblemático.

Al exviceministro, de quien se dice que responde a la corriente del Vice, le costó el puesto su posición crítica al cocalero Morales Ayma y a sus valedores, a quienes reprochó su actitud pusilánime durante los acontecimientos de noviembre de 2019 –renuncias, huida, asilo- mientras otros bobarines se enfrentaban al gobierno constitucional de la señora Áñez.

Apuntando particularmente a Morales Ayma, había señalado que éste “no es el MAS”, lo que colmó la paciencia del jefazo quien le torció el brazo al Presidente y colocó a un viejo perro de caza en lugar del “traidor”, “vocero de la derecha”, “malagradecido”, Monsieur Bobaryn. El parlamentario Cuéllar y la dirigente de las “interculturales” están resistiendo la arremetida del intolerante y de sus fieles quiltros, pero el tono de las amenazas está subiendo en intensidad.

Todo ello con un telón de fondo de narcotráfico, corrupción, violencia y decadencia.


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