miércoles, 1 de diciembre de 2021

A fe de realismo

 


Luego de unos días de intensos mensajes de ida y vuelta, el debate, un tanto artificial, sobre el federalismo, ha bajado notoriamente de tono. Quién tiró la primera piedra y quién picó el anzuelo es algo que no lo tengo del todo claro.

En su afán de figuración y de buscar un pretexto para iniciar el camino hacia una reforma constitucional que le permita hacer realidad su anhelo gobernar de manera vitalicia, el señor Morales Ayma se plegó al discurso federalista sin convicción alguna –arrancarle las autonomías (que, por otra parte, no dejan de ser manejadas desde el centralismo, muchas veces con la aquiescencia de autoridades locales de militancia oficialista) fue, literalmente, una guerra de baja intensidad-. Lo más probable es que se haría una reforma de carácter absolutista, pero de federalista, para nada.

Por su lado, el Gobernador de Santa Cruz izó la bandera del federalismo como respuesta al carácter centralista del régimen, pero llevándola más allá de lo admisible con un discurso pletórico de dudosas consignas sobre la naturaleza del federalismo.

Poseros y voceros oficiosos se pronunciaron en afán de mostrar su “conocimiento” sobre el tema, más movidos por su reflejo “anti” que por criterios racionales. Curiosamente, quien más palo recibió fue Camacho –que sea Gobernador del departamento de Santa Cruz no es un dato menor en este sainete- rimaron federalismo con separatismo y anunciaron el regreso al neoliberalismo y al monocuturalismo, sin percatarse de un par de detalles: 1) El propio Morales Ayma y el señor Arce Catacora, a la sazón, Presidente de Bolivia, cogieron el guante, al menos al principio, del imaginario federal y 2) Un Estado, independientemente su forma –unitario o federal, siempre y cuando se establezca bajo el sistema democrático de gobierno- puede acoger gobiernos de diversas corrientes económicas –Estados Unidos de México es un buen ejemplo de ello-, puede contener población diversa (pluricultural) y puede mantenerse relativamente bien cohesionado.

Federal es una forma de Estado, con sus fortalezas y debilidades respecto a otras –la unitaria, principalmente- y no es el demonio que algunos quieren hacer creer. No olvidemos que la pulsión federal tiene más de cien años en nuestra historia y si hubo algunos que se jugaron por ella, fueron los indígenas del altiplano paceño, aimaras para más detalle, que luego fueron traicionados por los liberales de fines del XIX y principios del XX. Otra omisión del nuevo ciclo de discusión es que parecería algo reciente; que yo recuerde, Potosí ha estado propugnando el federalismo los últimos diez años.

Hace unos años cursé un módulo sobre federalismo en el Centro de Estudios Constitucionales “James Madison”, en Montpellier, Estados Unidos de América, en el que me sorprendí de que hasta hubiese un tipo de arquitectura denominada “federal” (en realidad es la neoclásica) que es la de las principales edificaciones de los poderes en Washington y que representa los valores del federalismo estadounidense: armonía, equilibrio, proporción y simetría. De tanto en tanto, mis estudiantes se conciernen sobre esto y más de uno podría hablar con mayor propiedad sobre el tema que muchos de los oficiosos que he leído o escuchado estos días.

En lo que a mí concierne, el camino de las autonomías nos llevará, indefectiblemente, hacia la forma federal de Estado, pero esto no ocurrirá mañana o pasado mañana porque a alguien se le ocurrió sacar de la galera el conejillo, sino por culminar el proceso autonómico, cosa aún muy lejana. Sin uno no habrá lo otro. A fe de realismo.


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