miércoles, 3 de julio de 2019

Financiamiento: la paja y la viga




Si hay un asunto en extremo delicado en época de campañas electorales, ése es el del financiamiento de las mismas. A mi manera de ver, el problema no es el monto –tanto la proclamación de austeridad como la confesión de éxito recaudatorio son sospechosas; la primera por lo de “quién les cree que gastarán tan poquito”, la segunda por lo de “de dónde sale tanta plata”-. Para evitar estas suspicacias, solo hay una fórmula, difícil de conseguir, sin embargo: se llama transparencia.

Me refiero al tema a raíz del revuelo causado por la revelación –infidencia, acaso- de una respetable cantidad de morlacos recolectados por una tienda política supuestamente en kermesses. No era necesario el eufemismo. Mejor llamar a las cosas por su nombre: si uno va con una encuesta favorable en una mano y un sombrero en la otra, los quibos empiezan a caer y sumar.

Por eso me parecieron muy oportunistas las reacciones de unos y otros ante tal cuestión. Por un lado, el Sr. García, nada menos que el operador más conspicuo del régimen más corrupto de la historia, juzgaba la paja en el ojo del rival cuando es inocultable la viga que cubre el suyo. Atribuía tal cifra a aportes del narcotráfico… ¿Acaso fue el opositor quien se chanceaba con Montenegro? ¿acaso fue el opositor quien andaba vinculado al clan Castedo? ¿acaso fue el opositor quien nombró Jefe de Inteligencia a Sanabria? El exabrupto alcanza su máximo grado de cinismo cuando está claro que la campaña del régimen maneja recursos astronómicos, y no hablo de los provenientes de los descuentos a los funcionarios.

Por su parte, otro partido en carrera aprovechaba para hacerse el ofendido, cuando no da la menor muestra de estrecheces y, por el contrario, parecería que goza de buena salud financiera.

Pero la reacción menos inteligente ha sido la de la propia organización que generó la polémica. Lejos de asumir que como candidatura exitosa puede conseguir inclusive más apoyo monetario que el barajado hasta ahora, se hizo la estrecha y poco le faltó para declararse en quiebra.

Si la transparencia fuera absoluta, nadie tendría que andar dando explicaciones a cada paso. Simplemente, se conocerían las cantidades de los aportes, los nombres de las personas, empresas o entidades que los abonaron y el destino que corrieron. La eliminación del anonimato debería ser una condición, así se evitarían los “donativos” demasiado generosos, de dudoso origen y, a la vez, condicionados.

Si esto le suena a demasiado cándido, recuerde la hábil estrategia de Barack Obama para obtener fondos: redes, centavo a centavo. Se dirá que es otro contexto –cada vez que alguien quiere desoír algo, dice que “es otro contexto”- pero lo bueno puede ser adaptado, mejorado incluso, a otra realidad. Para el caso, la nuestra.

Hace aproximadamente una década, Julio Aliaga, mi persona y un desarrollador, diseñamos una herramienta que garantizaba a quien quisiera emplearlo –obviamente tenía un costo operativo- una recaudación de fondos totalmente transparente proveniente de adherentes a una campaña, desde el registro hasta el destino de los recursos (accountability), pasando por el abono. Dicha herramienta iba “casada” con un sistema de peticiones similar al AVAAZ.

La conclusión a la que llegamos es que a nadie le interesó un instrumento que transparentara los aportes (ni siquiera a algunos potenciales aportantes, quienes preferían sus nombres en reseva, en pruebas piloto que hicimos).

Esta es la neta, estimado(a) lector(a). Lo demás, son pajas y en el caso del régimen, vigas.


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