miércoles, 25 de diciembre de 2024

2024: El año del agotamiento

 




Una vez más, como vengo haciéndolo desde 2010, procederé a caracterizar, a criterio personal que, sin embargo, podría coincidir con el suyo, estimado(a) lector(a). Para llegar a ello, como también suelo presentar la última columna de cada gestión desde 2011, copiaré el recorrido que nos trajo hasta aquí. Vamos, pues, a ello…

2010: “El año del rodillazo”. Aquel que propinó Evo Morales Ayma a un rival circunstancial en un partido amistoso. Abuso de poder, irrespeto a las normas.

2011: “El año del MASking”. En referencia a la cinta con la que las fuerzas al mando del señor Sacha Llorenti sellaron las bocas de los indígenas de tierras bajas en su marcha por el TIPNIS.

2012: “El año de la caca”. Tomado de una frase de Morales Ayma para graficar, según él, las relaciones del Estado boliviano con el de Estados Unidos.

2013: “El año de la extorsión”. Cuando una parte del personal de Gobierno estableció un consorcio de carácter extorsivo, ofreciendo intercesión judicial a los presos en general, no sólo a los políticos.

2014: “El año del Estado plurinominal”. Las ya ilegales elecciones de entonces, lo fueron más aún con la mala denominación impresa en la papeleta electoral. Sin embargo, como de costumbre, no pasó nada.

2015: “El año de Petardo”. La mascota adoptada por marchistas potosinos fue todo un símbolo de la democracia por entonces.

2016: “El año NO-Evo”. La ciudadanía se expresó mayoritariamente en contra de la reelección indefinida del tirano.

2017: “El año del Nulo”. Nueva, y contundente, derrota del régimen. Esta vez en las elecciones judiciales.

2018: “El año de la doble pérdida”. Bolivia perdió definitivamente el mar con el fallo de la Corte Internacional de Justicia y perdió la democracia con la sentencia del Tribunal Constitucional allanando la elección indefinida del tirano, a título de un supuesto “derecho humano” a la misma. El primer caso tuvo, este año, su correlato con el fallo contrario a Bolivia en el caso Silala.

2019: “El año de la gesta democrática de Bolivia”. La ciudadanía, que había soportado estoicamente años de arbitrariedades del autócrata ya no permaneció impávida ante el evidente fraude electoral y el tirano tuvo que tomar las de Villadiego. Lo que vino luego, como gestión de gobierno, es otra historia.

2020: “El año de la Calamidad”. Llegó la pandemia, con sus terribles consecuencias en términos de pérdidas de nuestros seres queridos.

2021: “El año del aguante”. Se pidió a la ciudadanía aguantar el embate de la pandemia mientras se gestionaban las vacunas.

2022: “El año de la emancipación de Arce”. Hasta abril del año pasado, el Presidente era una especie de Cámpora o Medvedev, es decir, un muñeco obediente a los designios del Jefazo, al extremo de ganarse el sobrenombre de “Tilín”. Pero la marioneta adquirió vida propia, de forma más parecida a la de Lenin Moreno, aunque éste lo hizo apenas fue posesionado, propiciando un juicio contra Rafael Correa que anuló toda posibilidad de éste a participar en las elecciones anteriores.

2023: “El año de la bifurcación”. “¿Hará algo similar con Morales Ayma?”, preguntaba al cierre de la caracterización previa. “Se veía venir”, podría apuntar un transeúnte cualquiera. Y aunque todavía hay quienes insisten en que se trata de una tramoya destinada a distraer a la opinión pública para, llegado el momento, simular el “sana-sana” y montarse en las elecciones a caballo ganador –si así fuese, la levaron demasiado lejos–, más bien parece que se trata de una ruptura en serio, “una bifurcación” como la llamaría el profeta Linera. Esto podría arrojar el aplastamiento total de una de las facciones o la anulación mutua de ambas, lo que abriría una ventana de oportunidad al crecimiento de una opción proveniente del campo democrático.

2024: “El año del agotamiento”. Coincidentemente con el agotamiento de las reservas -las de gas y las RIN- se agotó el modelo masista de gestión político-económica. Comenzó, en realidad, en 2016 y se fue agudizando hasta llegar a su estado actual. Podría decirse que sin gas que abone una chorrera de dólares al Estado no hay tal “modelo”: pero, para peor, los ingentes ingresos que ello supuso fueron dilapidados de la forma más ruin posible. Con prácticamente 20 años en el usufructo del poder, el régimen masista deja a Bolivia, en puertas de su bicentenario como república independiente, en una situación extremadamente delicada, pero, al mismo tiempo, ante la oportunidad de cambiar de rumbo y dejar atrás el ignominioso periodo masista.

Que sepamos aprovecharla o no, depende de cada uno. Cordiales abrazos.

jueves, 12 de diciembre de 2024

Un yunque en la piñata

 




Por tercera vez desde que fueran ideadas por el MAS para asegurarse el control total de los poderes del Estado, los ciudadanos concurriremos a las urnas –no por fervor cívico, en gran mayoría, sino para evitar la onerosa multa que será impuesta a quienes no lo hagan– para validar un acto abominable denominado “elecciones judiciales”.

A lo largo de más de tres lustros, he venido argumentando sobre la aberración que tal engendro político significa dentro del ordenamiento jurídico del país. Hoy me limitaré a la analogía que repito de tanto en tanto: pensemos en elecciones para elegir a los comandantes de las FFAA. Entonces los mostrencos más populares podrían ganarlas y así tendríamos un alto mando de “soldaditos”. La judicatura, como las FFAA y otros órganos, se debe regir, a efectos de conformación de sus mandos cupulares, a la carrera, al escalafón, a la meritocracia, a la competencia, a la probidad, a la disciplina, a la representatividad, al reconocimiento social; es decir que debe verificarse aquello de “gobierno de los mejores”, aquello que Platón llamaba “aristocracia”, término que ha cambiado de sentido, por lo que preferimos hablar de “meritocracia”. Las elecciones (uno de los sustentos de la democracia) son para cargos político-administrativos.

Las tales “elecciones judiciales” son la oportunidad para que sujetos sin mérito alguno que de otra manera no llegarían ni a supernumerarios en el foro, puedan, voto popular mediante y, evidentemente, apadrinados por los poderosos de turno, ocupar las altas y delicadas funciones de máximas autoridades en los tribunales.

En 2004, cuando se empezaba a hablar sobre la “necesidad” de convocar a Asamblea Constituyente para la reforma total de la CPE, ya expresaba mis reparos, que no temores, a lo que finalmente ocurrió; lo hacía en una columna titulada “¿Hacia una Constitución piñata?”, en referencia a que, ya se lo veía venir, estuviera llena de “huevaditas”.

Con la llegada del MAS, esta sospecha se corroboró y en 2009, referéndum mediante, entró en vigencia la Constitución actual. La versión “en bruto” era mucho más grotesca y una oportuna intervención parlamentaria logró aligerar el peso corporativista de la misma, pero no del todo. Una de las “huevadotas” innegociables para el régimen triunfante fue, precisamente, la que nos ocupa –de paso, hago recuerdo de que Morales Ayma, precisamente para que se diera curso al texto consensuado, aseguró que a efectos de reelección se contaría el corriente como primero de dos posibles, cosa que luego negó–. Imagine usted que le da un buen palazo a la piñata y le cae un yunque encima. Pues eso son las judiciales: han dejado aturdido, en estado de coma, al Estado de derecho.

En las dos previas, la sumatoria de votos en blanco, nulos y pifiados, además de la abstención, superó ampliamente a los votos válidos en conjunto y, tomados individualmente, los votos por algunos de los candidatos que llegaron a ocupar puestos en la magistratura, apenas superaban el cero. Está claro que este servidor formó parte de esa mayoría testimonial que no tuvo mayor efecto que darle un mensaje de repudio al régimen.

Sin embargo, al parecer, el domingo esta mayoría no será tan contundente. Hay quienes, en todo su derecho, manifiestan que haber votado nulo o blanco, más allá del testimonio no ha servido de mucho dado que, así fuera con porcentajes ínfimos, los agentes de régimen igual no más se posesionaron en los cargos, hoy llaman a votar por los “menos malos”. Con las disculpas del caso, no los encuentro. Así es que, aunque no sirva para maldita cosa, volveré a anular el mío.