jueves, 23 de enero de 2025

IA: Inteligencia Alasitera

 


Este reino del diminutivo en el que hasta el vocablo aimara “alasita” contiene, ¡vaya designio!, el sufijo hispano que se utiliza para referirse a aquello que consideramos chiquito en comparación con las dimensiones regulares de las cosas “reales”, tiene también su propia inteligencita, desarrollada siglos antes de lo que ahora se conoce como inteligencia artificial; ¡hasta sus iniciales son las mismas!

La Inteligencia Alasitera (IA) tiene sus propios (algo)ritmos, que son los de los paseos rituales, ahora Patrimonio Intangible de la Humanidad: el (algo)ritmo gastronómico de las comideras, apis y masitas que saben diferente a lo mismo en cualquier otro momento del año -saben, precisamente, a Alasita-; el (algo)ritmo de la canchitas -una cosa es jugar en lugares impersonales y otra hacerlo en la feria, al compás de los fierros de decenas de futbolines-; el (algo)ritmo de la “suerte sin blancas” que nos hace sentirnos más afortunados que en las rifas institucionales; el (algo)ritmo de la platita -la Alasita, en este tiempo, es el único mercado donde hay dólares-; el (algo)ritmo de los bienes por conquistar -bienes raíces y bienes de capital-; el (algoritmo) del registro civil -donde te casas sin compromiso-; el (algo)ritmo de las plantas -el bonsai, socio honorario de la floresta alasitera-; Hay, en fin, (algo)ritmos para toda imaginación.

Y no lo olvido. Lo dejé para el final adrede: el (algo)ritmo del Ekeko, ese mocko pendorcho que al que se le puede poner pedir, prompt mediante, desde lo más previsibles hasta los más extraños asuntos. Yo le pedí una rima, y me soltó “Tilín, tilín, tolón, tolón, me convertí en un bigotón”.

¡Que viva la Inteligencia Alasitera!


miércoles, 22 de enero de 2025

Medio Ambiente, botín para masistas

 


Con la reciente destitución, tardía y poco convincente, del penúltimo ministro titular de Medio Ambiente y Aguas, y del exdirector del SERNAP, una vez más la mácula de la corrupción se apodera de la entidad y por mucho que el nuevo ministro intente -lo más probable es que, en la recta final del periodo presidencial, no le alcance el tiempo para hacer algo relevante- limpiar la imagen de la entidad, es probable que no lo consiga. Tendrá que ser la próxima gestión gubernamental la que realice una cirugía mayor para extirpar el cáncer que deja el régimen masista.

Es doloroso que la seguidilla de hechos de corrupción más “sonados” -esto no quiere decir que no hubieran otros cuya “virtud” es, precisamente, permanecer en la sombra y el silencio- del último tiempo haya ocurrido en un espacio que, por la naturaleza de su campo de acción, era el llamado a ser libre de toda tentación a corromperse.

Cuando se piensa en órganos gubernamentales tradicionalmente ligados a la corrupción, se vienen a la cabeza la Aduana, Caminos, Policía, Judicatura, Derechos Reales, Migración, Derechos Reales, etc. y sus respectivas cabezas de sector en las que prácticas como el “diezmo”, el sobreprecio, el tráfico de influencias, el amiguismo (o compadrerío), el favor político, el “aval”, etc. están prácticamente institucionalizadas.

Hago, en la misma línea, un paréntesis para referirme al Ministerio de Educación, otro nido de malandrines que están a cargo nada más y nada menos que de la formación – esto atañe a los valores- de los próximos ciudadanos de este país.

Cuando se piensa en el medio ambiente, se nos vienen a la cabeza activistas realmente comprometidos con tal causa, casi idealistas de la preservación de nuestra casa grande, a escala mundial y local. Gente de servicio, voluntarios que inclusive están dispuestos a dar su dinero y hasta su vida en defensa de la Madre Tierra. Algunos de ellos con grados académicos en carreras relacionadas al rubro. Es de ese ámbito del que tiene surgir el ministro o la ministra del área -creo que, inconscientemente, estoy proponiendo a Cecilia Requena-; ¡No del que otorga avales de “movimientos sociales” para repartir el botín!

No es difícil señalar el origen de la corruptela en Medio Ambiente: otorgación de licencias ambientales sin mayor trámite que unos miles de dólares a la cuenta del ministro, inspecciones, previamente “aceiteadas”, de actividades depredadoras del ecosistema, e incluso protección, remunerada obviamente, a grandes destructores forestales y madereros… Vomitivo por donde se lo vea.

Y claro, todo bajo la gran patraña del “pachamamismo”, la reserva moral de la humanidad, que encantan en los foros internacionales mientras en la casa se incendia -literalmente-. En 2006, uno de los ideólogos y operadores del régimen, Carlos Romero, decía: “Los pueblos indígenas se complementan con la naturaleza. Es decir que son parte. No como las empresas transnacionales que ven a la naturaleza como objeto de explotación económica para enriquecerse”. Una vez más, el remed(i)o resultó peor que la enfermedad.

No deja de ser irónico el hecho de que mientras el ministerio de Medio Ambiente es uno de los botines más ambicionados por los “hermanos masistas”, la ciudanía expresa día a día, particularmente la juvenil, su angustia ante los eventos que ponen en riesgo la sostenibilidad de los ecosistemas.

Lo propio ocurre con quienes, a través de la escritura, expresan sus ideas en los medios. Hace poco, realicé un estudio sobre las temáticas que éstos abordan en sus columnas -publicadas en Brújula Digital, El Diario y La Razón, entre agosto y octubre de 2024-. De un total de 1 140, 52 estuvieron dedicadas al tema ambiental, cantidad nada desdeñable.

Hablamos dentro de diez meses.


martes, 7 de enero de 2025

Del "sesqui" al "bicente"

 


Comienzo el año 27 de “Agua de Mote”, y lo hago como lo vengo haciendo desde hace más de quince; es decir, en un tono más personal, autorreferencial -suelo decir que, en los primeros días de enero, nadie está para leer columnas, así es que aprovecho para hablar de mí-.

La vida me ha deparado estar en este mundo para celebrar junto a mis coterráneos dos acontecimientos que no se circunscriben a la fecha en cuestión (6 de agosto) sino que se conmemoran a lo largo de toda una gestión. Primero, el sesquicentenario y, desde ahora, el bicentenario de Bolivia, de la República de Bolivia.

En términos familiares -haciendo abstracción del régimen dictatorial que ejercía el poder-, 1975 comenzó con mucha alegría. A finales del año anterior, merced a una petición de amnistía hecha por la Iglesia, en principio irrestricta y en los hechos, restringida, mi padre pudo volver al país cuando prácticamente tenía todo listo para que nos fuéramos a vivir a Venezuela, nación que lo acogió luego de a ver sido exiliado a Paraguay. Como varios de los que retornaron gracias a la mentada amnistía, él estaba considerado entre los “menos peligrosos” a juicio del régimen; los “más peligrosos no tuvieron la misma suerte.

El año del “sesqui” encontró a Bolivia en situación de una supuesta holgura -bonanza, digamos- económica, producto de los “petrodólares” y de la extrema facilidad para la obtención de préstamos que tiempo más tarde se tradujo una impagable deuda externa que pasó factura a gobiernos posteriores, particularmente a los de los primeros años de democracia. No obstante las señales de rezago cambiario, Banzer se empeño en mostrar que el “peso boliviano”, como se denominada la moneda, gozaba de buena salud -incluso, su aparato de propaganda llegó a inventar un personaje, “Robustiano Plata”, para sostener tal versión-. La cotización fija era de 12 pesos por dólar americano; lo anoto por lo que diré luego.

La segunda buena noticia llegó con la convocatoria a un concurso televisivo relacionado con los fastos del “sesqui”, “Cita con nuestra Historia”. Me entusiasmé con la idea de participar, pero no calificaba, en razón de que la edad mínima para poder hacerlo era 18 y, entonces, yo tenía 12. De todas maneras, me presenté ante los organizadores y les propuse que me hicieran algunas preguntas sobre historia de Bolivia y las respondí con solvencia -claro que ya en la versión real el grado de dificultad de las preguntas creció notoriamente-. Hicieron la excepción y fui el más chico de los concursantes. Había que escoger uno de los cuatro periodos que la estipulaba la convocatoria; elegí el de 1904 a 1935, el más complicado puesto que incluye la Guerra del Chaco. Los libros que me acompañaron fueron Historia General y de Bolivia, de Alfredo Ayala, llena de datos e ilustrativos cuadros sinópticos; la edición disponible, la de 1958, del Manual de Historia de Bolivia, de Humberto Vásquez, Teresa Gisbert y José de Mesa, un clásico de su tiempo; Historia General de Bolivia, de Alcides Arguedas (hasta 1921) y Nueva Historia de Bolivia, de Enrique Finot, ambos con mayor incidencia en la interpretación. No me fue mal. Obtuve el premio “Coronel Ignacio Warnes” dotado de un equivalente a mil dólares de su tiempo, una pequeña fortuna en manos de un adolescente. ¿Qué hice con esa plata? Compré más libros, no solo de historia, y me alcanzó para mis primeros discos. Más allá de la anécdota, recuerdo las monumentales publicaciones, suplementos coleccionables, particularmente de “Presencia” que editaron los principales periódicos del país.

El ”bicente” nos encuentra no solo en año electoral, sino en una situación de extrema gravedad; al régimen de los 70 le tocó celebrar el “sesqui” cuando todavía se podía maquillar el crack que vino luego. Ahora estamos en medio -aún falta para estar “en pleno”, aunque la tozudez del Presidente de insistir con su inviable modelo, así lo vislumbra- de una situación crítica y con la sensación de que se vienen tiempos de mayores desastres pero, al mismo tiempo, de oportunidad para superar la grosera aventura llamada “estado plurinacional”.

Esto no quiere decir, sin embargo, que don “bicente” pase inadvertido; por el contrario, será la ocasión para la reafirmación republicana y, sobre todo, la nacionalidad: la condición de boliviano(a) de todo individuo por el solo hecho de haber nacido en este suelo, por encima de particularidades identitarias -absolutamente fundamentales para exaltar nuestra diversidad-. Tenemos una cita con la Historia.